Los 50 años de la Diócesis de Valledupar iniciaron con la luz revelada al religioso Vicente Roig y Villalba, quien fue el primer obispo.
Los apasionantes paisajes fueron la ruta de varios misioneros hacia la tierra de los Santos Reyes, para sembrar la devoción a la Virgen del Rosario en la que posteriormente sería la capital del Cesar. Uno de ellos fue el evangelista y fraile capuchino Vicente Roig y Villalba, quien por mucho tiempo dedicó su vida para que se arraigara el evangelio en estas tierras fértiles.
La historia de la Diócesis de Valledupar inicia el 25 de abril de 1969, con la bula Qui in beatissimi del Papa Pablo VI, donde fue elevado a la categoría de Diócesis el entonces Vicariato de Valledupar.
Esta decisión abarcó no solo al Valle del Cacique Upar, sino además a los municipios del norte y centro del Cesar y del sur de La Guajira.
Para la Diócesis esta tierra es rica en tradiciones culturales, puesto que en su historia cuenta la reconciliación milagrosa entre indígenas, negros y españoles a partir de la Virgen María en la Leyenda Vallenata.
Fue este milagro el que permitió que hoy se celebre los cinco decenios de la Diócesis, grupo selecto que ha estado iluminado por figuras prominentes que la providencia divina les ha regalado para adelantar la obra evangelizadora.
Vicente Roig y Villalba fue el primer obispo diocesano que entre rosas y espinas le mostró el camino de Dios a los vallenatos y guajiros, junto a un clero comprometido en la causa del evangelio.
Preciso fue catalogado como ‘el obispo bueno’, a este monseñor nacido en Guadasuar (España) que llegado como vicario apostólico de Valledupar en 1952 inició una ardua tarea de constituir un clero autóctono, instituciones de evangelización permanente y conseguir recursos para garantizar la creación de la Diócesis.
Miembros de la comunidad católica vallenata como Cecilia Jiménez Zuleta explican con ilusión y amor en sus ojos que bajo el episcopado de Roig y Villaba se comenzaron a implementar las reformas del Concilio Vaticano II, como en la liturgia y en la promoción del laicado, fomentando entre otros movimientos los cursillos de cristiandad que tanto bien hicieron a la juventud. “Aquí tengo la foto de nuestro primer monseñor que trajo luz a nuestra tierra”, menciona.
Asimismo, Jiménez Zuleta recuerda que en su periodo se acogió también al Camino Neocatecumenal. Hizo homenaje a su lema episcopal: ‘vencer el mal a fuerza de bien’, porque supo ganarse el corazón de todos, ricos y pobres, campesinos e indígenas, hasta que vivió su pascua eterna el cinco de abril de 1978.
Grandes acontecimientos jalonaron la vida diocesana durante el paso de monseñor Vicente, quien llevó una vida de humildad y proclamación de una vida en comunidad con sacrificio, para que la iglesia que era dirigida por él conocieran la misericordia y el dar todo para el bienestar común.
MAIRA MANOSALVA/ EL PILÓN
[email protected]
Los 50 años de la Diócesis de Valledupar iniciaron con la luz revelada al religioso Vicente Roig y Villalba, quien fue el primer obispo.
Los apasionantes paisajes fueron la ruta de varios misioneros hacia la tierra de los Santos Reyes, para sembrar la devoción a la Virgen del Rosario en la que posteriormente sería la capital del Cesar. Uno de ellos fue el evangelista y fraile capuchino Vicente Roig y Villalba, quien por mucho tiempo dedicó su vida para que se arraigara el evangelio en estas tierras fértiles.
La historia de la Diócesis de Valledupar inicia el 25 de abril de 1969, con la bula Qui in beatissimi del Papa Pablo VI, donde fue elevado a la categoría de Diócesis el entonces Vicariato de Valledupar.
Esta decisión abarcó no solo al Valle del Cacique Upar, sino además a los municipios del norte y centro del Cesar y del sur de La Guajira.
Para la Diócesis esta tierra es rica en tradiciones culturales, puesto que en su historia cuenta la reconciliación milagrosa entre indígenas, negros y españoles a partir de la Virgen María en la Leyenda Vallenata.
Fue este milagro el que permitió que hoy se celebre los cinco decenios de la Diócesis, grupo selecto que ha estado iluminado por figuras prominentes que la providencia divina les ha regalado para adelantar la obra evangelizadora.
Vicente Roig y Villalba fue el primer obispo diocesano que entre rosas y espinas le mostró el camino de Dios a los vallenatos y guajiros, junto a un clero comprometido en la causa del evangelio.
Preciso fue catalogado como ‘el obispo bueno’, a este monseñor nacido en Guadasuar (España) que llegado como vicario apostólico de Valledupar en 1952 inició una ardua tarea de constituir un clero autóctono, instituciones de evangelización permanente y conseguir recursos para garantizar la creación de la Diócesis.
Miembros de la comunidad católica vallenata como Cecilia Jiménez Zuleta explican con ilusión y amor en sus ojos que bajo el episcopado de Roig y Villaba se comenzaron a implementar las reformas del Concilio Vaticano II, como en la liturgia y en la promoción del laicado, fomentando entre otros movimientos los cursillos de cristiandad que tanto bien hicieron a la juventud. “Aquí tengo la foto de nuestro primer monseñor que trajo luz a nuestra tierra”, menciona.
Asimismo, Jiménez Zuleta recuerda que en su periodo se acogió también al Camino Neocatecumenal. Hizo homenaje a su lema episcopal: ‘vencer el mal a fuerza de bien’, porque supo ganarse el corazón de todos, ricos y pobres, campesinos e indígenas, hasta que vivió su pascua eterna el cinco de abril de 1978.
Grandes acontecimientos jalonaron la vida diocesana durante el paso de monseñor Vicente, quien llevó una vida de humildad y proclamación de una vida en comunidad con sacrificio, para que la iglesia que era dirigida por él conocieran la misericordia y el dar todo para el bienestar común.
MAIRA MANOSALVA/ EL PILÓN
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