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Ser feliz es aprender a lidiar con nosotros mismos

Las calles están llenas de indigentes que lo tuvieron todo; en cambio, las tarimas de los conciertos las suelen liderar personas a las que muchas veces les cerraron todas las puertas; y ni hablar de aquellos que llenan estadios haciendo goles, ya que muchos de ellos, durante su infancia, ni unos tenis les pudieron comprar sus padres.

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 Las calles están llenas de indigentes que lo tuvieron todo; en cambio, las tarimas de los conciertos las suelen liderar personas a las que muchas veces les cerraron todas las puertas; y ni hablar de aquellos que llenan estadios haciendo goles, ya que muchos de ellos, durante su infancia, ni unos tenis les pudieron comprar sus padres. ¿Qué hace la diferencia entre unos y otros? Unos se vuelven sus propios aliados, así tengan el mundo en contra; otros se vuelven sus propios enemigos, así tengan todo a su favor.

No es culpar a otros, no es esperar a que todo cambie o resignarse. Es descubrir nuestras limitaciones y superarnos. Llenarnos de paciencia, aprender a ser disciplinados. El problema es que creemos que todo cambiará cuando cambiemos de presidente, cuando los hijos se vayan, cuando cambiemos de trabajo o cuando sea primero de enero. Pero cambiamos de presidente y seguimos igual de jodidos; los hijos se van y ya la excusa no es porque están, sino porque se fueron; cambiamos de trabajo y nos llega un jefe más estricto y que nos asigna más trabajo; llega el año nuevo y estamos sin chiva, sin burra, sin yegua y de suegra, ni hablar.

La vida está llena de batallas, y quien se prepara para la guerra su victoria ya la tiene asegurada; el problema es que nos encanta esperar a ver qué sucede, lo que da lugar a que el enemigo nos gane la pelea. En el campo de entrenamiento, ¿contra quién lucha el soldado? Su enemigo es él mismo, quien se manifiesta a través de las dudas, el miedo y el cansancio que surge durante las pruebas. Un soldado en sí no se prepara luchando contra el enemigo, ya que sabe que nuestro peor enemigo somos nosotros mismos; se prepara aprendiendo a ser más fuerte, para que, independientemente de las artimañas que lleguen como amenaza, gracias a su poder mental, su fuerza interior y la confianza que tiene en sí, logre acabar con cualquier ejército.

Así como un soldado se prepara en campos de entrenamiento antes de ir a la guerra, un niño se prepara en el seno de su hogar antes de llegar a la adultez. No prepararse es sinónimo de batalla perdida, pero debemos tener presente que no nos preparamos para ganarle a alguien más, nos preparamos para gozarnos cada pelea, enfocándonos en nosotros mismos.

Cuando un adulto tiene un problema, suele resolverlo de acuerdo con el entrenamiento que recibió durante su infancia; algunos gritan, otros lloran y unos evaden, mientras aquellos que aprendieron a ser felices se centran en ellos mismos y sacan las herramientas que aprendieron para salir victoriosos, utilizando además los escudos para que no les afecte la artillería de su oponente. Ser feliz es aprender que lo tenemos todo; ser infeliz es creer que todo nos falta.

Ahora hablemos de esas herramientas y escudos que utilizan los niños felices para luchar durante la adultez. No es otra cosa sino confianza, seguridad, capacidad para escuchar, proactividad, asertividad, amor propio, paz, calma, silencio interior, tranquilidad, entre otros valores y actitudes que permiten ser feliz, enfocándonos en nosotros mismos, en lugar de culpar a los demás. Cuando aprendemos a ser felices, obtenemos una enseñanza de cada problema y cada adversidad se convierte en una oportunidad, toda vez que comprendemos que el único vencedor, o el único ganador, siempre será o nuestro amor propio, gracias a que somos felices, o nuestro ego, gracias a nuestro orgullo.

María Angélica Vega Aroca

Psicóloga

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