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El destino y yo

Hay un proverbio oriental que dice: “El destino baraja las cartas, pero nosotros jugamos la partida”. 

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Hay un proverbio oriental que dice: “El destino baraja las cartas, pero nosotros jugamos la partida”. 

Y cuando se tiene la “talla” damos las cartas respetando el turno y las repartimos —el destino— aunque las cartas hayan sido marcadas por el afán de la suerte o por el grito desesperado de la ambición, pero sirve de guía para quien lo respeta y acepta con la serenidad ante lo absurdo, ya que es un hecho que pertenece a los misterios de la naturaleza misma, que no se explica, pero se acoge y nos busca tal cual como lo buscamos como jugadores muchas veces apasionados y desbocados ante la realidad.

Existen muchas teorías acerca del destino, algunas negativas que frenan la libertad y lo encarnan como condena y otras ilusas que tranquilizan la responsabilidad sobre las decisiones.

Algunos miramos el destino como un camino con muchos ramales y atajos donde la suerte se incomoda con tantas posibles elecciones, más bien enmarcadas como un conjunto de eventualidades condicionadas por el pasado, la cultura o la vida misma, sobre las cuales el ser humano puede ejercer su voluntad. 

—Levántate temprano, es la única forma de alcanzar un sentido saludable y sano a la vida, pues encontrarás rápido la ayuda del destino y te alcanzará el tiempo para ayudar al prójimo— decía mi hermana mayor… como queriendo recordar aquella sentencia popular que dice: “El que madruga Dios le ayuda”.

El destino, bueno o malo, siempre será un camino cubierto de malezas llamadas indecisiones que entre más las pisamos más crecen y se desarrollan en cualquier sentido, muchas veces dependiendo de qué tan fértil sea el terreno andado y qué tan sanas sean nuestras ambiciones.

El destino se elige con la aceptación de las propias desdichas y las múltiples de otros que torpedean nuestro sendero como balas cruzadas en una guerra que no es nuestra. 

El destino no es manejable, ni algo controlable, pero cuando queda en manos de soberbios y ególatras que se creen mesías, se corre el riesgo de volverse un espejo de sus vanidades, sobre todo si tienen el poder, quienes, creyéndose salvadores únicos, lo gobernado deja de ser un proyecto colectivo y se transforma en escenario de ambiciones personales. En lugar de consensos, florecen imposiciones; en lugar de unidad, divisiones. Sin embargo, el destino no está escrito de forma absoluta: también depende de la resistencia cívica, de la memoria histórica y de la capacidad del pueblo para no entregarse al hechizo de falsos profetas. Nuestro pueblo, con su espíritu resiliente, puede elegir entre ser rehén de caudillos o autor de un destino más justo y plural.

Si no se frena a los autócratas, nuestro destino corre el riesgo de convertirse en una repetición de ciclos de sometimiento y silencio. La historia muestra que cuando los pueblos callan, los autócratas se fortalecen. Pero también enseña que ninguna tiranía es eterna: siempre surge la memoria, la dignidad y la voluntad colectiva que rompe las cadenas. El destino dependerá de nuestra valentía para defenderlo.

Nuestro destino en este modernismo actual se entreteje entre la rapidez del cambio y la fragilidad de lo humano. Somos —como muchos—individuos rodeados de tecnología, consumo y discursos que prometen sentido inmediato. Frente a ello, la tarea es no perderse en la prisa ni en la superficialidad, sino hallar la voz auténtica en medio del ruido general. Nuestro destino no será dictado por algoritmos ni tendencias pasajeras, sino por la capacidad de mantener raíces en la memoria y alas en la imaginación. En este modernismo, decidimos ser espectadores o protagonistas y si los demás, si son irracionales, se dejan que decidan por nosotros, todo estará perdido y el destino se esfumaría sobre la faz del planeta por la simple determinación de una serie de ególatras que nunca aceptaron la verdad.

Desde el punto de vista de las matemáticas el destino es una incógnita que al despejarse permite soluciones con muchas incertidumbres. Lo que nunca he podido comprender es que el destino termine antes que la muerte.

Por: Fausto Cotes N.

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