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La rural mixta

En este punto de la historia ya tienen presente que les he contado casi todo lo interesante de mi niñez, o al menos lo que mi memoria aún guarda como un divino tesoro, y por supuesto no puedo excluir mis tres primeros años de colegio que para mi caso fueron atípicos porque recuerden que mi papá me paseó por casi todos los colegios del pueblo a pesar de que ya sabía leer y escribir perfectamente, pero por alguna razón que no entiendo hice kínder tres veces.

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En este punto de la historia ya tienen presente que les he contado casi todo lo interesante de mi niñez, o al menos lo que mi memoria aún guarda como un divino tesoro, y por supuesto no puedo excluir mis tres primeros años de colegio que para mi caso fueron atípicos porque recuerden que mi papá me paseó por casi todos los colegios del pueblo a pesar de que ya sabía leer y escribir perfectamente, pero por alguna razón que no entiendo hice kínder tres veces.

Para la época de los hechos solo existían dos colegios en Los Venados, la rural mixta número 1 que quedaba diagonal a la casa de mi tío Mario Valera y la número 2 que quedaba en la carretera vía a la sabana. Como era de costumbre, mi papá dejaba todo para última hora, nunca pisó un colegio para matricularnos, ni a una reunión ni nada que se le pareciera, y por eso entiendo lo de repetir el kínder. Ya habían empezado las clases y Jaime, mi hermano (q. e. p. d.), le preguntó a mi papá que si yo iba a estudiar. ¡Ah sí, llévalo y lo matriculas en kínder!  Mi hermano no dijo nada, me agarró de la mano y me llevó a la escuela (la rural mixta No. 1). Entramos al salón, conversó con Biali Barriga, que era una de las profesoras, mientras yo observaba a los niños leer; le preguntó que para qué año iba y Jaime le dijo que para kínder. Ella se sorprendió y le dijo: ¿Para kínder? Él está muy grande, vamos a hacerle una prueba. Me puso a leer una página de la cartilla Coquito, un par de sumas y unas planas. En tiempo récord las superé muy fácil. Biali le dijo a Jaime: “¡No’mbre, qué kínder ni qué kínder, él está apto para segundo”, así que me matricularon en segundo grado.

Siempre fui un estudiante inteligente, tenía cualidades y talentos, dibujaba muy bien, me gustaba cantar, pero era extremadamente tímido, así que uno de esos días que tocaba canto en el horario de clases me aventuré, vencí el miedo y me fajé con la canción “La ventana marroncita”, un éxito del momento del gran Diomedes Díaz con El Debe López. Por supuesto, los aplausos no se hicieron esperar, las palabras de felicitación de la “seño Biali” y, de inmediato, presa de los compañeros que empezaron a hacerme bullying, cuando eso no existía la palabra y uno no se traumatizaba, pero la montada de los compañeros era cruel.

Lo único que recuerdo del colegio es que siempre estuvo pintado de azul, creo que tenía alrededor de tres, máximo cuatro aulas, un enorme patio que siempre permanecía con maleza y grama alta y los recreos eran una locura porque terminábamos con los pantalones manchados de la grama. No tengo muchos recuerdos de esa escuela, pero en el año 2010 hice una visita al pueblo luego de casi 30 años de haberme ido y, por supuesto, pasé por ahí. Aún seguía del mismo color, casi en ruinas, y la habían acondicionado para un comedor escolar. No entré, solo le tomé una foto, la cual conservo para ilustración de un libro que escribí y que aún no publico.El siguiente año me matricularon en la rural mixta No. 2. Esta era de color amarillo pardo y la directora era la “seño” Évila Suárez. Al igual que la otra escuela, tenía creo que cuatro o cinco aulas, un gran patio con un sembrado de matas de plátano, algunos frutales y una pequeña acequia que atravesaba el patio del colegio. Era algo artesanal que hicieron para regar el sembradío, así que los recreos eran una amenaza para estas matas de plátano. Solo recuerdo de mis compañeros de salón a Edgar Pinto, a mis primos El Yoyo y Numan Gutiérrez Vega (ambos fallecidos), y a uno de los Matute, el cual fue uno de los que debí soportar ese año porque, además de acosarme más de una vez, me levantó a patadas sin más ni más; entre otras cosas, era mucho mayor que yo. Mi venganza llegaría por parte de uno de mis primos, al que apodamos “El Gringo”, buen peleador y mi vengador al final.

Por: Eloy Gutiérrez Anaya.

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