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Columnista - 5 junio, 2024

Síndrome migrante 

El psiquiatra español Joseba Achotegui trabaja con temas relacionados con migración en la Asociación Mundial de Psiquiatría, de la que es secretario.   Vio que muchos migrantes que viven situaciones difíciles presentaban “un cuadro reactivo de estrés muy intenso, crónico y múltiple”.  Achotegui le puso nombre: síndrome de Ulises. Aclara el psiquiatra que esto no es una […]

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El psiquiatra español Joseba Achotegui trabaja con temas relacionados con migración en la Asociación Mundial de Psiquiatría, de la que es secretario.   Vio que muchos migrantes que viven situaciones difíciles presentaban “un cuadro reactivo de estrés muy intenso, crónico y múltiple”.  Achotegui le puso nombre: síndrome de Ulises.

Aclara el psiquiatra que esto no es una patología, ya que “el estrés y el duelo son cosas normales en la vida”, pero sí remarca la peculiaridad del síndrome que deja al migrante, de nuevo, en la frontera. Pero esta vez entre la salud mental y el trastorno.

“Cada vez que experimentamos una pérdida, tenemos que acostumbrarnos a vivir sin eso que teníamos y adaptarnos a la nueva situación. Es decir, hay que elaborar un duelo”, explica la psicóloga experta en duelo migratorio Celia Arroyo.

Así, el duelo migratorio está asociado a este gran cambio en la vida de una persona. Pero tiene características que lo hacen especial, ya que es un duelo “parcial, recurrente y múltiple”.

Los motivos por los que se emigra pueden ser variados, vivir nuevas experiencias, conocer otras culturas y paisajes, buscar una mejor calidad de vida, o por cuestiones asociadas al país de origen, como guerras civiles, crisis económicas, persecuciones políticas, inseguridad.  Cuando emigramos perdemos la familia y amistades que, aunque emocionalmente continúen presentes, la distancia física hará que dejemos de verlos, al menos con la frecuencia que lo hacíamos anteriormente.

La cultura, se deja atrás ciertos rituales, celebraciones, comidas y costumbres típicas de nuestro país. La tierra,  implica perder el clima al que estamos habituados, así como el paisaje que solemos ver diariamente, que depende de donde emigramos, en muchas ocasiones es muy diverso a lo que estábamos acostumbradas/os.

El grupo de pertenencia,  perdemos el contacto con la etnia, es decir con las personas con quienes nos identificamos. Lo que se acentúa al llegar a un nuevo país, donde nos sentiremos más diferentes que el resto y posiblemente seamos miradas/os como él o la extranjera.

La lengua, sí bien nuestra lengua nos acompaña a donde vayamos, es posible que dejemos de hablar con cotidianidad si decidimos emigrar a un país de habla diferente, incluso aunque sea el mismo idioma, habrá modismos y palabras diferentes propias de la nueva cultura.

Estatus social,  dejamos atrás el rol que cumplíamos en nuestra sociedad y por lo general nos incorporamos a un estatus de menor nivel en el nuevo país. Trabajamos posiblemente en empleos menos calificados que en los que estábamos en nuestro país de residencia.

¿Qué podemos hacer los demás? La sociedad de acogida juega un papel importante, pero quien no ha vivido esta situación puede que no entienda qué implica el duelo migratorio ni el estrés sostenido que deriva en el síndrome de Ulises. Esto puede hacer que no sepamos cómo ayudar, qué decir o hacer. Como en cualquier duelo, hay que evitar frases del estilo “ya se te pasará”, “no es para tanto”, “eso son miedos tuyos” o “todo saldrá bien”. Achotegui sugiere ni compadecer ni victimizar: “Hay que acercarse con respeto, incluso con cierta admiración. El migrante es una persona fuerte, alguien que está yendo hacia adelante”.  A la vez, es importante respetar su cultura, mentalidad y cosmovisión.

 Y pensar que, como escribió la uruguaya Cristina Peri Rossi, emigrar, partir al fin, es siempre partirse en dos.

¡ No te olvides de leer!

Alexandra Canales 

Psicóloga 

Columnista
5 junio, 2024

Síndrome migrante 

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Alexandra Canales

El psiquiatra español Joseba Achotegui trabaja con temas relacionados con migración en la Asociación Mundial de Psiquiatría, de la que es secretario.   Vio que muchos migrantes que viven situaciones difíciles presentaban “un cuadro reactivo de estrés muy intenso, crónico y múltiple”.  Achotegui le puso nombre: síndrome de Ulises. Aclara el psiquiatra que esto no es una […]


El psiquiatra español Joseba Achotegui trabaja con temas relacionados con migración en la Asociación Mundial de Psiquiatría, de la que es secretario.   Vio que muchos migrantes que viven situaciones difíciles presentaban “un cuadro reactivo de estrés muy intenso, crónico y múltiple”.  Achotegui le puso nombre: síndrome de Ulises.

Aclara el psiquiatra que esto no es una patología, ya que “el estrés y el duelo son cosas normales en la vida”, pero sí remarca la peculiaridad del síndrome que deja al migrante, de nuevo, en la frontera. Pero esta vez entre la salud mental y el trastorno.

“Cada vez que experimentamos una pérdida, tenemos que acostumbrarnos a vivir sin eso que teníamos y adaptarnos a la nueva situación. Es decir, hay que elaborar un duelo”, explica la psicóloga experta en duelo migratorio Celia Arroyo.

Así, el duelo migratorio está asociado a este gran cambio en la vida de una persona. Pero tiene características que lo hacen especial, ya que es un duelo “parcial, recurrente y múltiple”.

Los motivos por los que se emigra pueden ser variados, vivir nuevas experiencias, conocer otras culturas y paisajes, buscar una mejor calidad de vida, o por cuestiones asociadas al país de origen, como guerras civiles, crisis económicas, persecuciones políticas, inseguridad.  Cuando emigramos perdemos la familia y amistades que, aunque emocionalmente continúen presentes, la distancia física hará que dejemos de verlos, al menos con la frecuencia que lo hacíamos anteriormente.

La cultura, se deja atrás ciertos rituales, celebraciones, comidas y costumbres típicas de nuestro país. La tierra,  implica perder el clima al que estamos habituados, así como el paisaje que solemos ver diariamente, que depende de donde emigramos, en muchas ocasiones es muy diverso a lo que estábamos acostumbradas/os.

El grupo de pertenencia,  perdemos el contacto con la etnia, es decir con las personas con quienes nos identificamos. Lo que se acentúa al llegar a un nuevo país, donde nos sentiremos más diferentes que el resto y posiblemente seamos miradas/os como él o la extranjera.

La lengua, sí bien nuestra lengua nos acompaña a donde vayamos, es posible que dejemos de hablar con cotidianidad si decidimos emigrar a un país de habla diferente, incluso aunque sea el mismo idioma, habrá modismos y palabras diferentes propias de la nueva cultura.

Estatus social,  dejamos atrás el rol que cumplíamos en nuestra sociedad y por lo general nos incorporamos a un estatus de menor nivel en el nuevo país. Trabajamos posiblemente en empleos menos calificados que en los que estábamos en nuestro país de residencia.

¿Qué podemos hacer los demás? La sociedad de acogida juega un papel importante, pero quien no ha vivido esta situación puede que no entienda qué implica el duelo migratorio ni el estrés sostenido que deriva en el síndrome de Ulises. Esto puede hacer que no sepamos cómo ayudar, qué decir o hacer. Como en cualquier duelo, hay que evitar frases del estilo “ya se te pasará”, “no es para tanto”, “eso son miedos tuyos” o “todo saldrá bien”. Achotegui sugiere ni compadecer ni victimizar: “Hay que acercarse con respeto, incluso con cierta admiración. El migrante es una persona fuerte, alguien que está yendo hacia adelante”.  A la vez, es importante respetar su cultura, mentalidad y cosmovisión.

 Y pensar que, como escribió la uruguaya Cristina Peri Rossi, emigrar, partir al fin, es siempre partirse en dos.

¡ No te olvides de leer!

Alexandra Canales 

Psicóloga