Como ya les había contado, mi abuela vivía en la calle central, por así decirlo, que al mismo tiempo es la carretera por la que se entra desde Caracolí y que lleva a la sabana, El Perro, Guaimaral, El Vallito, y esa misma sale a la vía que conecta a Codazzi con Cuatro Vientos y desde ahí para el resto del mundo. Había puesto una tienda que ella misma atendía y siempre con la precaución de que los hijos de Eloy no se comieran los bolones de los frascos o le metieran la mano a la caja de las monedas.
Irse a coger cereza a la sabana era uno de los mejores planes de la época, por supuesto nada como irse a bañar a Garupal, en el balneario de “La Pluma” o “Pozo Izquierdo”; sin embargo, a esa aventura de las cerezas solo podían ir (escapadas, por supuesto) mis dos hermanas mayores y mi sobrina, porque cada ida era una pelea a puños con alguna de las niñas de sus edades. Lo que sí era seguro es que mi abuela no perdonaba una fajonera por desobedientes y traviesas.
Para los lectores que no conocen la fruta, la cereza era el producto típico de Los Venados; es una variedad con una drupa globosa de sabor agridulce que crecía en ese entonces de manera silvestre, por ende la cosecha reunía a toda la “pelaera”, pues el dulce y el jugo son un verdadero manjar.
El castigo para mis hermanas, además de la “limpia”, era que tenían que llegar a vender unos dulces que mi abuela hacía con la cáscara de la toronja, y por supuesto, sin yo tener nada que ver con las aventuras de ellas, también me acomodaba una palangana llena de estos manjares y salía a recorrer las calles del pueblo vendiendo de casa en casa.
Cierta ocasión llegué con mi palangana donde mi tía Leticia Córdoba; su sorpresa no pudo ser mayor al ver a uno de los hijos de Eloy vendiendo dulces en la calle. Me hizo poner la palangana en una mesa y me empezó a interrogar:
—¿Tu papá sabe que estás vendiendo en la calle? Apuesto que fue Irene quien te puso a vender. ¡Me hace el favor y se regresa con esos dulces para la casa, usted está muy chiquito para andar buscando un peligro en la calle!
Esa tarde, mientras regresaba desde donde mi tía hacia la casa de mi abuela, me cayó un aguacero y los dulces que me habían quedado terminaron en el fondo de un charco. Cuando mi papá se enteró de que mi abuela nos ponía a vender dulces, puso el grito en el cielo.
De esa época, cuando íbamos a pasar vacaciones donde mi abuela, aún tengo en la memoria unos personajes que eran parte de la cultura del pueblo. Por ejemplo, “Macho Solo” era el señor que vendía el hielo; León Yance, dueño de uno de los pocos carros que transportaban pasajeros desde Caracolí hacia Los Venados y viceversa; “Cayuya”, dueño de la única gallera que existía en el pueblo; la farmacia de don Pacho García y Edith Payares; Marina Payares, quien fue la primera enfermera del pueblo; Évila Suárez y su hermana Elba, quienes fueron mis maestras de primaria; “Carlos Évila”, Movilla, “el cachaco Darío”, “el cachaquito”, don Medardo Quintero e Ildefonsa Araujo, en ese entonces los más ricos del pueblo; “Chupa Tabaco”, “Manuelito Cuadro”, Otilio Suárez, el papá de la “seño Évila”, quien era el quiropráctico de la región: todo el que se descomponía un brazo o una pierna debía pasar por sus manos. El tratamiento era doloroso, pero efectivo. El primo Esteban Vásquez y sus billares, y no podía faltar la gran KZ Brisas del Cesar, donde aún recuerdo como si fuese ayer la vez que llevaron a tocar para unas fiestas patronales a Juan Piña con Juancho Rois.
Les puedo decir que era un pueblo de dos calles, un paso obligado hacia el río Cesar y para los que querían cortar camino hacia Chiriguaná y hacia el sur del departamento, pero con una magia única, lleno de historias, de misterios y de lo más hermoso que guardo en mi memoria: parte de mi infancia.
Por: Eloy Gutiérrez Anaya.





