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El último cocuyo

Entre Aracataca y Fundación existió un lugar llamado El Cocuyo, un prostíbulo legendario que alumbró las noches de la bonanza marimbera y quedó grabado en la memoria de Macondo. Hoy solo vive en el recuerdo de quienes aún lo evocan como un pedazo de cielo tragado por el olvido.

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Entre Aracataca y Fundación existió una vez un sitio bastante concurrido por importantes personalidades locales y de la región, y creería que hasta nacionales e internacionales. Un lugar que despertaba con el ocaso y el anochecer lo llenaba de vida y alegría, aunque fuera hasta el amanecer.

Un espacio que colmaba de amor a aquel que lo solicitara y un refugio de esperanza para quien deseaba olvidar. Como lo describí en un capítulo dedicado a él en la novela El alcalde de Macondo, era un sitio que solo podía ser ubicado en la noche. Parecía que en el día se lo tragaba la tierra junto con los que en él habitaban.

Cuando oscurecía, en la vera del camino que comunicaba a los dos pueblos, se iluminaba una pequeña luz en un tablón negro colgado de un poste torcido. La diminuta intermitencia fugaz despedía fogonazos amarillentos y azulados, producto del cortocircuito del empalme artesanal que robaba la energía del cable central que atravesaba aquella vía. Y cuando más se oscurecía la noche, más notoria era la intermitencia, asemejando un cocuyo intentando atraer a su pareja. Lo cual, de igual forma, era el propósito del sitio.

¡O tempora o mores! Recuerda aún con nostalgia el exalcalde que inspiró mi obra, vanagloriándose de las visitas que hacía al sitio en aquellas épocas. Estuvo de moda hace décadas, durante la bonanza marimbera, la que reemplazó a la bananera en aquellas tierras, y que atrajo a cientos de hombres que, entre curiosidad y perversidad, acudían al negocio conocido como “El Cocuyo”, el prostíbulo más famoso de la región, camuflado entre los árboles que bordeaban la carretera y que parecía atrapado en el tiempo.

Muchas meretrices dejaron historia en aquel lugar, rompieron corazones y amaron sin amar, vendiendo sus cuerpos. Lograron conquistas laborales que hoy solo son recuerdos que algunos políticos prefieren olvidar, pero que en los archivos municipales queda constancia escrita. Quién no recuerda, por ejemplo, los famosos acuerdos municipales aprobados por los concejales de los tres pueblos que hacían presencia en su jurisdicción: el Programa Transitorio Popular (PTP), que realmente significaba Pago Temporal a las Putas, un subsidio otorgado durante el cese de actividades impuesto por la iglesia en Semana Santa.

Los que aún recuerdan dicho sitio dicen que por ahí desfilaron más de siete mil prostitutas, según las cuentas del negro Esperanza, administrador del lugar. Con casi dos metros de estatura, guiaba a los visitantes sonriendo entre la oscuridad. La blancura de sus dientes iluminaba la noche, vistiéndose de negro y fundiéndose con la sombra.

Por el lugar pasaron arrieros, campesinos, políticos, comerciantes, servidores públicos y hasta famosos de la farándula, quienes daban rienda suelta a lo inimaginable. Hipócritas morales que hoy niegan aquellas visitas, pero que alguna vez encontraron en “El Cocuyo” su destino de placer con tarifas para cualquiera.

Hoy, “El Cocuyo” es recordado como uno de esos lugares que pudieron tener el sello de Macondo. “¿Por qué no un reconocimiento de la Unesco?”, dice mi amigo el exalcalde, quien nunca lo ha olvidado y aún lo evoca con nostalgia. Ese pedazo de cielo que se tragó el olvido ya no existe; ni siquiera queda el poste torcido que alguna vez orientó al necesitado desde la vera del camino.

Por Jairo Mejía

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