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Había una vez una madre

Un día tuve una madre. Y aunque todos los días deben ser especiales para homenajearlas, consentirlas y amarlas, cada año se les asigna un día especial para rendirles tributo, y dependiendo del país y su cultura les rendimos honores a esa maravillosa mujer.

Había una vez una madre

Había una vez una madre

Por: Jairo

@el_pilon

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Un día tuve una madre. Y aunque todos los días deben ser especiales para homenajearlas, consentirlas y amarlas, cada año se les asigna un día especial para rendirles tributo, y dependiendo del país y su cultura les rendimos honores a esa maravillosa mujer. El próximo domingo en nuestro país y en algunos otros se les reconocerá tan honrosa dignidad, enalteciendo su magnífica obra creadora y, más que eso, agradeciendo su eterna compañía, porque, aunque no estén a nuestro lado físicamente, sus susurros siempre están aconsejándonos y diciéndonos cosas o sencillamente orando por nosotros.

Siempre habrá la necesidad de una madre, ella ha sido el ángel desde que nacimos, sin sus alas no elevaríamos nuestras almas hacia la inmensidad, sin sus besos no respiraríamos y hasta nos ahogaríamos en una lágrima. Sin el murmullo de sus voces surcaríamos raudos la eternidad y sin el aliento de sus cuerpos, moriríamos cuando dormimos.

Podríamos hacernos miles y miles de preguntas sobre qué podemos necesitar de ellas, y hallaríamos miles y miles de razones que responderían nuestros interrogantes, por ejemplo, cuando caminamos entre tinieblas necesitamos la luz de sus ojos. Acurrucarnos en su regazo para no ensordecer ante el bullicio de nuestro silencio, necesitamos, sin duda alguna, de su amor en silencio. 

Hoy, como algunos, no contamos con la presencia física de nuestras madres y a pesar de su ausencia no me afano en el suspiro y aunque las tardes que se apagan me causen nostalgia, como el viento que se marcha tras la luna con el día, mis besos siguen como rayos hacia ti porque ellos no saben que te has ido. Ya sé que no puedo ver la sonrisa ni esperar tu abrazo de bienvenida en el camino de la vida, porque el firmamento está oscuro sin estrellas que lo iluminen, pero a cambio, me dejaste un camino de esperanza que se asoma en la agonía de un recuerdo que se esfuma como el ave que voló.

Cuando te despedí, te escribí algo que hoy quiero recordar y que cada vez que tenga oportunidad lo haré y hoy vuelvo a escoger cada letra por cada beso que me diste, que me acaricie como brisa con tu amor que siempre existe, que los aromas de tus cremas siempre estén en mí presentes, que la dulzura de tus manos jamás se olviden en mi vida, que tus palabras me acompañen en cada verso que me inspires y en el poema que me dictes me lo grites desde el cielo; que lo escuche como el día, que parirme decidiste, que soplaste desde adentro y salí yo de tu velo, y como un ángel en su vuelo, me envolviste y protegiste.

Hoy, sé que puedo hallarte entre las cosas más sencillas, puedo ver en todas partes, como siempre, tu sonrisa, que te busque entre la brisa, que tus manos son el viento, que te sienta en la tristeza, como ahora yo te siento, que te busque entre mis ojos, que por ti estarán abiertos. Ahora, estás en mi presente, como el agua entre las nubes, como vive la tristeza en la lágrima vertida, como vive la alegría en la mágica sonrisa, de la que siempre fuiste dueña, metódica y sin prisa. 

Un día te despedí madre mía, con el ánimo y el sueño, de encontrarnos nuevamente en el tiempo que tú quieras, como hijo o como madre, o como siempre eterno errante y que andemos por el cielo donde somos caminantes. Hoy, cierro mis ojos y a través del viento, escucho en el aire tu mejor sonrisa, con las manos frías tu calor yo siento, como si vivieras, sin afán, ni prisa. Pero al abrir mi pecho y suspirando miento, como si fuera un loco al recordar tu risa, porque siento el beso en que me das aliento, como caricia tibia que se va en la brisa.

Hoy te recuerdo y en mi sentimiento, el regalo triste quizás sea una simple misa, pero con la convicción y el presentimiento que nos vemos pronto porque ya no hay prisa. Si te llamo en el silencio, me contestas solo en sueños, si te abrazo entre los mismos, me despierto sin tus besos, si te olvido con mi llanto, te apareces en sonrisas y si me extiendes hoy tu mano, dormiría con la brisa.

Había una vez una madre. Una madre que permanece conmigo, una madre que está contigo mi apreciado lector, una madre que te ama eternamente. Gracias a todas las madres por sus vidas. 

Por: Jairo Mejía.

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