OPINIÓN

Recorriendo los caminos de la vida

Omar Geles estaba destinado a la grandeza, tanto así, que cuando Diomedes lo conoció le dijo con su canto que iba a ser Rey Vallenato y su compañero más adelante.

Recorriendo los caminos de la vida

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Corría el año 1967, cuando del matrimonio de Roberto Geles e Hilda Suárez nacería un segundo hijo, a quien llamarían Omar Antonio Geles Suárez, en Valledupar, una ciudad que sería influyente y determinante para el futuro del niño Omar, ya que en este pedazo del mundo es donde se concentraba la mayor producción y el mayor consumo de música vallenata a nivel global, y que para ese momento, el género se encontraba en pleno auge en la Costa Caribe colombiana.

Su destino como músico venía marcado desde que su madre lo parió, como si tuviera un pacto firmado con la grandeza. Roberto, su buen padre, antes de irse, pudo haberle comprado a su hijo Juan Manuel una bicicleta, o unos guayos de jugar fútbol y un balón; pero definitivamente tenía que ser era un acordeón, para que el pequeño Omar se enamorara de la música y así, creciera el vallenato en él. Cuentan que la primera canción que se aprendió en el acordeón, fue “Lucero Espiritual“, como algo premonitorio, como una señal divina proveniente del mismísimo cielo.

Omar Geles estaba destinado a la grandeza, tanto así, que cuando Diomedes lo conoció le dijo con su canto que iba a ser Rey Vallenato y su compañero más adelante.

Se dedicó de lleno al acordeón, lo que llevó a que la práctica del ejercicio fuera puliendo su habilidad con los pitos y los bajos y donde su creatividad empezó a desarrollarse. 

Es en la década de los 80 cuando su carrera empieza a despegar, porque las cosas buenas empezaron a suceder. En lo comercial, el éxito como líder de la agrupación Los Diablitos al lado de Miguel Morales, empezó a tomar fuerza y a ganarse un espacio en el género, y luego, en lo personal, a sus 22 años se convertiría en uno de los reyes vallenatos más jóvenes en la historia del Festival, en el año 1989.

Por su condición de polifacético, tuvo un paso fugaz por la televisión en la novela biográfica del maestro Rafael Escalona Martínez, en el que tenía que hacer sí o sí el papel del compadre Simón, un negrito agraciado, con una habilidad especial para tocar el acordeón y que lo caracterizaba su nobleza, al igual que a Omar.

En la música, la etapa exitosa al lado de Migue llegaría a su final y, en 1992, los caminos de la vida lo llevarían unirse con el hoy también desaparecido Jesús Manuel Estrada, quien le interpretaría su canción más importante y la más exitosa del folclor vallenato, con más de 30 interpretaciones diferentes a nivel mundial y en todos los idiomas.

‘Los caminos de la vida’ es una composición con una letra profunda, capaz de mover las fibras del corazón más fuerte, basta sólo con uno encarnar esa letra, pensar en su madre y todo lo que esta sufre y lucha por sacarnos adelante, como la vieja Hilda con él, su gran inspiración. Esta más que una canción, es un lamento y un desahogo del alma.

“Viejita linda tienes que entenderme, no te preocupes todo va a cambiar, yo sufro mucho madrecita al verte necesitada y no te puedo dar, a veces lloro al sentirme impotente, son tantas cosas que te quiero dar y voy a luchar incansablemente porque tu no mereces sufrir más”.

Expresivo al momento de componer una canción, sabía llegar a los sentimientos de la gente, que se identificaran con cada letra, fue un embajador del vallenato en el mundo, Omar fue un músico integral; un versátil acordeonero, un excelente compositor, productor y arreglista, y como cantante nos demostró que no sólo se puede cantar por medio de las cuerdas vocales, sino también por medio del alma y del corazón, porque supo equilibrar de manera perfecta su falta de voz para la música, con su alta capacidad interpretativa y el sentimiento que impregnaba en cada canción. 

Una persona íntegra e intachable, de cualidades únicas, amigo de sus amigos y muy familiar. Un ser de luz en medio de un mundo que vive en la oscuridad. 

Dejó una herida que en su familia que no cicatriza; hoy sus hijos se consuelan en su legado, Omar Yecid sigue sus pasos en la música, como mánager, su hija Estefani aún anhela verlo entrar por la puerta de la casa de la vieja Hilda todos los domingos, por motivo de la integración familiar, como era costumbre, Daniel sigue su legado tocando el acordeón y componiendo canciones, Maren, su esposa, sigue llorando a su esposo como el primer día, porque su ausencia cada día que pasa es más grande y más notoria, hoy estaría que no se cambiaría por nadie, orgulloso de ver a Josu Juan y José Mario tocando el acordeón, Isabella su locura de amor por su corta edad, desconoce el porqué de su ausencia, inocente de que su padre tuvo que acudir al llamado de Dios.

Pero su ausencia no sólo la sienten, su madre, sus hermanos, sus hijos, su amada esposa y sus seguidores; sino un género entero que quedó huérfano de su presencia física, pero de lo que podemos estar seguros, es que de Omar Geles se dejará de hablar, cuando se deje de hablar de vallenato, porque en su paso por la vida, forjó un legado que brillará y perdurará a través del tiempo.

El hombre que describió el amor como algo más brillante que el mismo sol, ese que podía caminar con el sol caliente a pie descalzo del valle a Barranquilla sin importarle, pero que sin su mujer no podía vivir, y que sabía que era de humanos equivocarse y de sabios reconocerlo, por eso cuando se equivocaba le llegaba con cuatro rosas en sus manos por cada tristeza que le hubiera causado a la que siempre le prometió que si no le fallaba el corazón, toda la vida la iba a querer, toda la vida la iba a adorar; pero éste, en una decisión involuntaria, propia de su autonomía y sus movimientos, le terminó fallando…

Su partida no fue por problemas de salud y mucho menos por descuido de la misma; tuvo que partir sencillamente por la necesidad del arquitecto del mundo de llamarlo a amenizar una parranda celestial al lado de Diomedes Díaz, pero que esta vez no sería el cacique, sino el mismo Dios quien le diría: “Omar, toque el acordeón“.

Por: Orlando Gregorio Moreno Manjarrez.

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