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Ser suficiente: el duelo de no ser lo que esperaban de ti

Hay un momento en la vida en el que entendemos que no siempre podremos ser lo que otros esperaban de nosotros. Ese instante, aunque liberador, duele, duele como un pequeño duelo silencioso: el duelo de no haber cumplido expectativas ajenas, de haber decepcionado a quienes soñaron una versión diferente de nosotros. Y, sin embargo, es también el comienzo de la libertad emocional.

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Hay un momento en la vida en el que entendemos que no siempre podremos ser lo que otros esperaban de nosotros. Ese instante, aunque liberador, duele, duele como un pequeño duelo silencioso: el duelo de no haber cumplido expectativas ajenas, de haber decepcionado a quienes soñaron una versión diferente de nosotros. Y, sin embargo, es también el comienzo de la libertad emocional.

Desde pequeños aprendemos, sin que nadie lo diga abiertamente, que hay maneras “correctas” de ser. Algunos crecen sintiendo que deben ser los más fuertes, los más responsables, los más exitosos, los más alegres o los más dóciles.  A veces no se trata de una imposición directa, sino de una especie de guion invisible que se va formando con cada mirada de aprobación o con cada gesto de decepción. Ese guion se convierte en una brújula que guía nuestros pasos, aunque no siempre señale el camino hacia nuestra verdadera paz.

Ser “lo que esperaban” muchas veces se siente como una forma de amor. Lo hacemos por cariño, por lealtad, por miedo a perder la conexión con quienes queremos, pero en el intento de encajar en esas expectativas, vamos dejando pequeñas partes nuestras en el camino: la risa espontánea, el deseo de explorar, la voz que decía “no quiero esto”. Hasta que un día, la distancia entre lo que somos y lo que mostramos se vuelve insoportable. 

Y entonces llega el duelo. Un duelo que no tiene flores ni rituales, pero que pesa igual, porque en el fondo, aceptar que no somos lo que otros soñaron de nosotros —ya sean padres, parejas, amigos o incluso la sociedad— es una forma de despedida.  Nos despedimos de una versión idealizada, de un molde imposible, de una imagen que alguna vez nos sostuvo. Y como todo duelo, tiene sus etapas: la culpa, la tristeza, la resistencia, y luego, poco a poco, la aceptación.

Aceptar que no podemos cargar las expectativas de los demás no significa que no los amemos, significa que aprendimos a amarnos también a nosotros.  Que entendimos que la vida no se trata de cumplir guiones heredados, sino de escribir el propio. Y que la autenticidad, aunque a veces incomode, es la única forma real de vivir en paz.

Ser suficiente no es una meta que se alcanza, es un recordatorio diario.  Es mirarte al espejo sin intentar corregir todo lo que ves, es dejar de disculparte por ser sensible, por cambiar de opinión, por no poder con todo.  Es entender que no naciste para llenar vacíos ajenos, sino para habitarte plenamente.

Tal vez no seas el hijo perfecto, la pareja ideal, la amiga que siempre tiene respuestas o la profesional que nunca duda. Tal vez tus pasos no sigan la ruta que otros trazaron para ti, pero eso no significa que estés fallando. Significa que estás creciendo en la dirección de tu verdad, y ese crecimiento siempre será valioso, aunque no todos lo comprendan.

El duelo de no ser lo que esperaban de ti puede sentirse como una pérdida, pero también es una ganancia silenciosa: ganas autenticidad, coherencia, calma, ganas la posibilidad de estar contigo sin máscaras, ganas la libertad de ser suficiente sin tener que demostrarlo.

La próxima vez que sientas el peso de no haber cumplido las expectativas de alguien, recuerda: no naciste para ser un reflejo de lo que otros soñaron, naciste para descubrir quién eres y construir una vida que se sienta tuya. Esa será siempre la versión más honesta, la más imperfecta y, paradójicamente, la más completa de ti.

Y cuando alguien te diga que cambiaste, sonríe, porque probablemente lo hiciste. Dejaste de intentar ser lo que esperaban y comenzaste a ser tú. Y en esa simple, profunda transición está la verdadera sanación.

Por: Daniela Rivera Orcasita.

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