COLUMNA

El Centro Histórico te habla

Soy yo, el Centro Histórico, la voz que nunca escuchas, el eco antiguo que sobrevive bajo el polvo del olvido.

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Soy yo, el Centro Histórico, la voz que nunca escuchas, el eco antiguo que sobrevive bajo el polvo del olvido.

Fui cuna, raíz y espejo de tu esencia vallenata. Mis piedras guardan los pasos de quienes fundaron tus certezas, de los hombres que soñaron una ciudad donde la palabra fuera noble y el silencio, respetuoso. Hoy te hablo, Valledupar, con la voz quebrada de quien alguna vez fue el corazón, y ahora late en la sombra de su propia historia.

Camina por mis calles, si te atreves. Verás puertas cerradas que antes eran umbrales de alegría. Ventanas que un día fueron ojos llenos de vida, hoy parpadean con miedo al amanecer. Mis techos, cansados, se inclinan como viejos sabios que presienten su caída. En mis noches, el viento ya no trae serenatas sino rumores. No es un silencio lleno de paz, es un silencio que pesa, que duele, que asusta.

Mis esquinas ya no huelen a café ni a madera recién lustrada, sino al abandono de los que no quisieron volver.

Yo, que conocí las solemnidades del Santo Ecce Homo, los danzantes del Corpus Christi, los indios que reverenciaban a la Virgen del Rosario, los ecos de los tambores que hacían temblar mis paredes de alegría.

Yo, que fui testigo del nacimiento del Festival Vallenato, cuando la poesía se hizo canto y el canto se volvió patria.

Yo, que guardé las risas de los niños con sus cometas en diciembre, el trote de las bicicletas, el silbido de las tardes y la inocencia que corría libre por mis callejones. Hoy, apenas escucho el arrullo de los ancianos que aún se sientan frente a mis fachadas descoloridas, repitiendo las historias que el tiempo ya no quiere escuchar.

Mis noches ya no son de tertulia ni de palabra. La voz del compadre se extinguió, y con ella, la costumbre de pensar la ciudad. La última que escuché fue la del turco Pavajeau, que se fue sin volver la mirada, dejándome el rumor triste de su adiós.

Fui morada de hombres ilustres, de músicos, de poetas, de comerciantes que honraban su palabra como contrato sagrado. En mis patios crecía la flor de la dama de noche; hoy, su perfume ha sido reemplazado por el hedor de la basura que algunos inconscientes me arrojan, como si el alma también pudiera ensuciarse.

Mira a mis hermanos, Valledupar:
Santa Marta, Cartagena, Mompox.
Ellos reverdecen, se enorgullecen de su herencia, se restauran con amor.
En ellos el pasado no es ruina, es joya viva.
Yo, en cambio, me consumo en la espera. Me envidio y me duelen mis grietas, pero más me duele tu indiferencia.

He visto colgar en mis muros el letrero repetido del “Se arrienda”, como epitafio de una ilusión. Nadie se interesa en emprender, nadie sueña conmigo. Soy testigo de la inercia, del desánimo, del miedo a volver a ser el alma que fui.

No me creas muerto. Aún me recorren las memorias.
Debajo de cada piedra hay una historia, en cada balcón dormita una canción, en cada sombra reposa una esperanza.

Soy antiguo, sí, pero también soy necesario.
Sin mí, Valledupar perdería su espejo.
Soy tu raíz más profunda, la que aún late cuando todo calla.
No permitas que me convierta en nostalgia, ni que la historia se me convierta en epitafio.
No soy una ruina: soy una promesa esperando quien la cumpla.

He visto pasar los siglos, y sé que toda ciudad que olvida su origen termina olvidando su destino.
Por eso te hablo, Valledupar, porque aún hay tiempo. Levanta la mirada hacia mis fachadas envejecidas, siente mis calles polvorientas como las venas de tu propia memoria. Escúchame con el alma, no con los oídos: aún puedo renacer si me amas de nuevo. Restaura mis casas, siembra en mí la vida que un día floreció sin permiso, haz de mi abandono una cuna otra vez.

No quiero ser un museo ni un mausoleo: quiero ser el corazón que palpita bajo tus días modernos.
Déjame volver a ser la plaza donde la gente se encuentra, donde la palabra se honra, donde la historia camina sin miedo.
Déjame sentir otra vez el paso de tus hijos y el canto de tus artistas.
Que mis noches vuelvan a tener guitarra, conversación y esperanza.
Hazme vivir, Valledupar.
Hazme vivir antes de que el polvo me venza.

Porque cuando yo muera, contigo morirá también la memoria.
Y sin memoria, Valledupar, no serás ciudad:
serás solo un nombre sin alma, una historia que nadie recordará.

Por: Jesús Daza Castro.

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