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¡Salud!

MI COLUMNA Por Mary Daza  Orozco ¿Cuándo tendremos la dicha de llegar a un consultorio médico y que nos atiendan a la hora en que nos citaron? Es desesperante acudir con unos minutos de adelanto, luego de haber rogado una cita por más de un mes, y la secretaria diga displicente es por orden de […]

Por: Mary

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MI COLUMNA

Por Mary Daza  Orozco

¿Cuándo tendremos la dicha de llegar a un consultorio médico y que nos atiendan a la hora en que nos citaron? Es desesperante acudir con unos minutos de adelanto, luego de haber rogado una cita por más de un mes, y la secretaria diga displicente es por orden de llegada, y ya han llegado diez o doce antes. El pequeño recinto, porque todos los consultorios son pequeñitos, se llena y comienza la sinfonía de bostezos y de quejas, charlas de dos o más, que se acaban de conocer, sobre enfermedades terroríficas y extrañas, mientras tanto la imagen del televisor sin sonido nos invita a hacer un curso rápido de lectura de labios. Cuando llega el anhelado turno el médico sólo puede atender diez minutos al paciente o menos.
¿Cuándo será que en las Urgencias de las clínicas y hospitales, le den prioridad a las urgencias?  Son recintos también pequeños en los que  el calor se intensifica y los olores se mezclan y crean una mixtura irrespirable. Se ve gente triste o resignada, esperando el milagro de que su nombre sea pronunciado con voz fuerte por el encargado de hacer pasar a los pacientes que buscan alivio para un mal repentino.
Hay otras a las que se les acaba la paciencia. El murmullo también crece. Las personas, sentadas, de pie, agachadas, pegadas a la pared. Una mujer rolliza  que viste una blusita que marca todas las llantas de su cuerpo mal cuidado, de voz  estridente dice a gritos: “Mejor me voy a morí en mi casa, antes de que  mate a uno de los médicos de aquí”, se levanta y cuando va hacia la puerta escucha su nombre, se devuelve y cojeando entra en el lugar donde la atenderán.
Unos minutos antes, cuando llegué, por un fortísimo dolor de cabeza, era tal el gentío que pensé que me había equivocado y estaba en uno de los sitios donde atienden a los de Familias en Acción, esos que reciben unos pesos y no trabajan, pesos del Estado que son de nuestros impuestos. Me acerqué, di los datos a una jovencita que luego me invitó a que me sentara y esperara, tarea difícil: ¿dónde me sentaba? Y esperar: si un dolor de cabeza intenso y debilitante no es urgencia, que me digan qué lo es. Si el señor que estaba mareado por unos niveles de presión arterial alarmantes, no es para urgencias, que cuenten para qué es. En fin, escuché de todo, y los insultos eran para los médicos.
Horas después cuando llegó mi turno, me encontré con una sonrisa amable, era el médico urgencista Héctor Vargas Lobo, me atendió y mientras esperaba que el dolor aminorara, contestó a mis sempiternas preguntas, aunque estoy haciendo una autoterapia para evitar las preguntas obvias o molestas y lo estoy logrando, mi condición de entrevistadora me sale hasta por los poros.
¿Por qué tanta gente? El médico me contó, con su voz deliciosamente educada, que allí se atendían a los de una EPS que no querían atender en otras clínicas por falta de pago. Son agresivos,  ¿cómo se aguantan ustedes los insultos? Ignorándolos, pero fíjate que los subsidiados, porque atiendo también en el Rosario Pumarejo, no insultan, no reclaman, esperan y a los médicos nos enternecen y sentimos la impotencia de no poder hacer más por ellos; lo contrarios de los aportantes que, como viste, amenazan hasta con matar. La conversación siguió hasta cuando los medicamentos me hicieron efecto, me hubiera gustado publicar esa charla, que no entrevista, con el médico, pero la limitación del espacio da al traste con esas buenas historias, ya lo haré en aluna página por ahí.
¿Cuándo dejaremos de echarle la culpa a los médicos? Si bien hay unos pocos,  bien conocidos, que se preocupan más por sus fincas y por su plata que por sus enfermos, la mayoría son también víctimas de las políticas gubernamentales sobre la salud, y se desesperan como los pacientes; es el país que no acaba de encontrar el norte y sigue dando tumbos, son los gobiernos, es la corrupción, es y es, tanto y tanto que sería prolijo enumerar.
¿Cuándo podremos decir ¡salud! como un deseo, no como un grito de desesperanza?

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