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Es más fácil hablar de cifras y contratos que de traumas, miedos, infancia y emociones

Suele ser común escuchar diversos tipos de personas señalando presidentes, senadores, congresistas, gobernadores, alcaldes, candidatos, empresarios y demás dirigentes de diferentes tipos de gremios de ladrones, corruptos y mentirosos cuando en realidad nosotros estamos haciendo lo mismo que ellos, pero con el poco poder que tenemos en nuestras manos.

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Suele ser común escuchar diversos tipos de personas señalando presidentes, senadores, congresistas, gobernadores, alcaldes, candidatos, empresarios y demás dirigentes de diferentes tipos de gremios de ladrones, corruptos y mentirosos cuando en realidad nosotros estamos haciendo lo mismo que ellos, pero con el poco poder que tenemos en nuestras manos.

¿Quién es peor, un presidente que roba a los ciudadanos o un padre que le roba a su familia? A decir verdad, el presidente ni nos conoce, en cambio, con la familia existe un vínculo de consanguinidad. Un presidente firma un pacto político con su pueblo que, al cabo de cuatro años, caduca y da inicio a uno nuevo.  En cambio, los padres de familia establecen un pacto emocional, afectivo, psicológico y físico con sus hijos, que no tiene fecha de caducidad y genera secuelas para toda una vida, pero aún así, se cree que el cambio, lo deben generar los dirigentes políticos. Es más fácil hablar de cifras y contratos que de traumas, miedos, infancia y emociones. Así como un presidente logra justificar sus malos manejos, un padre logra justificar sus noches de parranda y las cuentas que paga satisfaciendo sus necesidades.

De nada sirve criticar el amarillismo de la prensa o la manipulación de los diferentes medios de comunicación si a nuestros hijos también los manipulamos con mentiras para nuestra propia conveniencia.

¿Cuál es el verdadero problema, lo que los otros hacen o que con lo poco que tenemos no podemos engañar, dañar o robar más? ¿Juzgar a alguien que va en su carro de lujo y evade una infracción de tránsito preguntando “¿Usted no sabe quién soy yo?” o ir en una moto, a máxima velocidad por las calles, sin documentos, sin casco y volándose los semáforos? Es en sí lo mismo.  Ambos violan la ley, la diferencia es que el primero, quiere hacer uso de su reconocimiento público y el segundo no lo tiene.

Muchos creen que es peor robarle a un país, que robarse una menta en una tienda, o robarle el turno a alguien en una fila. Pero en sí, cada quien está tomando, dependiendo de cuán grande tiene la mano y no dependiendo de sus valores, principios y virtudes. Cuando vemos a alguien que se aprovecha de su posición, lo consideramos corrupto, pero, cuando alguien nos juzga, por aprovecharnos de una situación, lo consideramos pendejo.

Para los dirigentes políticos, los colombianos somos unos pendejos, que permitimos la compra de votos, ya sea por obra u omisión, a cambio de tamal, trago, fiesta y mentiras; y para los colombianos, todos los dirigentes políticos son unos corruptos. Así como un niño no puede ir a la escuela sin haberse aprendido la lección, un ciudadano no puede ir a votar sin conocer la trayectoria, propuesta política, estilo de vida y discurso de los candidatos.  Es muy fácil ver lo que hace el otro con sus manos, pero es más sabio ver lo que hace cada uno con las suyas.

Los pobres piden subsidios ignorando que son una excusa para robar, y así mismo, un niño malcriado pide dulces a sus padres, ignorando que el día de mañana, de diabetes sufrirá. No le pidamos a un dirigente político dulces, toda vez que después, no vas a tener cómo y con qué controlar la indigestión; educa tu mente y emplea de forma apropiada tus manos y tu poder, ya que solo así, tendrás un futuro mejor. 

Por: María Angélica Vega Aroca.

Psicóloga 

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