Era todavía una estudiante cuando ya nos trenzábamos en conversaciones literarias, muchas veces en su biblioteca, famosa en la región, otras veces en la mesa de su casa mientras almorzábamos, era cuando yo iba a pasar unos días de vacaciones junto con sus hijas...
Por Mary Daza Orozco
Era todavía una estudiante cuando ya nos trenzábamos en conversaciones literarias, muchas veces en su biblioteca, famosa en la región, otras veces en la mesa de su casa mientras almorzábamos, era cuando yo iba a pasar unos días de vacaciones junto con sus hijas María Cristina, Pau y Rosy.
Yin Daza, a quien quise mucho y seguiré queriendo en el recuerdo, esposo de Paulina Daza Martínez, prima hermana doble de mi padre José Francisco Daza Martínez, fue para todos los que lo conocían un lector voraz dueño de una memoria extraordinaria, para mí, en cierta forma, era la persona más confiable para preguntarle y absolver mis dudas literarias, la última vez que me ayudó fue cuando lo llamé para que me dijera el párrafo de Rubén Darío, en donde dice ‘¿quién qué es, no es romántico…?’ yo sabía que él no iba a consultar en un libro, de inmediato me dijo completo el textos, lo sacó así, con la facilidad de un fino mago de su bendita memoria, y ahí está, como me lo dictó, en una cita de mi libro Rosas contra tu cara.
En su biblioteca supe, a los quince años, sobre Silvio Villegas, de él recitaba párrafos enteros, y me habló de la Canción del Caminante, libro que sólo pude tener hace unos meses cuando el primo Gustavo Hinojosa me lo envió de regalo; era más romántico que político, pero por él supe de personajes de la política de su época que fueron sus amigos, de los que tenía historias apasionante que contaba con una facilidad de expresión envidiable. Ya hasta aquí esta columna es muy personal, son muchas las anécdotas que tengo con Yin Daza y mucha la nostalgia de los días cuando sus hijas y yo éramos unas jóvecitas que soñábamos con mundos felices, pero muchos han escrito sobre él y han contado sobre su vida de servicio, de intelectual, de político, de hombre de bien, de ahí que sólo me quede lo mío, lo del amigo que se fue y que dejó, además de todo lo que han dicho, una estela de amabilidad, impecables maneras, caballerosidad hasta el fin, con eso pretendo lograr esto que se asemeja a una semblanza.
Yin amó hasta sus últimos días a San Juan del Cesar, su pueblo; en su enfermedad, que soportó con la caballerosidad que siempre lo caracterizó, todas las tardes desde el sardinel se su casa, en su silla de ruedas, la plaza llena de recueros, la iglesia con sus cúpulas moriscas, la brisa que arrastraba guijarritos que todavía quedan sueltos de las calles arenosas de antes, a pesar del pavimento; los arreboles, mientras recordaba pasajes de la socorrida María, de Isaacs, o de la Vorágine, de Rivera, me parece escucharlo en la carta de Arturo Cova: “ … Los que un tiempo creyeron que mi inteligencia irradiaría extraordinariamente, cual una aureola de mi juventud; los que se olvidaron de mí apenas mi planta descendió al infortunio; los que al recordarme alguna vez piensen en mi fracaso y se pregunten por qué…”
El amor por su pueblo se extendió a Villanueva, allí conoció a una joven, Pau, de las más bonitas de su época, y lo sigue siendo, se ganó su amor y formó el hogar del que ya hablaron los que me antecedieron en sus escritos.
José Manuel Daza Noguera, ‘Yin’, el colega, – graduado en Filosofía, letras y periodismo, ese era su título universitario, siempre estará en el recuerdos de los que lo conocimos y disfrutamos de su amistad y de hacer parte de la larga familia que se llenará de orgullo con sólo saber que fue una buena e intachable personas.
Era todavía una estudiante cuando ya nos trenzábamos en conversaciones literarias, muchas veces en su biblioteca, famosa en la región, otras veces en la mesa de su casa mientras almorzábamos, era cuando yo iba a pasar unos días de vacaciones junto con sus hijas...
Por Mary Daza Orozco
Era todavía una estudiante cuando ya nos trenzábamos en conversaciones literarias, muchas veces en su biblioteca, famosa en la región, otras veces en la mesa de su casa mientras almorzábamos, era cuando yo iba a pasar unos días de vacaciones junto con sus hijas María Cristina, Pau y Rosy.
Yin Daza, a quien quise mucho y seguiré queriendo en el recuerdo, esposo de Paulina Daza Martínez, prima hermana doble de mi padre José Francisco Daza Martínez, fue para todos los que lo conocían un lector voraz dueño de una memoria extraordinaria, para mí, en cierta forma, era la persona más confiable para preguntarle y absolver mis dudas literarias, la última vez que me ayudó fue cuando lo llamé para que me dijera el párrafo de Rubén Darío, en donde dice ‘¿quién qué es, no es romántico…?’ yo sabía que él no iba a consultar en un libro, de inmediato me dijo completo el textos, lo sacó así, con la facilidad de un fino mago de su bendita memoria, y ahí está, como me lo dictó, en una cita de mi libro Rosas contra tu cara.
En su biblioteca supe, a los quince años, sobre Silvio Villegas, de él recitaba párrafos enteros, y me habló de la Canción del Caminante, libro que sólo pude tener hace unos meses cuando el primo Gustavo Hinojosa me lo envió de regalo; era más romántico que político, pero por él supe de personajes de la política de su época que fueron sus amigos, de los que tenía historias apasionante que contaba con una facilidad de expresión envidiable. Ya hasta aquí esta columna es muy personal, son muchas las anécdotas que tengo con Yin Daza y mucha la nostalgia de los días cuando sus hijas y yo éramos unas jóvecitas que soñábamos con mundos felices, pero muchos han escrito sobre él y han contado sobre su vida de servicio, de intelectual, de político, de hombre de bien, de ahí que sólo me quede lo mío, lo del amigo que se fue y que dejó, además de todo lo que han dicho, una estela de amabilidad, impecables maneras, caballerosidad hasta el fin, con eso pretendo lograr esto que se asemeja a una semblanza.
Yin amó hasta sus últimos días a San Juan del Cesar, su pueblo; en su enfermedad, que soportó con la caballerosidad que siempre lo caracterizó, todas las tardes desde el sardinel se su casa, en su silla de ruedas, la plaza llena de recueros, la iglesia con sus cúpulas moriscas, la brisa que arrastraba guijarritos que todavía quedan sueltos de las calles arenosas de antes, a pesar del pavimento; los arreboles, mientras recordaba pasajes de la socorrida María, de Isaacs, o de la Vorágine, de Rivera, me parece escucharlo en la carta de Arturo Cova: “ … Los que un tiempo creyeron que mi inteligencia irradiaría extraordinariamente, cual una aureola de mi juventud; los que se olvidaron de mí apenas mi planta descendió al infortunio; los que al recordarme alguna vez piensen en mi fracaso y se pregunten por qué…”
El amor por su pueblo se extendió a Villanueva, allí conoció a una joven, Pau, de las más bonitas de su época, y lo sigue siendo, se ganó su amor y formó el hogar del que ya hablaron los que me antecedieron en sus escritos.
José Manuel Daza Noguera, ‘Yin’, el colega, – graduado en Filosofía, letras y periodismo, ese era su título universitario, siempre estará en el recuerdos de los que lo conocimos y disfrutamos de su amistad y de hacer parte de la larga familia que se llenará de orgullo con sólo saber que fue una buena e intachable personas.