Como profesor trabajó para fundar la Banda 19 de Marzo de Laguneta, Córdoba, mientras luchaba por preservar las raíces del porro. Su vida la ha dedicado a investigar y a enseñar lo que descubre.
La oficina de Miguel Emiro Naranjo, fundador y director de la Banda 19 de Marzo de Laguneta, Córdoba, en su casa en Planeta Rica, Córdoba, es la de un docente, de un investigador. En ella se encuentran solo libros, ubicados en estantes y en varios escritorios, entre ellos los seis que ha escrito. En tres gavetas, que hacen parte de un mueble enclavado en la pared, guarda el material para redactar un número igual de textos, mientras que, a través de su computador portátil, corrige su próximo libro. El único instrumento musical visible es una dulzaina.
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En una vitrina guarda discos de larga duración, entre ellos uno de Pablo Flórez, a quien incluye en la lista de los músicos a los que admira en Colombia. En la pared de su despacho reposan los títulos académicos y honorarios, además, los reconocimientos hechos por festivales, organizaciones culturales y entidades públicas. También cuelga un pendón en el que aparece al lado de Alejandro Durán y Enrique Díaz, lo que llevó al maestro Miguel Emiro a recordar la frase pronunciada por Durán en la que comparó a Planeta Rica con Belén, porque a ella habían llegado tres reyes: el del festival vallenato, del sabanero, y el de porros de San Pelayo.
Llueve torrencialmente en Planeta Rica, el sonido de los rayos hace retumbar los vidrios de las ventanas de la oficina, donde nos hemos ido a ubicar, después de conocer los interiores de su vivienda. Sentados en ella, quise reiniciar la conversación que habíamos comenzado en la terraza, entonces volvió a decirme que había llegado a Planeta Rica por decisión de un político de Ciénaga de Oro, que lo trasladó como maestro de escuela de Laguneta hacia un lugar más alejado.
Quise adentrarme en ese tema, pero me respondió que eso lo trataríamos más adelante porque quería hablarme del inicio de su vida. Entonces comenzó a contarme: “Me decía mi madre que estando yo en su vientre ella cantaba y cuando lo hacía me movía como si gozara con su canto, es que ella tenía una voz hermosa. Interpretaba boleros, rancheras, tangos, es decir, la música que estaba de moda en los años cuarenta cuando vine al mundo. Acostado en una hamaca hecha con cepa de plátano, porque no tuve cuna, ella me cantaba”.
Continúa: “Cuando papá se enteró de mi inclinación por la música comenzó a regalarme, en navidad, pitos, una dulzaina y hasta un pito de barro. El contacto con estos instrumentos me hizo un autodidacta precoz, con ellos comencé a interpretar lo que mi mamá cantaba. En la familia decían que iba a ser músico, pero nadie tomó la decisión de matricularme en alguna de las escuelas de música que existían en el lugar donde nací, Ciénaga de Oro”.
“Fui creciendo y me mandaron a la escuela primaria en compañía de una amiga eterna, la dulzaina. La interpretación de canciones con ella me abrió puertas con los docentes y compañeros de clase. Me volví imprescindible en las actividades culturales que organizaban en el plantel educativo. Cuando fui al bachillerato unos chocoanos, que eran los dueños del colegio Espíritu Santo, me dijeron: ‘Naranjo, usted que tiene aptitud para la música, por qué no se vincula con la banda de música’. Yo les dije que no lo hacía por carecer de recursos económicos para adquirir el uniforme. Recibí como respuesta que tenía que aprovechar mi talento y que ellos me colaborarían. Así lo hice, y la primera melodía que me aprendí con el cornetín fue ‘La Diana…’”.
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“… Me fui haciendo conocer tanto que músicos locales me buscaban para que los acompañara tocando la tumbadora, la guacharaca u otro instrumento. Cualquier día pasé por donde practicaba la Sonora Panagua, que dirigía el maestro Johnny Sáenz Causil, quien me dijo: ‘Si quieres puedes aprender a tocar saxofón’. Debía tener doce o trece años y le di diez pesos para que lo comprara, pero no volví porque tanto el colegio como otras actividades me lo impidieron.
Iba creciendo y junto a ese proceso físico aumentaba la necesidad de tener ingresos económicos, entonces una tía y un primo me prestaron una cámara fotográfica. Me convertí en el fotógrafo del pueblo, estaba presente con mi cámara en eventos sociales, religiosos y culturales. Todo sucedió sin que me olvidara de la dulzaina, la que utilizaba cuando existía un motivo para componer una canción. Esas composiciones gustaban porque estaban asociadas con lo que sucedía en el pueblo.
Un día cualquiera, después de terminar el bachillerato, en 1964, escuché por las bocinas de la parroquia anunciar que necesitaban bachilleres para ser vinculados con el magisterio. Me inscribí y me escogieron. Me ofrecieron la plaza docente de Laguneta y acepté. Recuerdo que dije: ‘Si queda después del infierno, hasta allá iré’. Es que necesitaba trabajar, ser independiente, crecer como ser humano, como músico, como futbolista. No quería ser campesino, porque yo vivía su situación, sabía de su sufrimiento, tanto que, después, les compuse la canción, ‘Volver al campo’. Se la dediqué al hombre humilde del campo quien en medio de tanta injusticia social, le ha tocado pagar los platos rotos.
La primera imagen que tuve de este pueblo fue la de no tener más de cuatrocientos habitantes y un poco más de un centenar de casas. Cuando me presenté con el inspector de policía le dije: ‘Yo soy el profesor’. Este debió poner cara de sorpresa porque yo era un pelado, tanto que no había sacado la cédula de ciudadanía.
Cualquier día les dije a mis alumnos que implementaríamos una nueva asignatura, la de música, la que desarrollaríamos los sábados en la mañana. Para introducirnos en la materia les pedí que llevaran sus composiciones musicales, pero la respuesta fue presentarse con trozos de caña de arroz, de maíz, de papaya, hojas de plantas naturales y recipientes metálicos, de los grandes, de galletas Saltín Noel.
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La clase de instrumentos y el que interpretaran porros como ‘Mata e Caña’ y fandango ‘El Doctor Vergara’, me llevaron a replantear la idea que tenía con la clase sabatina. Les indagué cómo habían conocido la canción, me dijeron que la escuchaban en las fiestas patronales, interpretadas por las bandas de viento. Terminé, tras interpretar otros porros, en el centro del fandango. Ese para mí fue el primer movimiento musical encaminado hacia la conformación de la Banda 19 de marzo de Laguneta.
A finales de 1964 llegó a Laguneta, procedente de Ciénaga de Oro, Juancho Oviedo Ortega, el compositor de la canción ‘Tres puntá’. Fue cuando junto con él y un chocoano, que era maestro en la escuela, organizamos un pequeño conjunto musical. Juancho interpretaba el saxofón y una Marimbula que fabricó, el chocoano la tumbadora, yo la dulzaina y cantaba. Interpretábamos música de nuestra autoría, entre ellas una que se llama ‘El negro parrandero’, dedicado a mi compañero chocoano José Reyes Valencia; y la que le compuse a una lagunitera de la que me enamoré, y quien es mi esposa, la que nunca grabé y es la que utilizamos en la Banda como eslogan. A ese pequeño grupo lo considero el corpus musical que años después tendría forma de banda de viento.
Es la única dueña de mi vida
Vivo solo para ella
Es mi cielito adornado
Adornado por estrellas.
La música me generó empatías con padres de familia y estudiantes, tanto que un grupo de ellos me pidieron, un 19 de marzo de 1966, que nos reuniéramos en mi casa después de la misa en honor a San José. Me expusieron el proyecto que tenían, el de crear una banda de viento y para materializarlo contrataron al profesor Alfonso Piña. Fue este quien al llegar me dijo: ‘Usted es músico’. Entonces le conté lo que he venido diciéndole y me reiteró: ‘No señor, usted es músico, lo que hay es que pulirlo. Yo me voy a encargar de eso’. Pero qué va, solo duró con nosotros tres semanas, no regresó. Quedé picado, motivado, por eso busqué a Juancho Oviedo para que me fuera puliendo.
Después llegó el maestro Octaviano Mejía, de Cereté, su vinculación fue por tres meses, por lo que me esmeré por aprender. Aproveché, también, para mostrarle mis composiciones musicales que eran varias. Pero, fíjese usted, ninguna era porro, yo tenía la influencia de la música antillana, la de Los Corraleros de Majagual, de Aníbal Velásquez. También de los músicos y compositores de Planeta Rica como Antolín Lenes, Pablo Flores, entre otros. Es que el porro interpretado por las bandas era marginal, sin espacios, salvo las fiestas patronales de los pueblos.
Octaviano, al marcharse, se reunió con los estudiantes y padres de familias y les dijo que me encargaran de la dirección de la Banda. Dos fueron sus argumentos: el ser maestro, lo que implicaba ser respetado y mis aptitudes para la música. Desde ese momento fui considerado como fundador y director de la Banda 19 de Marzo de Laguneta.
Los primeros instrumentos los compramos subastando productos agrícolas y aves de corral que nos regalaban. Después llegaron otras ayudas, incluyendo una partida presupuestal que dispuso el Concejo municipal de Ciénaga de Oro.
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Nuestro primer contrato fue en San Antonio Nuevo, corregimiento de Sahagún. En ese lugar vivimos una inolvidable historia que inició con el hecho de que solo nos sabíamos seis canciones, las que tocamos de adelante hacia atrás, de atrás hacia adelante, en forma de mosaico. Después, surgió otro evento, los ricos del pueblo, que nos habían pagado ochocientos pesos por el toque, dispusieron reunir quinientos pesos más para que tocáramos de cuatro a nueve de la mañana.
Pero el cansancio, la embriagues de ron, el sueño y el hambre fueron haciendo mella en nosotros, tanto que carecíamos de fuerza para interpretar las canciones. Entonces buscaron solucionar lo del hambre con un suero, yuca y queso, lo que después de ingerirlo llevó a uno de nuestros músicos a decir: ‘Músico comido, músico ido’.
Salimos corriendo por entre una paja y la gente comenzó a perseguirnos como ladrones. Y cada vez que el bejuco de la paja golpeaba el cuero del bombo, nuestros perseguidores gritaban: ‘Ahí van’. Corrimos hasta que logramos evadirlos, entonces descansamos en la finca de Custodio Macea, quien nos brindó un sancocho de pavo, hamacas y catres para que durmiéramos. Cuando llegamos a Laguneta encontramos la noticia de que nos habían dado una palera en San Antonio Nuevo. Después de ese evento me retiré de la Banda por unos días, pero el escucharlos practicar me llevó a volver, con mi trompeta, al grupo.
Después, fueron otras las noticias que se supieron de nosotros, entre ellas, que éramos disciplinados. Es que desde un principio les inculqué a mis músicos el sentido de la responsabilidad, la misma disciplina que les exigía a mis estudiantes de primaria. Para entonces me ponía a pensar en la necesidad de que surgiera un quijote como yo que liderara un proceso musical en el que confluyera la disciplina, la dignidad y la investigación. Fue a partir de 1967 cuando me di a la tarea de hacer con la música una empresa.
Después de 1969 comencé a hacer escuela en materia musical en la región circunvecina a Laguneta, lo hacía con la misma filosofía que imponía a los miembros de mi Banda. Me montaba en un caballo e iba por caminos de herradura creando bandas de viento, esto por primera vez lo comento. Arranqué por Santiago del sur o pobre, de ahí agarré para La Magdalena, que le dicen Tapa del Frasco, donde había un grupo de jóvenes esperándome para armar una banda de música. Salí a la carretera y llegué a San Andresito, donde también me esperaban. Así sucedió en Colomboy y Aguaditas. Radicado en Planeta Rica, en 1973, llegó Miguel Martínez y me dijo: ‘He venido a buscarlo porque quiero que me acompañe a conformar una banda en La Ye’.
En 1972 me trasladaron como docente hacia la escuela unitaria de La Saca, en el municipio de San Carlos, Córdoba, la que quedaba en medio de una finca. Las viviendas estaban dispersas de la escuela que era una paja, un rancho, y en las que no existían las condiciones mínimas para instalarme como se lo hice saber al inspector de policía.
Me fui e hice un convenio con Luis Restan Pacheco, quien tenía un caballo para movilizarse, para que me reemplazara y yo le firmaba lo que fuera necesario para que le pagaran. No quería desvincularme del magisterio, sin tener una idea clara de qué hacer.
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Seguí viviendo en Laguneta, pero con la visión de mudarme para acá. Hubo una circunstancia que me ayudó a hacerlo: un día cualquiera un amigo me dijo que lo acompañara, junto con el chocoano, a atender al gerente de la Caja Agraria de Ciénaga de Oro. Fuimos con los instrumentos musicales, él también era músico, casi amanecimos tomando y cantando.
En medio de la parranda me ofreció un crédito por valor de diez mil pesos destinado para sembrar maíz, lo tramitamos y cuando me entregaron el dinero, le dije a mi esposa que nos íbamos para Planeta Rica, adquirí la vivienda y nos mudamos. Fue en ese tiempo cuando viajé a Bogotá, haciendo parte de la banda de viento ‘A número 4 de San Pelayo’, que amenizó una fiesta en corraleja en la plaza Santa María. En ese viaje me encontré con los chocoanos, los hermanos Salazar Perea, que habían sido mis profesores en Ciénaga de Oro.
Hasta que llegó el primer apoyo para la Banda, fuimos contratados para amenizar tres bailes en el teatro Planeta, en época novembrina. Eso resultó fundamental porque nos hicimos conocer por la sociedad de esta localidad, la que, a partir de ese momento, nos adoptó como su grupo musical.
Pero hubo un factor determinante en su consolidación, la bonanza marimbera.
En casi todos los pueblos circunvecinos había un marimbero que hizo de nuestra Banda su agrupación preferida, con las ventajas económicas que nos trajo a todos los integrantes. Era tanto lo que ganaba en una noche que lo que percibía en el magisterio resultaba irrisorio. Fue, entonces, cuando renuncié al cargo de maestro.
Paralelo a ese proceso económico, yo llevaba el mío, posesionar mi nombre y el de la Banda. Para eso me empeñé en pagar puntualmente los créditos personales y bancarios. De esa forma, y a través de la música, fui construyendo un patrimonio material con el que darles a mis hijos una vida distinta a la que tuve cuando niño.
Al año de estar acá me encontré con Alejo Durán, me visitó, después yo lo hice. Nos hicimos buenos amigos. Al año siguiente el encuentro fue con Enrique Díaz, éramos casi vecinos, pero él tenía un temperamento distinto al de Alejo. Ellos salían y duraban meses en correduría, mientras yo hacía como la vaca parida, salía, pero enseguida volvía. Ahora permanecemos juntos en el parque de los juglares, donde nos hicieron un homenaje con tres bustos.
Un 17 de marzo de 1975 tocábamos en un cabaret en Planeta Rica donde llegaron unos antioqueños que nos escucharon, entonces uno de ellos se me acercó y me dijo que quería grabarnos unas canciones. Nos arreglamos por 17 mil pesos y grabamos para la Industria Nacional del Sonido el disco de larga duración que se llama ‘Fiesta en la Costa’.
Al año siguiente nos pasamos para Discos Victoria y grabamos Fiesta sinuana. En total, en Medellín grabamos ocho discos de larga duración. Después, continuamos haciéndolo en Barranquilla en Tropical y Felicito Récord. En 1989 hicimos el primero de los dos discos de larga duración llamados ‘Antología de Porros y fandangos’, que hacen parte de un trabajo investigativo que hice sobre estos aires, basados en canciones tradicionales, los que se constituyeron en un éxito.
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Temas como el ‘Gavilán Garrapatero’, que es del folclor, nos ayudaron a consolidar como Banda, además, para cuando comenzamos a grabar, la gente consumía mucha música folclórica, entre ellos el porro.
Mi primer éxito creo que es ‘Río Sinú’, aunque ya había canciones sonando, pero este rebosó la copa de la importancia musical. ‘Río san Jorge’ también es otro de mis grandes éxitos. Lo compuse porque la sociedad de Planeta Rica me pidió que le cantara a este río.
Ya amaneció, ya brilla el sol
Se oye el trinar del pajarillo
Se oye bajar del Paramillo
Una corriente hecha canción.
Sin embargo, comienzo a entender que los logros de la Banda 19 de Marzo de Laguneta no han dependido de lo grabado, sino de algunos premios alcanzados. Ganamos en el Festival nacional del Porro, eso cuenta. Nosotros éramos presentados en la televisión a menudo, cuando el programa de Jimmy Salcedo, eso también fue importante, por citar algunos de los triunfos que hemos obtenido.
Hay algo que poca gente conoce, cuando supe que la música iba a ser mi profesión me fui por unos meses para San Pelayo a estudiar el porro del estilo pelayero, cuyas características principales es el de ser improvisado, inspirado, espontaneo, abierto al dialogo. Digo porro en ese estilo porque eso de palitiao es un cuento local.
Mis aportes al porro son muchos, entre ellos podemos mencionar las composiciones que he hecho, mi estilo de interpretarlo, que es compuesto por tres zonas geográficas: la del Sinú, la del San Jorge y de la Sabana. El primero es improvisado, el segundo es orquestado y el otro es lírico. Otro aporte es el de la investigación de este aire musical, lo que me ha permitido saber que en él se reúnen dos sentimientos encontrados: el melancólico y el alegre. Si la melodía del porro no se hubiera encontrado con una rítmica alegre no existiera. Por eso es que este aire es un híbrido, tiene la lírica española, la rítmica negra y la melodía indígena.
Otro aporte es el de la dignificar el porro, luchar porque no siguiera viéndose como música marginal. Por eso, en defensa de la tradicionalidad, les he pedido a los músicos universitarios que no lo modifiquen, que respeten la visión de nuestros abuelos cuando lo compusieron.
Que lo estudien, que hagan sus aportes, pero que sean mínimos. Es que no deben olvidar que el porro no nació con los instrumentos traídos por los europeos, sino con los tradicionales, lo de las gaitas. De no respetarse la visión, la tradicionalidad, sucederá que cada generación irá destruyendo la obra anterior. Al final del proceso de remover las bases musicales, no tendremos nada, porque todo fue arrasado por lo que llaman el pensamiento moderno. En fin, propongo algo nuevo sin destruir las huellas del pasado.
Mi defensa al porro es de vieja data, tanto que en 1978 compuse ‘La Protesta del Porro’ después de ver en San Pelayo a gran parte de la juventud escuchando música vallenata, en vez de porros, fandangos, puyas. Me inspiré y canté:
Un porro estaba llorando
A orillas del río Sinú
Porque lo había abandonado
Parte de la juventud
Fíjese los que nos pasó en Atenas, Grecia, con el porro: después de la cena de bienvenida que nos dieron en la embajada colombiana, salimos a dar un paseo en compañía de un grupo de personalidades, entre ellos el embajador en ese país, Juan Fernando Cristo, y al llegar a Pireo sucedió algo que he venido contando.
En ese lugar había un escenario y a nuestro traductor, Oscar Alvear Nieto, se le ocurrió que ofreciéramos, a un grupo de turistas del puerto, una tanda musical. Subimos al escenario y tomando un micrófono expresé: ‘¡Damas y señores, esta es la Banda 19 de Marzo de Laguneta, queremos ofrecerles la música de Colombia, representada en el porro!’ Tras mi anuncio escuchamos un coro: ‘¡Marihuana de Colombia!’ Después entendí que el rechazo no era para nuestro aire musical sino para la palabra, porque la RAE la tiene registrada de esa forma en sus diccionarios. De inmediato a comenzamos a tocar. A la segunda interpretación hasta los que nos habían mencionado la hierba, gozaban, bailaban porro.
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Mi lucha por las bandas comenzó cuando tomé la decisión de dignificar mi trabajo como músico. Recuerdo que cuando alguna gente de la sociedad de estos pueblos me decía que necesitaba que llevara la bandita a su casa, yo les respondía: ‘Tengo una banda, no una bandita, y se llama 19 de marzo de Laguneta’. Lo mismo fue con el valor del trabajo.
Las fiestas patronales en un principio eran un medio de trabajo, pero, después, pasaron de patronal cultural a comercial. En ellas todo el mundo se aprovecha del otro. Las corralejas son una explotación al músico de banda, no le pagan lo que deben por su trabajo, por eso retiré la mía de ese tipo de espectáculos hace más de veinte años. Sin embargo, no pasó nada porque los músicos siguen ofreciéndose a menos precios que otros.
Con algunos porros de mi autoría he elevado una voz de protesta por la forma cómo es mirada y tratada la banda como organización musical. Una vez alguien quiso contratar la Banda 19 de Marzo y le pedí quince mil pesos, como valor del contrato, y me ofreció doce mil, por lo que no hubo acuerdo. Fue una lucha entre el capitalismo y el trabajo digno. Me fui a esperar el bus para regresar a Planeta y comencé a componer:
Yo soy el porro sinuano
Y también soy sabanero
En la plaza soy el amo
No tengo competidor.
La lluvia ha cesado, nos hemos trasladado de su despacho hasta el patio, un espacio donde, además de una mesa y varios taburetes, está un tablero en el que están escritas unas notas musicales. Entonces, como advirtiendo mis pensamientos, me dice que su vocación es la música y su imaginario es el de seguir siendo maestro.
“Nunca he perdido la condición de educador, de la que me hicieron renunciar en Laguneta. Yo aún recuerdo una poesía que me aprendí, cuando hacía tercer año de primaria, que me marcó: Vedle cómo surge y se levanta, en aras de su noble ideal, en la lucha de la vida no lo espanta, no le abate, a tormenta el mal, corregir y enseñar y enseñar esa es su norma, guiar a la niñez su ambición, ha aquí este humilde servidor, que te ofrece alma, vida y corazón’.
“Usted me pregunta qué cómo me gustaría que me recuerden después de mi muerte, le respondo que eso es subjetivo, además, hay tantas facetas en mi vida. Sin embargo, considero que vine al mundo a cumplir las funciones de inducir y conducir todo lo que el folclor me ha entregado. Todo eso lo he hecho con el fin de hacer un proceso dignificante para la música, el folclor, las bandas y el porro”.
Por Álvaro de Jesús Rojano Osorio
Como profesor trabajó para fundar la Banda 19 de Marzo de Laguneta, Córdoba, mientras luchaba por preservar las raíces del porro. Su vida la ha dedicado a investigar y a enseñar lo que descubre.
La oficina de Miguel Emiro Naranjo, fundador y director de la Banda 19 de Marzo de Laguneta, Córdoba, en su casa en Planeta Rica, Córdoba, es la de un docente, de un investigador. En ella se encuentran solo libros, ubicados en estantes y en varios escritorios, entre ellos los seis que ha escrito. En tres gavetas, que hacen parte de un mueble enclavado en la pared, guarda el material para redactar un número igual de textos, mientras que, a través de su computador portátil, corrige su próximo libro. El único instrumento musical visible es una dulzaina.
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Llueve torrencialmente en Planeta Rica, el sonido de los rayos hace retumbar los vidrios de las ventanas de la oficina, donde nos hemos ido a ubicar, después de conocer los interiores de su vivienda. Sentados en ella, quise reiniciar la conversación que habíamos comenzado en la terraza, entonces volvió a decirme que había llegado a Planeta Rica por decisión de un político de Ciénaga de Oro, que lo trasladó como maestro de escuela de Laguneta hacia un lugar más alejado.
Quise adentrarme en ese tema, pero me respondió que eso lo trataríamos más adelante porque quería hablarme del inicio de su vida. Entonces comenzó a contarme: “Me decía mi madre que estando yo en su vientre ella cantaba y cuando lo hacía me movía como si gozara con su canto, es que ella tenía una voz hermosa. Interpretaba boleros, rancheras, tangos, es decir, la música que estaba de moda en los años cuarenta cuando vine al mundo. Acostado en una hamaca hecha con cepa de plátano, porque no tuve cuna, ella me cantaba”.
Continúa: “Cuando papá se enteró de mi inclinación por la música comenzó a regalarme, en navidad, pitos, una dulzaina y hasta un pito de barro. El contacto con estos instrumentos me hizo un autodidacta precoz, con ellos comencé a interpretar lo que mi mamá cantaba. En la familia decían que iba a ser músico, pero nadie tomó la decisión de matricularme en alguna de las escuelas de música que existían en el lugar donde nací, Ciénaga de Oro”.
“Fui creciendo y me mandaron a la escuela primaria en compañía de una amiga eterna, la dulzaina. La interpretación de canciones con ella me abrió puertas con los docentes y compañeros de clase. Me volví imprescindible en las actividades culturales que organizaban en el plantel educativo. Cuando fui al bachillerato unos chocoanos, que eran los dueños del colegio Espíritu Santo, me dijeron: ‘Naranjo, usted que tiene aptitud para la música, por qué no se vincula con la banda de música’. Yo les dije que no lo hacía por carecer de recursos económicos para adquirir el uniforme. Recibí como respuesta que tenía que aprovechar mi talento y que ellos me colaborarían. Así lo hice, y la primera melodía que me aprendí con el cornetín fue ‘La Diana…’”.
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Iba creciendo y junto a ese proceso físico aumentaba la necesidad de tener ingresos económicos, entonces una tía y un primo me prestaron una cámara fotográfica. Me convertí en el fotógrafo del pueblo, estaba presente con mi cámara en eventos sociales, religiosos y culturales. Todo sucedió sin que me olvidara de la dulzaina, la que utilizaba cuando existía un motivo para componer una canción. Esas composiciones gustaban porque estaban asociadas con lo que sucedía en el pueblo.
Un día cualquiera, después de terminar el bachillerato, en 1964, escuché por las bocinas de la parroquia anunciar que necesitaban bachilleres para ser vinculados con el magisterio. Me inscribí y me escogieron. Me ofrecieron la plaza docente de Laguneta y acepté. Recuerdo que dije: ‘Si queda después del infierno, hasta allá iré’. Es que necesitaba trabajar, ser independiente, crecer como ser humano, como músico, como futbolista. No quería ser campesino, porque yo vivía su situación, sabía de su sufrimiento, tanto que, después, les compuse la canción, ‘Volver al campo’. Se la dediqué al hombre humilde del campo quien en medio de tanta injusticia social, le ha tocado pagar los platos rotos.
La primera imagen que tuve de este pueblo fue la de no tener más de cuatrocientos habitantes y un poco más de un centenar de casas. Cuando me presenté con el inspector de policía le dije: ‘Yo soy el profesor’. Este debió poner cara de sorpresa porque yo era un pelado, tanto que no había sacado la cédula de ciudadanía.
Cualquier día les dije a mis alumnos que implementaríamos una nueva asignatura, la de música, la que desarrollaríamos los sábados en la mañana. Para introducirnos en la materia les pedí que llevaran sus composiciones musicales, pero la respuesta fue presentarse con trozos de caña de arroz, de maíz, de papaya, hojas de plantas naturales y recipientes metálicos, de los grandes, de galletas Saltín Noel.
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A finales de 1964 llegó a Laguneta, procedente de Ciénaga de Oro, Juancho Oviedo Ortega, el compositor de la canción ‘Tres puntá’. Fue cuando junto con él y un chocoano, que era maestro en la escuela, organizamos un pequeño conjunto musical. Juancho interpretaba el saxofón y una Marimbula que fabricó, el chocoano la tumbadora, yo la dulzaina y cantaba. Interpretábamos música de nuestra autoría, entre ellas una que se llama ‘El negro parrandero’, dedicado a mi compañero chocoano José Reyes Valencia; y la que le compuse a una lagunitera de la que me enamoré, y quien es mi esposa, la que nunca grabé y es la que utilizamos en la Banda como eslogan. A ese pequeño grupo lo considero el corpus musical que años después tendría forma de banda de viento.
Es la única dueña de mi vida
Vivo solo para ella
Es mi cielito adornado
Adornado por estrellas.
La música me generó empatías con padres de familia y estudiantes, tanto que un grupo de ellos me pidieron, un 19 de marzo de 1966, que nos reuniéramos en mi casa después de la misa en honor a San José. Me expusieron el proyecto que tenían, el de crear una banda de viento y para materializarlo contrataron al profesor Alfonso Piña. Fue este quien al llegar me dijo: ‘Usted es músico’. Entonces le conté lo que he venido diciéndole y me reiteró: ‘No señor, usted es músico, lo que hay es que pulirlo. Yo me voy a encargar de eso’. Pero qué va, solo duró con nosotros tres semanas, no regresó. Quedé picado, motivado, por eso busqué a Juancho Oviedo para que me fuera puliendo.
Después llegó el maestro Octaviano Mejía, de Cereté, su vinculación fue por tres meses, por lo que me esmeré por aprender. Aproveché, también, para mostrarle mis composiciones musicales que eran varias. Pero, fíjese usted, ninguna era porro, yo tenía la influencia de la música antillana, la de Los Corraleros de Majagual, de Aníbal Velásquez. También de los músicos y compositores de Planeta Rica como Antolín Lenes, Pablo Flores, entre otros. Es que el porro interpretado por las bandas era marginal, sin espacios, salvo las fiestas patronales de los pueblos.
Octaviano, al marcharse, se reunió con los estudiantes y padres de familias y les dijo que me encargaran de la dirección de la Banda. Dos fueron sus argumentos: el ser maestro, lo que implicaba ser respetado y mis aptitudes para la música. Desde ese momento fui considerado como fundador y director de la Banda 19 de Marzo de Laguneta.
Los primeros instrumentos los compramos subastando productos agrícolas y aves de corral que nos regalaban. Después llegaron otras ayudas, incluyendo una partida presupuestal que dispuso el Concejo municipal de Ciénaga de Oro.
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Nuestro primer contrato fue en San Antonio Nuevo, corregimiento de Sahagún. En ese lugar vivimos una inolvidable historia que inició con el hecho de que solo nos sabíamos seis canciones, las que tocamos de adelante hacia atrás, de atrás hacia adelante, en forma de mosaico. Después, surgió otro evento, los ricos del pueblo, que nos habían pagado ochocientos pesos por el toque, dispusieron reunir quinientos pesos más para que tocáramos de cuatro a nueve de la mañana.
Pero el cansancio, la embriagues de ron, el sueño y el hambre fueron haciendo mella en nosotros, tanto que carecíamos de fuerza para interpretar las canciones. Entonces buscaron solucionar lo del hambre con un suero, yuca y queso, lo que después de ingerirlo llevó a uno de nuestros músicos a decir: ‘Músico comido, músico ido’.
Salimos corriendo por entre una paja y la gente comenzó a perseguirnos como ladrones. Y cada vez que el bejuco de la paja golpeaba el cuero del bombo, nuestros perseguidores gritaban: ‘Ahí van’. Corrimos hasta que logramos evadirlos, entonces descansamos en la finca de Custodio Macea, quien nos brindó un sancocho de pavo, hamacas y catres para que durmiéramos. Cuando llegamos a Laguneta encontramos la noticia de que nos habían dado una palera en San Antonio Nuevo. Después de ese evento me retiré de la Banda por unos días, pero el escucharlos practicar me llevó a volver, con mi trompeta, al grupo.
Después, fueron otras las noticias que se supieron de nosotros, entre ellas, que éramos disciplinados. Es que desde un principio les inculqué a mis músicos el sentido de la responsabilidad, la misma disciplina que les exigía a mis estudiantes de primaria. Para entonces me ponía a pensar en la necesidad de que surgiera un quijote como yo que liderara un proceso musical en el que confluyera la disciplina, la dignidad y la investigación. Fue a partir de 1967 cuando me di a la tarea de hacer con la música una empresa.
Después de 1969 comencé a hacer escuela en materia musical en la región circunvecina a Laguneta, lo hacía con la misma filosofía que imponía a los miembros de mi Banda. Me montaba en un caballo e iba por caminos de herradura creando bandas de viento, esto por primera vez lo comento. Arranqué por Santiago del sur o pobre, de ahí agarré para La Magdalena, que le dicen Tapa del Frasco, donde había un grupo de jóvenes esperándome para armar una banda de música. Salí a la carretera y llegué a San Andresito, donde también me esperaban. Así sucedió en Colomboy y Aguaditas. Radicado en Planeta Rica, en 1973, llegó Miguel Martínez y me dijo: ‘He venido a buscarlo porque quiero que me acompañe a conformar una banda en La Ye’.
En 1972 me trasladaron como docente hacia la escuela unitaria de La Saca, en el municipio de San Carlos, Córdoba, la que quedaba en medio de una finca. Las viviendas estaban dispersas de la escuela que era una paja, un rancho, y en las que no existían las condiciones mínimas para instalarme como se lo hice saber al inspector de policía.
Me fui e hice un convenio con Luis Restan Pacheco, quien tenía un caballo para movilizarse, para que me reemplazara y yo le firmaba lo que fuera necesario para que le pagaran. No quería desvincularme del magisterio, sin tener una idea clara de qué hacer.
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Seguí viviendo en Laguneta, pero con la visión de mudarme para acá. Hubo una circunstancia que me ayudó a hacerlo: un día cualquiera un amigo me dijo que lo acompañara, junto con el chocoano, a atender al gerente de la Caja Agraria de Ciénaga de Oro. Fuimos con los instrumentos musicales, él también era músico, casi amanecimos tomando y cantando.
En medio de la parranda me ofreció un crédito por valor de diez mil pesos destinado para sembrar maíz, lo tramitamos y cuando me entregaron el dinero, le dije a mi esposa que nos íbamos para Planeta Rica, adquirí la vivienda y nos mudamos. Fue en ese tiempo cuando viajé a Bogotá, haciendo parte de la banda de viento ‘A número 4 de San Pelayo’, que amenizó una fiesta en corraleja en la plaza Santa María. En ese viaje me encontré con los chocoanos, los hermanos Salazar Perea, que habían sido mis profesores en Ciénaga de Oro.
Hasta que llegó el primer apoyo para la Banda, fuimos contratados para amenizar tres bailes en el teatro Planeta, en época novembrina. Eso resultó fundamental porque nos hicimos conocer por la sociedad de esta localidad, la que, a partir de ese momento, nos adoptó como su grupo musical.
Pero hubo un factor determinante en su consolidación, la bonanza marimbera.
En casi todos los pueblos circunvecinos había un marimbero que hizo de nuestra Banda su agrupación preferida, con las ventajas económicas que nos trajo a todos los integrantes. Era tanto lo que ganaba en una noche que lo que percibía en el magisterio resultaba irrisorio. Fue, entonces, cuando renuncié al cargo de maestro.
Paralelo a ese proceso económico, yo llevaba el mío, posesionar mi nombre y el de la Banda. Para eso me empeñé en pagar puntualmente los créditos personales y bancarios. De esa forma, y a través de la música, fui construyendo un patrimonio material con el que darles a mis hijos una vida distinta a la que tuve cuando niño.
Al año de estar acá me encontré con Alejo Durán, me visitó, después yo lo hice. Nos hicimos buenos amigos. Al año siguiente el encuentro fue con Enrique Díaz, éramos casi vecinos, pero él tenía un temperamento distinto al de Alejo. Ellos salían y duraban meses en correduría, mientras yo hacía como la vaca parida, salía, pero enseguida volvía. Ahora permanecemos juntos en el parque de los juglares, donde nos hicieron un homenaje con tres bustos.
Un 17 de marzo de 1975 tocábamos en un cabaret en Planeta Rica donde llegaron unos antioqueños que nos escucharon, entonces uno de ellos se me acercó y me dijo que quería grabarnos unas canciones. Nos arreglamos por 17 mil pesos y grabamos para la Industria Nacional del Sonido el disco de larga duración que se llama ‘Fiesta en la Costa’.
Al año siguiente nos pasamos para Discos Victoria y grabamos Fiesta sinuana. En total, en Medellín grabamos ocho discos de larga duración. Después, continuamos haciéndolo en Barranquilla en Tropical y Felicito Récord. En 1989 hicimos el primero de los dos discos de larga duración llamados ‘Antología de Porros y fandangos’, que hacen parte de un trabajo investigativo que hice sobre estos aires, basados en canciones tradicionales, los que se constituyeron en un éxito.
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Temas como el ‘Gavilán Garrapatero’, que es del folclor, nos ayudaron a consolidar como Banda, además, para cuando comenzamos a grabar, la gente consumía mucha música folclórica, entre ellos el porro.
Mi primer éxito creo que es ‘Río Sinú’, aunque ya había canciones sonando, pero este rebosó la copa de la importancia musical. ‘Río san Jorge’ también es otro de mis grandes éxitos. Lo compuse porque la sociedad de Planeta Rica me pidió que le cantara a este río.
Ya amaneció, ya brilla el sol
Se oye el trinar del pajarillo
Se oye bajar del Paramillo
Una corriente hecha canción.
Sin embargo, comienzo a entender que los logros de la Banda 19 de Marzo de Laguneta no han dependido de lo grabado, sino de algunos premios alcanzados. Ganamos en el Festival nacional del Porro, eso cuenta. Nosotros éramos presentados en la televisión a menudo, cuando el programa de Jimmy Salcedo, eso también fue importante, por citar algunos de los triunfos que hemos obtenido.
Hay algo que poca gente conoce, cuando supe que la música iba a ser mi profesión me fui por unos meses para San Pelayo a estudiar el porro del estilo pelayero, cuyas características principales es el de ser improvisado, inspirado, espontaneo, abierto al dialogo. Digo porro en ese estilo porque eso de palitiao es un cuento local.
Mis aportes al porro son muchos, entre ellos podemos mencionar las composiciones que he hecho, mi estilo de interpretarlo, que es compuesto por tres zonas geográficas: la del Sinú, la del San Jorge y de la Sabana. El primero es improvisado, el segundo es orquestado y el otro es lírico. Otro aporte es el de la investigación de este aire musical, lo que me ha permitido saber que en él se reúnen dos sentimientos encontrados: el melancólico y el alegre. Si la melodía del porro no se hubiera encontrado con una rítmica alegre no existiera. Por eso es que este aire es un híbrido, tiene la lírica española, la rítmica negra y la melodía indígena.
Otro aporte es el de la dignificar el porro, luchar porque no siguiera viéndose como música marginal. Por eso, en defensa de la tradicionalidad, les he pedido a los músicos universitarios que no lo modifiquen, que respeten la visión de nuestros abuelos cuando lo compusieron.
Que lo estudien, que hagan sus aportes, pero que sean mínimos. Es que no deben olvidar que el porro no nació con los instrumentos traídos por los europeos, sino con los tradicionales, lo de las gaitas. De no respetarse la visión, la tradicionalidad, sucederá que cada generación irá destruyendo la obra anterior. Al final del proceso de remover las bases musicales, no tendremos nada, porque todo fue arrasado por lo que llaman el pensamiento moderno. En fin, propongo algo nuevo sin destruir las huellas del pasado.
Mi defensa al porro es de vieja data, tanto que en 1978 compuse ‘La Protesta del Porro’ después de ver en San Pelayo a gran parte de la juventud escuchando música vallenata, en vez de porros, fandangos, puyas. Me inspiré y canté:
Un porro estaba llorando
A orillas del río Sinú
Porque lo había abandonado
Parte de la juventud
Fíjese los que nos pasó en Atenas, Grecia, con el porro: después de la cena de bienvenida que nos dieron en la embajada colombiana, salimos a dar un paseo en compañía de un grupo de personalidades, entre ellos el embajador en ese país, Juan Fernando Cristo, y al llegar a Pireo sucedió algo que he venido contando.
En ese lugar había un escenario y a nuestro traductor, Oscar Alvear Nieto, se le ocurrió que ofreciéramos, a un grupo de turistas del puerto, una tanda musical. Subimos al escenario y tomando un micrófono expresé: ‘¡Damas y señores, esta es la Banda 19 de Marzo de Laguneta, queremos ofrecerles la música de Colombia, representada en el porro!’ Tras mi anuncio escuchamos un coro: ‘¡Marihuana de Colombia!’ Después entendí que el rechazo no era para nuestro aire musical sino para la palabra, porque la RAE la tiene registrada de esa forma en sus diccionarios. De inmediato a comenzamos a tocar. A la segunda interpretación hasta los que nos habían mencionado la hierba, gozaban, bailaban porro.
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Mi lucha por las bandas comenzó cuando tomé la decisión de dignificar mi trabajo como músico. Recuerdo que cuando alguna gente de la sociedad de estos pueblos me decía que necesitaba que llevara la bandita a su casa, yo les respondía: ‘Tengo una banda, no una bandita, y se llama 19 de marzo de Laguneta’. Lo mismo fue con el valor del trabajo.
Las fiestas patronales en un principio eran un medio de trabajo, pero, después, pasaron de patronal cultural a comercial. En ellas todo el mundo se aprovecha del otro. Las corralejas son una explotación al músico de banda, no le pagan lo que deben por su trabajo, por eso retiré la mía de ese tipo de espectáculos hace más de veinte años. Sin embargo, no pasó nada porque los músicos siguen ofreciéndose a menos precios que otros.
Con algunos porros de mi autoría he elevado una voz de protesta por la forma cómo es mirada y tratada la banda como organización musical. Una vez alguien quiso contratar la Banda 19 de Marzo y le pedí quince mil pesos, como valor del contrato, y me ofreció doce mil, por lo que no hubo acuerdo. Fue una lucha entre el capitalismo y el trabajo digno. Me fui a esperar el bus para regresar a Planeta y comencé a componer:
Yo soy el porro sinuano
Y también soy sabanero
En la plaza soy el amo
No tengo competidor.
La lluvia ha cesado, nos hemos trasladado de su despacho hasta el patio, un espacio donde, además de una mesa y varios taburetes, está un tablero en el que están escritas unas notas musicales. Entonces, como advirtiendo mis pensamientos, me dice que su vocación es la música y su imaginario es el de seguir siendo maestro.
“Nunca he perdido la condición de educador, de la que me hicieron renunciar en Laguneta. Yo aún recuerdo una poesía que me aprendí, cuando hacía tercer año de primaria, que me marcó: Vedle cómo surge y se levanta, en aras de su noble ideal, en la lucha de la vida no lo espanta, no le abate, a tormenta el mal, corregir y enseñar y enseñar esa es su norma, guiar a la niñez su ambición, ha aquí este humilde servidor, que te ofrece alma, vida y corazón’.
“Usted me pregunta qué cómo me gustaría que me recuerden después de mi muerte, le respondo que eso es subjetivo, además, hay tantas facetas en mi vida. Sin embargo, considero que vine al mundo a cumplir las funciones de inducir y conducir todo lo que el folclor me ha entregado. Todo eso lo he hecho con el fin de hacer un proceso dignificante para la música, el folclor, las bandas y el porro”.
Por Álvaro de Jesús Rojano Osorio