Debía tener unos cinco años de edad y la finca estaba repleta de gente, habían llegado todos mis primos a pasar vacaciones, ya les conté en una columna qué era lo que iban a hacer a la finca para navidades mis primos que vivían en Bogotá la mayoría. Ese diciembre fue especial para mí, en la madrugada del 25 de diciembre amaneció colgado en la cabecera de mi hamaca un carrito a escala de la camioneta Ford 150 Ranger de carrocería, nunca olvidaré su color, la cabina era azul y la carrocería amarilla, y el de mi hermano Iván, rojo con verde. El siguiente año, la sorpresa me la dieron mis primos los de Bogotá que me regalaron un Jeep militar de pasta dura el cual era a prueba de golpes, de caídas y de todo tipo de maltrato, ese fue mi último regalo, ese día dejé de ser niño.
Traigo este recuerdo porque nunca más volví a tener navidades, mi papá era de la tesis que uno se hacía hombre a los nueve años, para mi caso fue a los siete porque hasta ahí tengo recuerdos de lo que fue jugar con carritos o algo parecido, solo tengo en mi memoria trabajo duro, y muchas privaciones, a pesar de que teníamos una condición económica muy estable mi papá se esforzaba por no gastar mucho en cosas que él consideraba “no eran tan necesarias”, y bajo ese argumento realmente nos criamos con una vida muy modesta casi que rayando en la carencia, aclaro, en algunos aspectos, porque en todo lo demás, la abundancia se notaba.
La Navidad es y será la etapa con mayor significado en la memoria de todo niño, toda la magia que rodea su inocencia, la carta a Santa, las luces del árbol, los villancicos, los regalos, la familia y todo cuanto pueda adornar el ambiente en diciembre; sin embargo, no pierdan de vista que no todos podrán este 24 de diciembre vivir la fiesta del nacimiento del Niño Dios de la misma manera, millones no tendrán árbol, ni luces, ni regalos, y algunos ni siquiera tendrán techo porque la guerra se encargó de arruinarles la vida para siempre, ejemplo, los niños de Gaza, irónicamente el lugar donde nació Jesús hoy yace en escombros, muerte, desolación, hambre, frío y sufrimiento, lo más probable es que Santa no llegue a los campamentos y cambuches que improvisan los gazatíes porque como dice la canción del compositor Rafael Manjarrez “éste Papá Noel solo visita los mejores barrios y a otros los deja olvidados”.
Y es que al viejito pascuero cada vez le alcanza menos el tiempo, en el pasado entre una navidad y otra podía preparar lo necesario para cumplirle a todos los niños que habían hecho sus cartas, incluso a los adultos también, y hasta podía tomar vacaciones. Eso hoy parece que no es posible, porque los años llevan prisa, no sabemos por qué ni para qué, y no hemos terminado la tediosa tarea de desarmar la decoración navideña cuando ya el calendario y las emisoras nos empiezan a hacer una cuenta regresiva para anunciarnos que el año se está acabando, todo es así, con prisa, con angustias, con afugias y con la enorme realidad que hace que ya no se pueda prometer nada para “la próxima navidad” porque en menos de un abrir y cerrar de ojos, ya es navidad, y así como llega, justo se va, muchas veces sin mucha magia.
Esta navidad está llena de angustias para muchas familias que la tragedia las visitó inesperadamente, les rompió la tranquilidad y la paz y cortó la alegría, se cambiaron los planes de fin de año por salas de UCI, por rituales funerarios y otros simplemente no tendrán la casa llena de primos, de hermanos, de hijos o de nietos, este año y parece que los años que vienen la navidad no tendrá la misma luz, el mismo significado y por supuesto querrán que nunca llegara porque aunque no lo quieran será la época en que se recuerde que alguien falta en la mesa, que no hay quien ponga el arbolito o decore la casa, y por ende quien le dé alegría a sus corazones.
Por: Eloy Gutiérrez Anaya.





