Hoy más que nunca cobra alta relevancia y consideración aquella frase del común en la que se considera que es en la dificultad, en la necesidad y en la enfermedad dónde se conocen los buenos amigos; pues, estos son los momentos donde el ser humano requiere de todo el afecto, la atención y el cuidado […]
Hoy más que nunca cobra alta relevancia y consideración aquella frase del común en la que se considera que es en la dificultad, en la necesidad y en la enfermedad dónde se conocen los buenos amigos; pues, estos son los momentos donde el ser humano requiere de todo el afecto, la atención y el cuidado de todos aquellos que han pregonado ser sus amigos.
La amistad, con su rostro solidario y sumiso al cariño, llega en esta temporada de crisis de salud, emocional, económica y afectiva como un bálsamo, un reconfortante elemento que nos hace sentir que no estamos solos en el universo esperando la hora de partir, sino todo lo contrario: el hombre es un ser sociable por naturaleza y en su entorno están los amigos. La amistad es el complemento de la existencia humana, una razón más que nos motiva, nos impulsa y nos ayuda a ser mejores en este difícil tránsito por la vida.
La amistad además precede al amor, abre el camino justo y preciso para que él llegue, crezca y tome posesión de aquellos corazones huérfanos y sedientos de cariño, de cuidado y de afecto. Y aunque han surgido amores furtivos e inesperados y hasta impensados que han logrado un establecimiento pleno en esa otra persona, lo común y fuertemente observado es que exista la amistad como ese preludio amoroso que los transporte a lugares que solo pueden existir en el universo del amor y de la pasión generada por ambos. El amor como fuente de vida y de alegría se convierte entonces en catalizador de ilusiones, emociones y sentimientos que enriquecen la mente que en muchos casos habitaba cuerpos marchitos por un largo verano afectivo y sentimental.
La amistad y el amor juntos todo lo pueden, son la razón y el complemento, el cóncavo y convexo, dicha y bienestar. La razón de ser de tu propio ser. Son dos elementos que hacen parte de la convivencia humana. Yo definiría el amor como una pasión sublime que arropa todos los sentidos, sensaciones y percepciones del cuerpo humano en su conjunto y lo transporta a un mundo lleno de magia y fantasía que te impulsa y te motiva hasta llevarte sin darte cuenta a trazar metas y objetivos para lograr la razón final de tu existir: la felicidad.
Breve o duradero, frágil o perdurable, bueno o malo, el amor, con su majestuosa y reconfortante presencia nos ayuda a minimizar la magnitud de los problemas que a diario afronta el ser humano. El mejor psicólogo, el mayor terapista emocional y afectivo que pueda existir. Al desnudar las más profundas y sinceras pasiones del ser enamorado, se convierte entonces en un aliciente, el aliento y el impulso deseado en medio de esa marejada de dificultades que aquejan con frecuencia a la pareja.
En estos tiempos difíciles, el amor y la amistad deberán salir fortalecidos en todas aquellas personas que han perdido a un amigo, a un ser querido, más aún en los que no han perdido nada. Fuerza y entusiasmo, persistencia y tenacidad, luchar y triunfar.
El amor es verano y es invierno, es noche y es día, alegría y tristeza, pobreza y riqueza, porque él es agua y es tierra, es más luz que oscuridad, es la esperanza resucitada, y lo más importante: la sangre que bombea diariamente los ventrículos y las aurículas de nuestros corazones para que sigan latiendo en este convulsionado mundo que nos tocó vivir.
La amistad y el amor no son palabras muertas escritas sobre el papel del olvido y de la indiferencia trivial del abandono, es la vida pura, inmersa en cuerpos ávidos de triunfos y llenos de metas por alcanzar. Son las alas que transportan la esperanza y el regocijo que hacen más llevadera la vida del ser humano.
O quizás, como dijera Mario Benedetti: “¿Será que el amor es el único que nos sirve para enfrentar a la muerte?”
Hoy más que nunca cobra alta relevancia y consideración aquella frase del común en la que se considera que es en la dificultad, en la necesidad y en la enfermedad dónde se conocen los buenos amigos; pues, estos son los momentos donde el ser humano requiere de todo el afecto, la atención y el cuidado […]
Hoy más que nunca cobra alta relevancia y consideración aquella frase del común en la que se considera que es en la dificultad, en la necesidad y en la enfermedad dónde se conocen los buenos amigos; pues, estos son los momentos donde el ser humano requiere de todo el afecto, la atención y el cuidado de todos aquellos que han pregonado ser sus amigos.
La amistad, con su rostro solidario y sumiso al cariño, llega en esta temporada de crisis de salud, emocional, económica y afectiva como un bálsamo, un reconfortante elemento que nos hace sentir que no estamos solos en el universo esperando la hora de partir, sino todo lo contrario: el hombre es un ser sociable por naturaleza y en su entorno están los amigos. La amistad es el complemento de la existencia humana, una razón más que nos motiva, nos impulsa y nos ayuda a ser mejores en este difícil tránsito por la vida.
La amistad además precede al amor, abre el camino justo y preciso para que él llegue, crezca y tome posesión de aquellos corazones huérfanos y sedientos de cariño, de cuidado y de afecto. Y aunque han surgido amores furtivos e inesperados y hasta impensados que han logrado un establecimiento pleno en esa otra persona, lo común y fuertemente observado es que exista la amistad como ese preludio amoroso que los transporte a lugares que solo pueden existir en el universo del amor y de la pasión generada por ambos. El amor como fuente de vida y de alegría se convierte entonces en catalizador de ilusiones, emociones y sentimientos que enriquecen la mente que en muchos casos habitaba cuerpos marchitos por un largo verano afectivo y sentimental.
La amistad y el amor juntos todo lo pueden, son la razón y el complemento, el cóncavo y convexo, dicha y bienestar. La razón de ser de tu propio ser. Son dos elementos que hacen parte de la convivencia humana. Yo definiría el amor como una pasión sublime que arropa todos los sentidos, sensaciones y percepciones del cuerpo humano en su conjunto y lo transporta a un mundo lleno de magia y fantasía que te impulsa y te motiva hasta llevarte sin darte cuenta a trazar metas y objetivos para lograr la razón final de tu existir: la felicidad.
Breve o duradero, frágil o perdurable, bueno o malo, el amor, con su majestuosa y reconfortante presencia nos ayuda a minimizar la magnitud de los problemas que a diario afronta el ser humano. El mejor psicólogo, el mayor terapista emocional y afectivo que pueda existir. Al desnudar las más profundas y sinceras pasiones del ser enamorado, se convierte entonces en un aliciente, el aliento y el impulso deseado en medio de esa marejada de dificultades que aquejan con frecuencia a la pareja.
En estos tiempos difíciles, el amor y la amistad deberán salir fortalecidos en todas aquellas personas que han perdido a un amigo, a un ser querido, más aún en los que no han perdido nada. Fuerza y entusiasmo, persistencia y tenacidad, luchar y triunfar.
El amor es verano y es invierno, es noche y es día, alegría y tristeza, pobreza y riqueza, porque él es agua y es tierra, es más luz que oscuridad, es la esperanza resucitada, y lo más importante: la sangre que bombea diariamente los ventrículos y las aurículas de nuestros corazones para que sigan latiendo en este convulsionado mundo que nos tocó vivir.
La amistad y el amor no son palabras muertas escritas sobre el papel del olvido y de la indiferencia trivial del abandono, es la vida pura, inmersa en cuerpos ávidos de triunfos y llenos de metas por alcanzar. Son las alas que transportan la esperanza y el regocijo que hacen más llevadera la vida del ser humano.
O quizás, como dijera Mario Benedetti: “¿Será que el amor es el único que nos sirve para enfrentar a la muerte?”