Señor Editor:
¿Se habrán dado cuenta ustedes los periodistas de la cantidad de declaraciones que formulan los altos funcionarios públicos? Resulta que en Colombia el arte de mandar no consiste en ejecutar actos de gobierno sino en hacer declaraciones y en pronunciar muy bonitos discursos; todo queda así reducido a literatura, unas veces buena, otras de fuerte sabor tropical y en no pocas ocasiones de pura estirpe demagógica.
En este país no hay ministro, gobernador, embajador, alcalde, inspector de policía, secretario de juzgado, ujier o portero que se posesione sin una altiva declaración en la cual exponga todo un programa de gobierno. Este programa, ordinariamente, contiene un recuento pormenorizado de los males que ha sufrido el país y su lectura embarga —por lo menos— tres horas de atención para los sufridos amigos del posesionado que asisten al acto muchas veces con la única esperanza de verse retribuidos con un decretico de nombramiento. Después de la posesión vienen las declaraciones hechas para el diario local —si se trata de un funcionario de provincia— o para los periódicos capitalinos —si estamos en presencia de un empleado de alto coturno. Y después, ¿qué sigue? En cualquier otro país del mundo vienen las realizaciones, es decir, los actos de gobierno. Pues entre nosotros no: a las declaraciones siguen los reportajes; y a los reportajes las declaraciones, y así prosigue el camino periodístico del funcionario sin que nada en concreto reciban los devotos y abnegados gobernados.
Un ministro de Hacienda, por ejemplo, tiene que hablar todas las semanas por lo menos en cuatro ocasiones. El doctor Sanz de Santamaría, para ir al grano, tuvo que enfrentarse a una reunión de comerciantes en Pereira y al día siguiente dialogar con industriales en Medellín. Todo esto ocurrió en dos días de la semana pasada. De los problemas del contrabando, de la reglamentación del puerto libre de San Andrés, de la restricción del crédito, tratados en la reunión de Fenalco, pasó a los tributarios, a los relacionados con las normas sobre exportaciones y a los que se refieren al gremio de industriales en la mesa redonda de la capital antioqueña.
Yo comprendo que un funcionario que se la tiene que pasar escribiendo todos los días, no puede tener tiempo para dedicarse a gobernar. Yo no creo, señor Editor, que mandar sea hablar o escribir. A mí me parece que quien tiene la sartén por el mango, es decir, quien tiene el Poder —y conste que no estoy tratando de traer a cuento las teorías de Locke, Hobbes o Montesquieu— está obligado a crear, dejando para otros la formulación de las teorías. Es lo mismo que sucede con la pintura: ¿qué sería del maestro Obregón si en lugar de pintar —es decir, de crear— se dedicara a dictar conferencias sobre la pintura?
Nuestros ministros, pues, en vez de pronunciar discursos y hacer declaraciones —todos los domingos leo en Diario del Caribe un reportaje de uno de ellos concedido al programa “5 reporteros y el personaje de la semana”— tienen que dedicarse a gobernar. Es que resulta muy fácil, mi estimado Editor, narrarle al país los dolores que todos conocemos —porque los padecemos en carne propia— en vez de tomar medidas efectivas para remediarlos. Nuestros altos funcionarios del ramo sanitario, por ejemplo, no hacen sino recitar de memoria los horripilantes datos que los señores Currie, Lebret, Fadul y Peñaloza (para no citar sino a estos cuatro) recopilaron sobre el problema de nuestro atraso (no hablo de subdesarrollo ni de infraestructuras para que no me confundan con un economista joven). Ninguna importancia tiene que nos digan que en Colombia apenas hay una cama para tantos enfermos, o que el índice de los tuberculosos es tal, o que hacen falta cincuenta hospitales. Todo eso lo sabemos y mucho antes de que los técnicos nos pintasen cuadros llenos de signos algebraicos o nos hablaran en jerigonza.
Pues bien, lo definitivo sería que un ministro de Salud, al término de su mandato, le diera al país la buena noticia de que durante el ejercicio de su cargo hizo esto o lo otro en beneficio de la comunidad. Claro que la declaración no podría ser hecha en un discurso, porque aquí los homenajes no se le brindan al funcionario saliente sino al entrante, por aquello de que el que entra es quien nombra.
Los ministros de Hacienda y de Fomento hablan en los discursos que pronuncian todas las semanas ante el gremio de turno acerca de la “necesidad de fomentar las exportaciones” y de “acelerar el proceso de industrialización”. Pero como para preparar sus discursos necesitan mucho tiempo no les queda ni un segundo para dedicarse en realidad a fomentar las exportaciones o a acelerar el proceso de industrialización. Es decir, no pueden físicamente dedicarse a gobernar.
En Colombia, señor Editor, no se gobierna. Se habla.
Custodio Bermúdez
*Este artículo fue tomado del libro ‘Antología’, Álvaro Cepeda Samudio, Instituto Colombiano de Cultura, 1977. Editor: Daniel Samper P.
Por: Álvaro Cepeda Samudio*.










