EDITORIAL

Del sancocho a la natilla, pero que se preserven las tradiciones decembrinas

El efecto cultural de esas celebraciones radica en que conecta a generaciones y evoca la memoria viva de lo que fuimos, lo que somos y lo que queremos que permanezca en el tiempo.

canal de WhatsApp

En estas épocas decembrinas es necesario recordar que, aunque el mundo cambie y las modas lleguen, debemos esforzarnos por transmitir a las nuevas generaciones lo que hace únicas a nuestras celebraciones en el Caribe colombiano.

Podría decirse que incluir las innovaciones es natural y enriquecedor, pero olvidar nuestras raíces sería un error irreparable para las tradiciones culturales de nuestros pueblos.

Sin duda alguna el mes de diciembre se convierte en ese espacio donde la gente de los pueblos del Caribe colombiano, entre ellos Valledupar, hace una pausa laboral para mirarse en el espejo de su identidad y vivir las fiestas de fin de año.

El efecto cultural de esas celebraciones radica en que conecta a generaciones y evoca la memoria viva de lo que fuimos, lo que somos y lo que queremos que permanezca en el tiempo.

Es preciso manifestar que preservar las tradiciones no significa resistirse al cambio, sino asegurarse de que la esencia cultural no se diluya. Por ejemplo, en Valledupar es la música, la religiosidad popular, la gastronomía y la vida comunitaria lo que define las características de la presente temporada con rituales que deben ser defendidos con orgullo, entre ellos el prendido de velitas en comunidad, la visita a los pesebres, las novenas cantadas, los juegos tradicionales en los patios, el saludo espontáneo entre vecinos y las reuniones que hacen que cada casa sea un punto de encuentro.

Nuestra región siempre ha sido abierta y capaz de acoger influencias externas sin renunciar a sus raíces. De ahí que muchas tradiciones del interior del país hayan encontrado espacio en nuestras mesas decembrinas, muestra de ello es el plato de la natilla que antes era ajena a los hogares costeños, hoy se brinda con la misma naturalidad con la que se sirve el pastel o el tamal y el típico sancocho, entre otras comidas.

En ese mismo sentido ya no sorprenden las hayacas, propias de los santandereanos por su cercanía con Venezuela. Esas fusiones son muestras de la riqueza y la flexibilidad cultural de nuestra región, pero también no olvidemos la importancia de mantener lo nuestro, sin rechazar lo que viene de afuera, pero si dándole ese valor que nos identifica.

La idea es que nuestros pasteles, bollos, sancochos criollos, que de igual manera hoy se consumen en toda Colombia, las carnes asadas en el patio, la Noche de Velitas, la Navidad y la despedida de Fin de Año con acordeones, los paseos familiares a los ríos, los juegos como el dominó, la ronda y el trompo, entre otros, sigan siendo la esencia de nuestra manera de festejar.

Que se mantenga también el arreglo de la casa, esa costumbre tan propia de la región que incluye la limpieza previa a las fiestas, el cambio de cortinas, el puesto especial del pesebre y el árbol, la decoración que mezcla lo artesanal con lo moderno y esa necesidad de que todo luzca bonito para recibir a quien llegue, sea familia, amigo o vecino de la cuadra.

Es importante que se conserve el sentido de celebración en comunidad, ese es un valor que no puede perderse, porque se trata de un encuentro anual que sin ninguna invitación previa permite el abrazo del vecino, la puerta abierta, el café improvisado, el baile en la terraza y la música que viene de varias cuadras, un ambiente cargado de alegría.

La invitación es a que en estas festividades decembrinas estemos predispuestos a valorar lo propio, enseñando a los más jóvenes el significado de las costumbres. Sigamos fusionando, pero sin perder nuestra autenticidad.

Temas tratados
  • Cesar
  • colombia
  • navidad
  • valledupar

TE PUEDE INTERESAR