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Columnista - 10 noviembre, 2020

Trumpbosis

 Insisto en que los tóxicos efectos del Covid-19 podrán ser considerados como un resfriado común, si lo comparamos con la letalidad de las patologías ideológicas de las radicales doctrinas, las cuales mutaron de la sindéresis programática a la obtusa e inescrupulosa intolerancia y sed de venganza.  En nuestro país es marcado este riesgo. Los que […]

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 Insisto en que los tóxicos efectos del Covid-19 podrán ser considerados como un resfriado común, si lo comparamos con la letalidad de las patologías ideológicas de las radicales doctrinas, las cuales mutaron de la sindéresis programática a la obtusa e inescrupulosa intolerancia y sed de venganza.

 En nuestro país es marcado este riesgo. Los que se dicen de izquierda, sin sonrojarse, apoyan las decisiones de cualquier régimen que se autoproclame afín ideológicamente, así no hayan colmado las expectativas del pueblo que democráticamente les dio la opción. Caso Venezuela, cuya transición política se dio como reacción a una corrupta dirigencia tradicional, la cual los tuvo anestesiados por lustros con subsidios, cervezas, tintes para el cabello y cremas faciales, mientras saqueaban las finanzas públicas sin establecer ningún programa de desarrollo económico, diferente a la explotación de sus recursos naturales.  

          La extrema derecha no se queda atrás. Poco les interesa el impacto de las políticas públicas en gobiernos amigos. Defienden el talante autoritario del caudillo, poco les interesa renovar liderazgos y que con éstos se surtan las transformaciones ideológicas, prefieren creer en las prefabricadas estrategias que históricamente han servido para aglutinar las más oscuras pasiones en torno a una favorabilidad electoral. Por esto son devotos de Trump, Bolsonaro y su corte real, así poco o nada le aporten al bienestar general, como excelso fin del noble ejercicio de la política.

Ambos se acomodan en la máxima, “a lo tuyo tú, con razón o sin ella”. Refiriéndonos a lo que vimos en la pasada elección presidencial de Estados Unidos, la izquierda se olvidó que indistintamente a quien haya ganado las elecciones, las políticas de estado del coloso del norte solo obedecen a sus intereses y para fortalecer ese propósito, poco o nada les importa pasar por encima de sus débiles aliados.

Por su parte, la derecha despreció conceptos como xenofobia, racismo, mentira etc. Desde sus adoctrinadores canales de televisión, estúpidamente intentaron construir un ambiente hostil frente a los guarismos electorales, como si el sentimiento nacional tuviera algún efecto en la decisión democrática extranjera. Un desatinado corresponsal, primero se mostró feliz con los iniciales resultados, luego planteó la renuncia de candidato demócrata para no disgustar al caricaturesco líder y, para terminar, ante la inobjetable derrota cambió diametralmente el discurso, de paso quejándose del matoneo en redes sociales.

Hoy Estados Unidos ya tiene presidente y Latinoamérica seguirá siendo su patio trasero. Colombia desde los burladeros del choque de ideologías, seguirá poniendo los muertos en una intestina lucha sin cuartel ni humanidad, en la que el liderazgo social se ha convertido en la actividad más riesgosa para la vida. La corrupción y el narcotráfico seguirán condicionando la democracia permeada por el dinero en todos sus niveles.

Aunque siendo pragmáticos y hasta optimistas, podemos afirmar que el triunfo de Joe Biden y Kamala Harris abre una esperanza de resurrección al Acuerdo de Paz y con él, se frenaría el baño de sangre que día a día llena de luto a familias colombianas. Claro que aún se debe superar la agresiva actitud del Gobierno nacional, refrendada por su jefe máximo en una comunicación retadora y salida de contexto. En cualquier caso, rescatable la revocatoria estadounidense, prefirieron la ciencia, la tolerancia y la Paz, para que por una Trumpbosis no se sufra de embolia política en todo el mundo. Un abrazo. –

Columnista
10 noviembre, 2020

Trumpbosis

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Antonio María Araujo

 Insisto en que los tóxicos efectos del Covid-19 podrán ser considerados como un resfriado común, si lo comparamos con la letalidad de las patologías ideológicas de las radicales doctrinas, las cuales mutaron de la sindéresis programática a la obtusa e inescrupulosa intolerancia y sed de venganza.  En nuestro país es marcado este riesgo. Los que […]


 Insisto en que los tóxicos efectos del Covid-19 podrán ser considerados como un resfriado común, si lo comparamos con la letalidad de las patologías ideológicas de las radicales doctrinas, las cuales mutaron de la sindéresis programática a la obtusa e inescrupulosa intolerancia y sed de venganza.

 En nuestro país es marcado este riesgo. Los que se dicen de izquierda, sin sonrojarse, apoyan las decisiones de cualquier régimen que se autoproclame afín ideológicamente, así no hayan colmado las expectativas del pueblo que democráticamente les dio la opción. Caso Venezuela, cuya transición política se dio como reacción a una corrupta dirigencia tradicional, la cual los tuvo anestesiados por lustros con subsidios, cervezas, tintes para el cabello y cremas faciales, mientras saqueaban las finanzas públicas sin establecer ningún programa de desarrollo económico, diferente a la explotación de sus recursos naturales.  

          La extrema derecha no se queda atrás. Poco les interesa el impacto de las políticas públicas en gobiernos amigos. Defienden el talante autoritario del caudillo, poco les interesa renovar liderazgos y que con éstos se surtan las transformaciones ideológicas, prefieren creer en las prefabricadas estrategias que históricamente han servido para aglutinar las más oscuras pasiones en torno a una favorabilidad electoral. Por esto son devotos de Trump, Bolsonaro y su corte real, así poco o nada le aporten al bienestar general, como excelso fin del noble ejercicio de la política.

Ambos se acomodan en la máxima, “a lo tuyo tú, con razón o sin ella”. Refiriéndonos a lo que vimos en la pasada elección presidencial de Estados Unidos, la izquierda se olvidó que indistintamente a quien haya ganado las elecciones, las políticas de estado del coloso del norte solo obedecen a sus intereses y para fortalecer ese propósito, poco o nada les importa pasar por encima de sus débiles aliados.

Por su parte, la derecha despreció conceptos como xenofobia, racismo, mentira etc. Desde sus adoctrinadores canales de televisión, estúpidamente intentaron construir un ambiente hostil frente a los guarismos electorales, como si el sentimiento nacional tuviera algún efecto en la decisión democrática extranjera. Un desatinado corresponsal, primero se mostró feliz con los iniciales resultados, luego planteó la renuncia de candidato demócrata para no disgustar al caricaturesco líder y, para terminar, ante la inobjetable derrota cambió diametralmente el discurso, de paso quejándose del matoneo en redes sociales.

Hoy Estados Unidos ya tiene presidente y Latinoamérica seguirá siendo su patio trasero. Colombia desde los burladeros del choque de ideologías, seguirá poniendo los muertos en una intestina lucha sin cuartel ni humanidad, en la que el liderazgo social se ha convertido en la actividad más riesgosa para la vida. La corrupción y el narcotráfico seguirán condicionando la democracia permeada por el dinero en todos sus niveles.

Aunque siendo pragmáticos y hasta optimistas, podemos afirmar que el triunfo de Joe Biden y Kamala Harris abre una esperanza de resurrección al Acuerdo de Paz y con él, se frenaría el baño de sangre que día a día llena de luto a familias colombianas. Claro que aún se debe superar la agresiva actitud del Gobierno nacional, refrendada por su jefe máximo en una comunicación retadora y salida de contexto. En cualquier caso, rescatable la revocatoria estadounidense, prefirieron la ciencia, la tolerancia y la Paz, para que por una Trumpbosis no se sufra de embolia política en todo el mundo. Un abrazo. –