“Gozaos con los que se gozan; llorad con los que lloran”: Romanos 12,15. Aprendí de algún autor, que la Biblia fue escrita con lágrimas y es al que derrama lágrimas que revelará sus mejores tesoros. La compasión es ese sentimiento de pena, de ternura y de identificación ante los males de alguien. Así como las […]
“Gozaos con los que se gozan; llorad con los que lloran”: Romanos 12,15. Aprendí de algún autor, que la Biblia fue escrita con lágrimas y es al que derrama lágrimas que revelará sus mejores tesoros. La compasión es ese sentimiento de pena, de ternura y de identificación ante los males de alguien.
Así como las estaciones de lluvia son propicias para la siembra, porque el excesivo sol endurece la tierra y reseca la semilla; también el grano mojado con las lágrimas de una sincera solicitud hará brotar una buena cosecha. Nuestra semilla celestial no es sembrada con risas, sino que la tristeza, la ansiedad y el llanto en compasión por las almas son ingredientes de la siembra para la eternidad.
Fácil es gozarse con los que se gozan. Pero, nos cuesta ser solidarios con el que sufre y se lamenta. Cuando vemos a alguien llorando no sabemos qué hacer. Comenzamos a buscar en nuestra mente alguna frase que ayude o anime a la persona; o por lo menos que haga que deje de llorar.
Esto se debe, en parte, a que crecimos en ambientes en los que no era aceptable llorar. Se nos enseñó que las lágrimas no son propias de los ganadores; y si nosotros pretendíamos serlo… debíamos tener ojos secos sin importa la situación por dolorosa que fuera.
Las lágrimas, sin embargo, son una forma visible de mostrar compasión. El Evangelio de Juan registra el verso más breve de la Biblia: “Jesús lloró”. Lloró en la tumba de Lázaro. Lloró contemplando a Jerusalén. Ofreció ruegos y súplicas con gran clamor y lágrimas.
Percibo que la compasión es un llamado que Dios nos hace en este tiempo. Debemos ser compasivos con los amigos y enemigos, con los conocidos y desconocidos, con la familia y el forastero. Sin embargo, cuando nos encontramos con personas quebrantadas no podemos resistirnos a la tentación de decir algo, de ofrecer algún consejo o de citarle un texto de la Biblia. Tal vez, porque tenemos la convicción de que la persona está buscando solución a sus problemas.
Amados amigos, si bien es importante ayudar, la exhortación del epígrafe nos orienta hacia algo más sencillo: No nos dice que aconsejemos al que está llorando, nos manda a que lloremos con esa persona.
Esto no significa que literalmente debemos llorar con todos, no alcanzaría el tiempo en este mar de confusión y desolación; pero sí necesitamos demostrar que nuestro corazón sensible se quebranta con el dolor que experimenta la otra persona. En el momento de la crisis, las personas no necesitan consejos, sino consuelo. Alivio de saber que hay otros que entienden su sufrimiento, de saber que su dolor es cubierto por aquellos que están a su alrededor.
Esta identificación con el dolido tiene un efecto terapéutico más poderoso que todas las palabras que puedan decirse en el momento de angustia, pues abre un camino para que el Espíritu de Dios fluya hacia el corazón de aquel que ha sido golpeado.
No perdamos la oportunidad de hacernos uno con el que está sufriendo. Nuestra solidaridad abrirá caminos para que Dios haga grandes cosas en la vida del otro, pero también tocará grandemente la nuestra.
Que las lágrimas nos identifiquen como hijos de Dios y que, en las tribulaciones, podamos consolar a otros con el consuelo que también hemos recibido de parte de Dios. Un fuerte abrazo y muchas bendiciones.
Por Valerio Mejía Araujo
“Gozaos con los que se gozan; llorad con los que lloran”: Romanos 12,15. Aprendí de algún autor, que la Biblia fue escrita con lágrimas y es al que derrama lágrimas que revelará sus mejores tesoros. La compasión es ese sentimiento de pena, de ternura y de identificación ante los males de alguien. Así como las […]
“Gozaos con los que se gozan; llorad con los que lloran”: Romanos 12,15. Aprendí de algún autor, que la Biblia fue escrita con lágrimas y es al que derrama lágrimas que revelará sus mejores tesoros. La compasión es ese sentimiento de pena, de ternura y de identificación ante los males de alguien.
Así como las estaciones de lluvia son propicias para la siembra, porque el excesivo sol endurece la tierra y reseca la semilla; también el grano mojado con las lágrimas de una sincera solicitud hará brotar una buena cosecha. Nuestra semilla celestial no es sembrada con risas, sino que la tristeza, la ansiedad y el llanto en compasión por las almas son ingredientes de la siembra para la eternidad.
Fácil es gozarse con los que se gozan. Pero, nos cuesta ser solidarios con el que sufre y se lamenta. Cuando vemos a alguien llorando no sabemos qué hacer. Comenzamos a buscar en nuestra mente alguna frase que ayude o anime a la persona; o por lo menos que haga que deje de llorar.
Esto se debe, en parte, a que crecimos en ambientes en los que no era aceptable llorar. Se nos enseñó que las lágrimas no son propias de los ganadores; y si nosotros pretendíamos serlo… debíamos tener ojos secos sin importa la situación por dolorosa que fuera.
Las lágrimas, sin embargo, son una forma visible de mostrar compasión. El Evangelio de Juan registra el verso más breve de la Biblia: “Jesús lloró”. Lloró en la tumba de Lázaro. Lloró contemplando a Jerusalén. Ofreció ruegos y súplicas con gran clamor y lágrimas.
Percibo que la compasión es un llamado que Dios nos hace en este tiempo. Debemos ser compasivos con los amigos y enemigos, con los conocidos y desconocidos, con la familia y el forastero. Sin embargo, cuando nos encontramos con personas quebrantadas no podemos resistirnos a la tentación de decir algo, de ofrecer algún consejo o de citarle un texto de la Biblia. Tal vez, porque tenemos la convicción de que la persona está buscando solución a sus problemas.
Amados amigos, si bien es importante ayudar, la exhortación del epígrafe nos orienta hacia algo más sencillo: No nos dice que aconsejemos al que está llorando, nos manda a que lloremos con esa persona.
Esto no significa que literalmente debemos llorar con todos, no alcanzaría el tiempo en este mar de confusión y desolación; pero sí necesitamos demostrar que nuestro corazón sensible se quebranta con el dolor que experimenta la otra persona. En el momento de la crisis, las personas no necesitan consejos, sino consuelo. Alivio de saber que hay otros que entienden su sufrimiento, de saber que su dolor es cubierto por aquellos que están a su alrededor.
Esta identificación con el dolido tiene un efecto terapéutico más poderoso que todas las palabras que puedan decirse en el momento de angustia, pues abre un camino para que el Espíritu de Dios fluya hacia el corazón de aquel que ha sido golpeado.
No perdamos la oportunidad de hacernos uno con el que está sufriendo. Nuestra solidaridad abrirá caminos para que Dios haga grandes cosas en la vida del otro, pero también tocará grandemente la nuestra.
Que las lágrimas nos identifiquen como hijos de Dios y que, en las tribulaciones, podamos consolar a otros con el consuelo que también hemos recibido de parte de Dios. Un fuerte abrazo y muchas bendiciones.
Por Valerio Mejía Araujo