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Ya vienen el verano y diciembre

Viene el verano y ahora “se verán los árboles llorando viendo rodar sus vestidos… las hojas secas caen con dolor sobre la tierra y les toca rodar”, pero ese es el lado malo, el otro, es el bueno: viene diciembre con su tristeza alegre, donde a pesar de la nostalgia que nos invade por tantos recuerdos, todo es alegría y ella se impone con la presencia masiva de toda la familia.

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Se acaba noviembre, viene diciembre y se fue el año 2025; se está yendo el invierno, todavía caen unos aguaceritos, pero ya se sienten las brisas de diciembre, que producen nostalgia, pero también alegría; se acaba el invierno y por las aguas el Valle está sucio, enmalezado y se debe comenzar la labor de limpieza, especialmente en los andenes de los mega lotes regados en toda la ciudad y de propiedad de gente adinerada que deben mandar a limpiarlos para colaborar con el embellecimiento de esta capital; los bulevares están llenos de escombros y basuras, especialmente llantas viejas, frascos de plástico y vidrios, que se convierten en criaderos de zancudos, plaga que nos tiene locos y por ello, día a día se incrementa el dengue y otras enfermedades que se generan con la proliferación de este bandido que sin contemplación nos aguijonea, especialmente en las horas de la mañana, cuando nos tomamos el primer tinto y leemos EL PILÓN, y en la tarde, cuando nos gusta sentarnos en la puerta de la calle o en las terrazas de los apartamentos y tenemos que salir corriendo a echarnos repelentes o encerrarnos para evitar la molestosa y a veces dolorosa picadura.

Yo, por mi parte, ya voy a mandar a limpiar las maticas de coral, más de cien, que hace más de dos años mandamos a sembrar 3 o 4 vecinos del Conjunto Residencial Rosas del Ateneo en el bulevar, que se encuentran muy bonitas porque tenemos el cuidado de regarlas, abonarlas y hacerles aseo 2 o 3 veces al año; también sembré un palito de níspero, que al principio estaba palúdico y amarillento, pero gracias a la colaboración de doña Miladys Daza Vda. de Daza, ahora vive verdecito y jarocho, y se le nota, aunque muy poco porque es de crecimiento lento, que crece porque periódicamente lo manda a regar y abonar, a diferencia de un mango ya grande que le regalé a mi prima Soco, la del famoso Sazón, que lo mandé a sembrar con su permiso y entusiasmo, pero que no hubo forma de que, a pesar de que pegó, progresara, porque le hicieron “mal de ojo”; en este caso se llamó agua caliente y terminó secándose.

Viene el verano y ahora “se verán los árboles llorando viendo rodar sus vestidos… las hojas secas caen con dolor sobre la tierra y les toca rodar”, pero ese es el lado malo, el otro, es el bueno: viene diciembre con su tristeza alegre, donde a pesar de la nostalgia que nos invade por tantos recuerdos, todo es alegría y ella se impone con la presencia masiva de toda la familia: los hijos con sus cónyuges, nietos, biznietos, tataranietos y hasta chorlitos, que como decía mi querida e inolvidable tía Blasina López, ya no eran nada de ella, que quieras o no te hacen rejuvenecer y te inyectan bríos y ganas de vivir. Bienvenido diciembre para gozarlo y disfrutarlo y además tener la dicha de verme rodeado, querido y atendido por “mi tribu”.

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Valledupar está lleno de propiedades abandonadas que la afean, dos de ellas: las antiguas instalaciones del FER de propiedad de la Gobernación, por tanto tiempo regentado por el buen amigo Joaquín Ovalle Barbosa, que siempre lo tuvo pintadito, limpio y bien atendido y hoy es una vergüenza abandonada y convertida en guarida de drogadictos y bandidos y la otra, la antigua sede de Corpocesar, que no sé de quién es y si por dentro sirve o está utilizada, pero por fuera parece un castillo tenebroso y abandonado. De verdad que la Procuraduría debería intervenir como defensora de la comunidad para sancionar a quien corresponda por detrimento y abandono de bienes de la Nación y se me olvidaba el lote de la esquina de la carrera 12 con calle 12 de propiedad del Bienestar Familiar, que nada hace con él y que también debe proceder a pintar sus instalaciones, que bien feas están.

Por: José Manuel Aponte Martínez.

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