COLUMNA

Noviembre 2 de 1995

Esa fecha es inolvidable, era un jueves cualquiera. Yo estaba cursando mi primer semestre de Jurisprudencia en la Universidad del Rosario de Bogotá.

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Esa fecha es inolvidable, era un jueves cualquiera. Yo estaba cursando mi primer semestre de Jurisprudencia en la Universidad del Rosario de Bogotá. Recuerdo, como si fuera ayer, que estaba en el segundo piso de la biblioteca, durante una hora libre de 10 a 11 de la mañana -esos espacios los llamábamos “huecos”-, preparando algún parcial que se avecinaba. 

Estaba con mi gran amigo y colega, Fernando Cervantes Díaz, prestigioso académico y tributarista. En aquella época no teníamos acceso fácil a los celulares, costaban un platal, pero sí teníamos “beeper”, aparato al que, luego de llamar a una central y dar un código -que era el número del beeper-, se enviaba un mensaje escrito. Hacia las 10:30 me llegó un mensaje, no recuerdo de quién, en el que lamentaban el atentado en el que habían herido gravemente al Dr. Álvaro Gómez Hurtado. La gente que me conocía hasta ese momento sabía que Gómez había sido mi inspiración para hacerme conservador, de libre mercado, amigo de un Estado con poca burocracia y comprometido con la inversión social y la libertad de empresa. 

Lo admiraba intensamente, lo empecé a seguir ideológica y políticamente desde inicios de 1986, durante la campaña presidencial de ese año, que lo enfrentó con quien a la postre ganó la elección, el liberal oficialista Virgilio Barco. Fueron 9 años en los que volví a apoyarlo cuando en 1990 se midió para el mismo cargo con César Gaviria, quien ganó holgadamente esa elección; lo acompañé en las elecciones a la Asamblea Nacional Constituyente -promovida por estudiantes de Derecho de las principales universidades bogotanas-, padecí su secuestro por parte del M-19 y, que fuese por unos meses el jefe directo de mi papá, gerente financiero de “La Unidad”, empresa propietaria del periódico “El Siglo” de las familias Gómez y Uribe.

Gómez en mi vida aparece todo el tiempo: sus ideas, el “Acuerdo Sobre lo Fundamental” del que tanto nos habló y que sigue cobrando vigencia y su vil asesinato durante el gobierno cómplice de Samper y Serpa, toman fuerza cada que escribo esta columna, cada vez que hablo con alguien sobre política, ya sea en Colombia o en el exterior. Gómez hace parte de mi existencia, de la manera como he concebido mi vida, de la ciudadanía responsable que ejerzo diariamente y a la que le he dedicado mis mejores años, convencido de que es el deber ser, lo ideal para nuestra sociedad, lo que nos merecemos después de tanto sufrimiento. Gómez marcó mi camino, la profesión que elegí y el oficio al que me dediqué. Consciente de lo difícil que es hacer política honesta en este país de mafias, la educación apareció y me permitió aportar a trasformaciones sociales desde mi quehacer como profesor a nivel escolar, universitario y como directivo docente. Gómez es, ha sido y seguirá siendo, la figura más respetable en mi vida, a la altura de mi papá y de mi mamá, los 3 están en el mismo nivel. 

Ya retirado Gómez, dedicado a la vida académica y al periodismo, a leer clásicos en las noches con su esposa Margarita y a la pintura de caballos, las balas asesinas del régimen que tanto combatió lo callaron para siempre, al salir de su cátedra de Historia Política y Constitucional. ¡Siempre en mi corazón Dr. Gómez!

Mientras tanto, esta semana que termina también recordamos a las víctimas de la toma del Palacio de Justicia por parte del movimiento narcoterrorista del M-19. Esa toma sucedió entre el 6 y el 7 de noviembre de 1985, se cumplieron 40 años de la ocurrencia de esos nefastos hechos. El M-19, el mismo grupo ilegal que se alió con Pablo Escobar para llevar a cabo esta tragedia, en el que militó Gustavo Petro -presidente que hoy manipula al pueblo con una narrativa de protección de la vida y que se comprometió con Colombia a hacerla una potencia en esta materia-, fue el que generó la peor crisis institucional del país en el siglo XX. No resulta anecdótico que, 40 años después, un hijo indultado de ese grupo delincuencial, tenga a Colombia sumida en la peor crisis institucional del nuevo milenio. Son y serán siempre lo mismo. En 40 años no ha cambiado nada.

Por: Jorge Eduardo Ávila.

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