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Hay que cumplir

Recientemente murió un conocido en La Paz y me sorprendió que sus pobladores no acudieron masivamente a acompañarlo en la despedida de su viaje final pese al liderazgo ejercido por él, durante más de 50 años, consiguiendo obras de beneficio social para los pacíficos.

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Recientemente murió un conocido en La Paz y me sorprendió que sus pobladores no acudieron masivamente a acompañarlo en la despedida de su viaje final pese al liderazgo ejercido por él, durante más de 50 años, consiguiendo obras de beneficio social para los pacíficos. Como dicen en el pueblito de Jorge Oñate; muy baja la asistencia, por ende el velorio quedó malo. Al indagar por lo sucedido, me comentaron que su pueblo le otorgó un veto de castigo dado que él no cumplía.

Mi madre, pacifica de racamandaca, siempre le he escuchado que los pacíficos castigan si uno no los acompaña a las exequias de un familiar, por ello, siempre es cumplida, trata de no deber un solo pésame; la idea es que cuando muera la gente acuda máximamente a su entierro.

Por supuesto que mi madre sueña con un sepelio boatoctuoso, con asistencia extrema de todos los habitantes de la comarca, desea que sus honras fúnebres se realicen al buen estilo Diomedes Díaz, y que en peregrinación asistan muchos conocidos realizando plegarias al creador e invocándola en sus oraciones para que sea recibida por Dios en el reino de los cielos.

En la iglesia de la Concepción, despiden con una sagrada eucaristía a los vecinos del Cerezo, La Garita, La Guajira y Cañahuate, de hecho cuando a un cañaguatero le dan su adiós eterno en la iglesia de la Natividad ubicada en el barrio Novalito, sus vecinos repelan dicho acto de burguesía y no lo acompañan al sepelio porque piensan que cambió de estrato social y se olvidó del barrio que lo vio crecer.

Cuando fungí como cónsul de Colombia en Italia, tuve la oportunidad de conocer a una chica italiana, de impulsos alegres, dicharachera, y a pesar de ser una mujer exitosa y feliz; la vida la sorprendió con un derrame cerebral. Sorprendido, acudí de inmediato al centro asistencial donde fue atendida sin éxito y, a los 12 días de estar hospitalizada, partió de este mundo terrenal hacia el reino divino. Acompañé a sus familiares a la misa, y cuando pregunté dónde se iba a realizar la sepultura me comentaron que allí terminaba todo; la funeraria partía con el féretro rumbo al cementerio y ellos se encargaban en solitario de realizar la cristiana sepultura.

En la Paz y en general en los funerales realizados en los pueblos de la provincia, los familiares lloran a sus muertos, cerrados de luto y las mujeres con trapo en mano, requiebran al unísono a su ser querido.

En los altos estratos sociales de Valledupar las escenas de dolor se viven un poco más sofisticadas, la vestimenta apropiada es de lino y Olán, en colores claros y negros, la viuda engafada, porque ya es rica, en la elegante funeraria se abre espacio para la tertulia alrededor del difunto, se habla de política, de economía, de la situación del país, de ganadería y de chismes; otros toman café y apuntes sobre quién es la mejor vestida.

Como el muerto es de estrato 6 y residenciado en el Novalito, de seguro el padre Iceda es quien oficia la misa, en la prédica sostiene que lo frecuentaba y que el cristiano en su lecho de enfermo se encontraba arrepentido, es usual además que le rindan homenajes póstumos y entreguen pergaminos a sus deudos.

Cielo se apodera del sepelio y envía meseros y comida a atender el evento, conocidos y familiares allegan a la funeraria millares de racimos de flores acompañados con un mensaje de despedida al amigo que va en ascenso al cielo.

Una vez mi compadre Emiliano Cruz, aprovechando mi estancia en el Molino, me pidió que lo acompañara a dar un pésame de un paisano que había muerto, casualmente había sido vecino de toda la vida de su tío el Moreno Zabaleta. Allí no entendía lo que sucedía por cuanto la escena de dolor era tanta que la viuda, con pañuelo en mano, bastante humedecido por lágrimas de dolor, requebraba en voz alta, dando alaridos y gritos desahogándose ante los demás, exigiéndole al señor entendimiento para soportar el duro momento. Lo que sorprendió a todos era que las lágrimas eran acompañadas de un acto fisiológico, observado con asombro por los presentes. Cada vez que veía a un amigo de su marido, gritaba desesperada y desconsolada por la muerte y triste partida de su compañero, la viuda se orinaba las pantaletas; ante dicho acto de desconsolación, los presentes observaban y murmuraban, a la vez guardaban silencio hasta que el mejor amigo del difunto se acercó ante su comadre para decirle al oído: “Comadre ¿usted por qué al llorar también se orina?” y ella desprevenidamente le contestó:

…Compadre es que uno llora a sus muertos por el ojo que más le duele.

Por: Pedro Norberto Castro Araújo.

El Cuento de Pedro.

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