EDITORIAL

Necesario revisar la cultura del consumo de alcohol

Hechos como el grupo de jóvenes atropellados por un taxista borracho en Bogotá, donde también fue asesinado un conductor por ir al volante bajo los efectos del alcohol, y unos jóvenes enfiestados en una discoteca dan muerte a otro, además de las constantes riñas callejeras y violencia intrafamiliar derivadas del consumo excesivo de licor, obligan a replantear conductas y costumbres en nuestra sociedad.

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Hechos como el grupo de jóvenes atropellados por un taxista borracho en Bogotá, donde también fue asesinado un conductor por ir al volante bajo los efectos del alcohol, y unos jóvenes enfiestados en una discoteca dan muerte a otro, además de las constantes riñas callejeras y violencia intrafamiliar derivadas del consumo excesivo de licor, obligan a replantear conductas y costumbres en nuestra sociedad.

Al igual que en Bogotá, en Valledupar también se han presentado escenas parecidas con saldos trágicos. En la capital vallenata han sido muchos los casos de muertes producidas por conductores embriagados y, además, hijos de familias muy reconocidas de esta ciudad han estado involucrados en este tipo de tragedias en las últimas tres décadas. Acá también ha habido parrandas con personas asesinadas.

En esta fecha, 15 de noviembre, establecida por la Organización Mundial de la Salud como Día Mundial sin Alcohol, con la finalidad de visibilizar el problema del consumo nocivo de bebidas alcohólicas, especialmente entre adolescentes y jóvenes, es necesario revisar esos patrones culturales, en especial en Valledupar donde eso es algo muy arraigado debido a su idiosincrasia de esencia folclórica.

Pero se están dando cambios. Lo que durante décadas fue visto como parte inseparable de la vida social —las fiestas interminables, las parrandas improvisadas en la esquina, la celebración a punta de botella— hoy es cuestionado. Ahora son muchos los que ya no ven con buenos ojos esas tradicionales costumbres.

Bienvenidas esas nuevas mentalidades. Y todo motivado, por un lado, por las dolorosas y recurrentes tragedias viales y agresiones vinculadas al consumo excesivo de alcohol y, por otra parte, porque de manera paulatina ha ido aumentando un mayor interés por rituales ligados a la actividad deportiva y a la academia. Eso es una tendencia favorable.

Incluso, hasta el consumo moderado genera preocupación entre defensores de los buenos hábitos saludables. Todo ello es lo que ha impulsado un viraje cultural palpable en ciudades como Valledupar. Aquí, las tradicionales parrandas públicas que de antaño eran símbolo de la identidad local y expresión de una alegría espontánea, comienzan a verse con otros ojos. Lo que antes se celebraba hoy genera molestia o rechazo, no solo por el ruido o el desorden, sino por la clara asociación que buena parte de la ciudadanía hace entre esas prácticas y los riesgos sociales que conllevan.

Nos alienta saber que ha comenzado a fortalecerse una tendencia creciente hacia el deporte, la vida académica y actividades comunitarias más sanas.

Tampoco es necesario entrar al extremo de satanizar las bebidas alcohólicas, pero sí es bueno tener presente que la normalización de su consumo en exceso deriva en costos demasiado altos para una comunidad.

Hay que resaltar que nuestra sociedad vallenata está llegando a un punto de quiebre. Esa es una buena señal y sería bueno buscar distintos mecanismos para seguirla estimulando. Somos conscientes de que estamos ante un proceso de cambio cultural que no se va a dar de la noche a la mañana ni de manera sencilla, por eso es necesario seguir con acciones constantes que obliguen a revisar con conciencia ciudadana esa vieja costumbre de hacerle honor al consumo excesivo de alcohol sin ninguna responsabilidad.

El llamado no es a la abstinencia absoluta; lo que se invita es a madurar el grado de conciencia acerca del valor de la vida por encima de la tradición y la alegría que caracteriza a nuestra gente.

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