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Columnista - 19 enero, 2017

Croniquilla: Los demonios del mar

En el Caribe por más de cuatro siglos retumbaron en sus puertos los sucesos políticos de Europa, principalmente de las potencias de le época, vale decir de España, Portugal e Inglaterra. En estas tierras costeras se vertebró la conquista y la colonia de todo un continente. Por eso hubo un tráfico brioso de navíos, de […]

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En el Caribe por más de cuatro siglos retumbaron en sus puertos los sucesos políticos de Europa, principalmente de las potencias de le época, vale decir de España, Portugal e Inglaterra. En estas tierras costeras se vertebró la conquista y la colonia de todo un continente. Por eso hubo un tráfico brioso de navíos, de soldados, de viajeros aventureros de toda laya y condición, dedicados al exterminio de la raza autóctona, al comercio de esclavos, al comercio lícito de mercaderías, al contrabando, a la piratería, y por último se metió el trajín de las guerras de independencia, lo que hizo que en esta parte del mundo se formara un torbellino de razas, lenguas, religiones y costumbres.

En provecho de ese desorden babélico, aparecieron los bandidos del mar que asaltaban los buques mercantes y a los galeones españoles ahítos de oro, plata y pedrerías valiosas, riquezas éstas rapadas a las tribus indígenas de América.

Este fenómeno de pillaje que hacían los bandoleros del mar, se atribuye genéricamente a los piratas, sin distinción alguna. Sin embargo, hay que deslindar el concepto de piratas o filibusteros de los propios bucaneros, y éstos a su vez de los corsarios, porque son tres categorías bien definidas.

Piratas o filibusteros (palabra derivada del francés filibo la que a su vez es una corrupción de la inglesa fly boat) fueron depredadores del mar que actuaban por su cuenta y riesgo.
Eran delincuentes comunes sin patria, ni ley, ni rey, en guerra total contra la humanidad. Tenían un código escrito el “chasse partie” que estipulaba en detalle la parte que correspondía a cada miembro del botín de sus asaltos, así como la compensación para quienes resultaran heridos o mutilados en los abordajes.

Otra cofradía se llamó bucaneros (del vocablo caribe taino boukan, con lo cual éstos designaban el pedazo de playa donde ahumaban carnes de reses. Eran comerciantes en sebos, pieles, telas, abalorios, ron y esclavos, que por convivir con los piratas en la Isla de La Tortuga (que ahora es de Haití) se les asimiló como sinónimo de éstos. Tal grupo nació porque el arzobispo de Santo Domingo informa al rey Felipe II de España, en 1544, que los contrabandistas franceses, españoles y portugueses del credo católico, confraternizaban con los contrabandistas holandeses e ingleses del credo protestante, en la isla La Española. Entonces el monarca ordenó el traslado de todos los asentamientos de colonos hacia el Oeste de la isla, mudándose también los ganados y bestias de silla y carga, pero algunas cabezas quedaron abandonadas en los montes y con el tiempo se multiplicaron como rebaños cimarrones. Fue cuando aparecieron los comerciantes que cazaban a estos semovientes para vender sus carnes ahumadas o saladas a los barcos que atravesaban la ruta.

Los corsarios fueron mercenarios o nacionales de un país en contienda con otro, quienes, amparados por el pabellón de un Estado, hacían sus raterías con el fin de causar un traumatismo ruinoso en los barcos enemigos de su rey y patria, robando sus cargamentos para debilitar económicamente al adversario. Sus ganancias eran repartidas con el monarca que los protegía. En Londres, por ejemplo, la reina Isabel Tudor, los nobles y hasta el Arzobispo de Canterbury financiaban estas expediciones que les daban buenos réditos en el reparto del botín.

Piratas que asolaron nuestros puertos fueron Roberto Baal, que azotó a Santa Marta y a Cartagena en 1544; Martín Cotes a Santa Marta y a Cartagena (1559) y otros como el Olanés, Gauzón, Juan Cuchillo, Roberto Patercon.

Corsarios ingleses que se destacaron fueron Francis Drake, Walter Raleig (o Guatarrial como lo llamaban los españoles); Henry Morgan, que fue gobernante de la colonia británica de Jamaica; el escocés Gregorio Mac Gregor; los franceses Luis Aury, Jean Lafitte, Dominique You y René Beluche que actuaron bajo el pabellón de La Nueva Granada, a órdenes de los generales José Prudencio Padilla y Mariano Mantilla, en defensa de nuestra independencia.

Por Rodolfo Ortega Montero.

Columnista
19 enero, 2017

Croniquilla: Los demonios del mar

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En el Caribe por más de cuatro siglos retumbaron en sus puertos los sucesos políticos de Europa, principalmente de las potencias de le época, vale decir de España, Portugal e Inglaterra. En estas tierras costeras se vertebró la conquista y la colonia de todo un continente. Por eso hubo un tráfico brioso de navíos, de […]


En el Caribe por más de cuatro siglos retumbaron en sus puertos los sucesos políticos de Europa, principalmente de las potencias de le época, vale decir de España, Portugal e Inglaterra. En estas tierras costeras se vertebró la conquista y la colonia de todo un continente. Por eso hubo un tráfico brioso de navíos, de soldados, de viajeros aventureros de toda laya y condición, dedicados al exterminio de la raza autóctona, al comercio de esclavos, al comercio lícito de mercaderías, al contrabando, a la piratería, y por último se metió el trajín de las guerras de independencia, lo que hizo que en esta parte del mundo se formara un torbellino de razas, lenguas, religiones y costumbres.

En provecho de ese desorden babélico, aparecieron los bandidos del mar que asaltaban los buques mercantes y a los galeones españoles ahítos de oro, plata y pedrerías valiosas, riquezas éstas rapadas a las tribus indígenas de América.

Este fenómeno de pillaje que hacían los bandoleros del mar, se atribuye genéricamente a los piratas, sin distinción alguna. Sin embargo, hay que deslindar el concepto de piratas o filibusteros de los propios bucaneros, y éstos a su vez de los corsarios, porque son tres categorías bien definidas.

Piratas o filibusteros (palabra derivada del francés filibo la que a su vez es una corrupción de la inglesa fly boat) fueron depredadores del mar que actuaban por su cuenta y riesgo.
Eran delincuentes comunes sin patria, ni ley, ni rey, en guerra total contra la humanidad. Tenían un código escrito el “chasse partie” que estipulaba en detalle la parte que correspondía a cada miembro del botín de sus asaltos, así como la compensación para quienes resultaran heridos o mutilados en los abordajes.

Otra cofradía se llamó bucaneros (del vocablo caribe taino boukan, con lo cual éstos designaban el pedazo de playa donde ahumaban carnes de reses. Eran comerciantes en sebos, pieles, telas, abalorios, ron y esclavos, que por convivir con los piratas en la Isla de La Tortuga (que ahora es de Haití) se les asimiló como sinónimo de éstos. Tal grupo nació porque el arzobispo de Santo Domingo informa al rey Felipe II de España, en 1544, que los contrabandistas franceses, españoles y portugueses del credo católico, confraternizaban con los contrabandistas holandeses e ingleses del credo protestante, en la isla La Española. Entonces el monarca ordenó el traslado de todos los asentamientos de colonos hacia el Oeste de la isla, mudándose también los ganados y bestias de silla y carga, pero algunas cabezas quedaron abandonadas en los montes y con el tiempo se multiplicaron como rebaños cimarrones. Fue cuando aparecieron los comerciantes que cazaban a estos semovientes para vender sus carnes ahumadas o saladas a los barcos que atravesaban la ruta.

Los corsarios fueron mercenarios o nacionales de un país en contienda con otro, quienes, amparados por el pabellón de un Estado, hacían sus raterías con el fin de causar un traumatismo ruinoso en los barcos enemigos de su rey y patria, robando sus cargamentos para debilitar económicamente al adversario. Sus ganancias eran repartidas con el monarca que los protegía. En Londres, por ejemplo, la reina Isabel Tudor, los nobles y hasta el Arzobispo de Canterbury financiaban estas expediciones que les daban buenos réditos en el reparto del botín.

Piratas que asolaron nuestros puertos fueron Roberto Baal, que azotó a Santa Marta y a Cartagena en 1544; Martín Cotes a Santa Marta y a Cartagena (1559) y otros como el Olanés, Gauzón, Juan Cuchillo, Roberto Patercon.

Corsarios ingleses que se destacaron fueron Francis Drake, Walter Raleig (o Guatarrial como lo llamaban los españoles); Henry Morgan, que fue gobernante de la colonia británica de Jamaica; el escocés Gregorio Mac Gregor; los franceses Luis Aury, Jean Lafitte, Dominique You y René Beluche que actuaron bajo el pabellón de La Nueva Granada, a órdenes de los generales José Prudencio Padilla y Mariano Mantilla, en defensa de nuestra independencia.

Por Rodolfo Ortega Montero.