El truncamiento en la construcción de la Universidad Popular del Cesar en el municipio de La Jagua de Ibirico se ha convertido en el hecho noticioso más comentado en los medios del departamento del Cesar, alcanzando incluso resonancia nacional.
“Jagua de Ibirico, tuya, mía, de todos… la UPC te la niegan, el más preciado tesoro.” Esto no es un cuento ni una invención: nos arrebatan la UPC mediante una argucia jurídica perfectamente elaborada.
No se trata de un rumor ni de una historia inventada. Es una realidad jurídica cuidadosamente construida que amenaza con privarnos de una oportunidad invaluable. Este hecho no puede pasar inadvertido, pues representa el anhelo de toda una región por consolidar un modelo educativo que impulse la transición hacia economías diversas, sostenibles y competitivas en un mundo globalizado y multipolar.
Es momento de más civismo y menos protagonismo. Dejemos de rasgarnos las vestiduras en busca de figuración política o institucional, y enfoquémonos en generar acciones con propósito común: la consolidación de nuestra alma máter, dejando de lado los intereses particulares. Este es el llamado que hacemos los habitantes del centro del Cesar, junto con gremios, sectores económicos, profesionales, estudiantes y padres de familia.
Como bien se dice, “Roma no se construyó en un día”, y en derecho existe un principio que no debemos olvidar: “Las cosas como se deshacen, se hacen, y viceversa”.
¿Qué se pierde al retomar esta iniciativa? Después de tantos esfuerzos, proyectos y agendas centradas en la bandera de la educación, no podemos permitir que este sueño se diluya cuando estamos tan cerca de hacerlo realidad.
No es la primera vez que se plantea la creación de la sede de la Universidad Popular del Cesar en La Jagua de Ibirico. Sin embargo, hoy más que nunca debemos evitar que este sueño se desvanezca. Existen ejemplos exitosos que demuestran que sí es posible.
Aguachica: ejemplo de persistencia y transformación.
La experiencia de la sede de la Universidad Popular del Cesar en Aguachica es una prueba viva de que la educación transforma territorios. Nació con el mismo clamor: brindar oportunidades a los jóvenes del sur del Cesar, del sur de Bolívar y de la zona de influencia de los Santanderes.
En sus primeros años, la sede contó con pocos estudiantes que debían costear sus semestres con recursos propios —equivalentes a medio salario mínimo mensual vigente— y recibir clases en salones prestados por instituciones locales. Aun así, la comunidad universitaria no se rindió. Se organizó un corredor universitario con un bus que recogía estudiantes desde Curumaní hasta Aguachica, retornándolos en horas de la noche a sus territorios. Esta ruta beneficiaba a jóvenes desde San Roque, Pailitas, una parada en El Burro Tamalameque, Pelaya, y otra en La Mata para esperar a los estudiantes de La Gloria.
El apoyo de los alcaldes locales fortaleció el proyecto: se brindaron almuerzos a los estudiantes, se garantizó el combustible para la ruta y se promovieron convenios interadministrativos para realizar prácticas profesionales en sus municipios. Todo esto facilitó el acceso a la educación superior y fomentó la permanencia académica.
Dos décadas después, los resultados son evidentes: la presencia de la Universidad Popular del Cesar en Aguachica cambió el destino de la región. Muchos de sus egresados gozan hoy de mejores condiciones de vida y se desempeñan como líderes en entidades municipales, regionales y nacionales.
La educación se convirtió en el motor del desarrollo local, en una expresión de identidad cultural y en una fuente constante de oportunidades.
El festival que nació en el campus y hoy tiene vida propia.
De este mismo espíritu universitario surgió una de las expresiones culturales más queridas de Aguachica: el Festival del Sancocho.
Lo que comenzó como una jornada de integración entre estudiantes —con concursos de peñas culturales, obras teatrales, fonomímicas, rondas, juegos tradicionales, tenis de mesa, carreras de burros y torneos deportivos—, premiando el mejor sancocho por su sazón, unidad y creatividad, se transformó en una celebración de identidad, sabor y alegría popular. En sus inicios también se estimó incluir canciones inéditas, piquerías entre estudiantes y presentaciones musicales.
Hoy, el Festival del Sancocho ha trascendido los muros del campus y se ha consolidado como una de las manifestaciones culturales y empresariales más importantes de Aguachica. Es símbolo de cómo la universidad no solo educa, sino que también da vida, une comunidades y crea tradiciones.
Este festival merece seguir evolucionando y convertirse en un referente regional, demostrando que cuando la educación se mezcla con la cultura, florecen las raíces de un pueblo, llegando incluso a ser considerado este evento la antesala y hoja de ruta del tan anhelado Festival de la Paz, con un reinado incluido, reflejo de la alegría que tanto necesita esta región vitrina de tanto talento.
La Jagua de Ibirico: esperanza y llamado a la unidad
Por todo esto, los sectores sociales, gremiales y económicos, así como los jóvenes que sueñan con estudiar cerca de su tierra, mantienen la fe en que el proyecto de la Universidad Popular del Cesar en La Jagua de Ibirico se retome y se haga realidad.
Esta sede puede ser la plataforma que articule procesos sociales, productivos y educativos que impulsen el desarrollo del centro del Cesar y fortalezcan el capital humano de la región. La educación no es un lujo: es la herramienta que permite romper ciclos, construir futuro y arraigar el progreso en nuestros territorios. Negar la universidad a La Jagua es negar el derecho a soñar, a crear y a transformar.
Que no nos arrebaten el derecho a crecer. Que no apaguen la llama que encendió la esperanza de cientos de jóvenes y familias que creen en la educación como el camino. La Universidad Popular del Cesar no es solo un edificio: es el corazón académico del pueblo, la voz de quienes sueñan con un futuro distinto y el puente que conecta nuestras raíces con el porvenir.
La Jagua de Ibirico merece su universidad. El Cesar la necesita. Y el país la recordará como una semilla que jamás dejó de luchar por florecer en el corredor de la vida.
Por Eistin Arce










