La narrativa en los medios de comunicación sobre la incapacidad del presidente Petro: ¡que está loco!, ¡que es drogadicto!, ¡que está depresivo!, en fin, tantos epítetos en el intento de desprestigiar y deslegitimar su gestión, no pasa el examen de madurez política.
¿Por qué los humanos, que son capaces de usar su energía y fuerza vital para crear y ser productivos, a menudo eligen desperdiciar esa habilidad en actividades inútiles y obsesivas? Comportamiento que fue patético en el exministro de Propaganda nazi, Joseph Goebbels, caracterizado por emplear la exageración y desfiguración, vulgarización, orquestación y verosimilitud para desdibujar la imagen del adversario.
Ese talante para desprestigiar a tus semejantes es ruin, forma ociosa de pasar el tiempo, teatro político que hoy revive, pero su génesis hay que buscarla en los pescaditos de Aureliano que compendia la novela ‘Cien años de soledad’ del nobel Gabriel García Márquez. Obvio que no deja de ser la mente desocupada la oficina de Satanás.
Son narrativas engañosas que no escapan a la corrupción de un país que evoca el poder de la gente y reclama por más territorio que escritorio, atrapado en la parábola de la escalera, que consiste en “Barrer de arriba hacia abajo”, le escuchamos a Miguel Pompilio Socarrás Maestre. Intuye uno que la barrida debe comenzar por los corruptos de cuello blanco.
Más territorio que escritorio se puede interpretar como una estrategia encaminada a ampliar las capacidades laborales e insertar más mano de obra a la dinámica productiva, ampliar la oferta de servicios sociales, conocer más las necesidades de la población vulnerable y mejorar la atención a los beneficiarios.
Stella Ramírez, erudita en psicología social, advierte que Petro pasará a la historia y ostentará un récord Guinness como el presidente más ultrajado de Colombia. No lo critican por gobernar, lo odian por existir.
No se trata de un debate democrático. Lo que estamos presenciando es una campaña sostenida de deslegitimación, una operación de desprestigio. No es oposición, es odio de clase. Le inventan enfermedades, delirios, complots. Y todo eso tiene un nombre: “Desprecio de clase”.
Nunca antes se había visto este nivel de sevicia contra un presidente en ejercicio. A otros mandatarios —corruptos, autoritarios o entreguistas— se les trató con guantes. A él, con piedra en la mano. ¿Cuál es su pecado? Es entendible el cambio, porque por primera vez, sin el aval de las élites y los dueños del poder se les metió al rancho.
Se han desdibujado todos los límites. Medios de comunicación que editorializan con insultos. Senadores que le gritan desde su curul como si estuvieran en una cantina. Exfuncionarios que lo traicionan en horario triple A para ganarse unos aplausos. Y una parte de la opinión pública que normaliza esa violencia porque viene de “gente decente”.
A Petro no se le reconoce la investidura. Cada paso que da es señalado. Cada silencio, interpretado. Cada palabra, distorsionada. Y, sin embargo, sigue ahí: gobernando, sin arrodillarse y sin traicionar a los que lo eligieron.
Por: Miguel Aroca Yepes.












