Crecí escuchando las historias de la guerra civil colombiana, ese periodo fratricida entre 1946 y 1966 que nos dejó una herencia maldita de querer matarnos por supuestamente defender “las ideas” del partido al que supuestamente pertenecemos, pero cuando te adentras en lo profundo de cada ciudadano, de cada madre, trabajador, pequeño empresario, incluso del gran empresario, te encuentras con una realidad que no tiene color, ni nada que se le parezca: al final son los mismos seres humanos habitando un pedazo de tierra con los mismos problemas de hace 60 años.
El primero y quizás el más grave que nos ha mantenido en un enfrentamiento y un odio visceral entre compatriotas es la ignorancia, una ignorancia que se quiso combatir con lectura, con el estudio de la historia, con entender por qué estamos como estamos y más allá de endilgarle la culpa a los unos o a los otros, era poder comprender las verdaderas intenciones de aquellos que hicieron que nuestros abuelos o nuestros padres tuviesen que elegir con cuál color de trapo se iban a cobijar. Y el segundo, que viene siendo la evolución máxima del primero, es la estupidez, y lamentablemente para esta sí no hay cura o antídoto conocido, porque la estupidez ataca como cualquier virus invasor la razón, y cuando la razón cae, también con ella toda esperanza de civilización.
Y es que no me dejarán mentir, pero yo prefiero a un ignorante en bruto que a un estúpido ilustrado, porque los ignorantes cuando tienen el poder casi siempre buscan rodearse de personas con más información que ellos; para la muestra, grandes hombres que se destacaron solo con la fuerza de sus ideales y la creencia de que el trabajo duro, la disciplina, el sentido común y la convicción de estar haciendo las cosas bien lograron cambiar no solo sus vidas y la de los suyos, sino las de sociedades enteras.
Pero el estúpido, ese sí es un personaje de temer, porque adicional a que ya carga con una mancha indeleble, termina perfeccionándola agregando egoísmo, fanatismo y mucho, pero mucho, contenido de odio; imagínese esa mezcla cuando le sumas el poder de convertir en leyes todo lo que su estupidez le dicta, o tomar decisiones para millones de personas, aconsejado por el ego.
Lo que quiero significar es que liberalismo y conservatismo han coexistido durante 236 años, los unos defendiendo el statu quo, la monarquía y el poder de la Iglesia, y los otros exigiendo igualdad de derechos y menos invasión del Estado y de la Iglesia en los asuntos de la República. Así fue hasta hace aproximadamente tres décadas, cuando bajo la falsa idea de “abrirnos al mundo” (por cierto, una idea del liberalismo económico, para que vayan entendiendo), lo que realmente ocurrió fue que “ese mundo” nos invadió con basura empaquetada y etiquetada como “modernización” y “revolución tecnológica”, y contaminada con un virus incurable que terminó mezclándose con la estupidez que ya traíamos, dando paso a este engendro sin nombre que hoy tiene al mundo en caos, matándonos como salvajes, donde la empatía, la solidaridad, la compasión y la misma razón dejaron de existir, abriendo un portal por donde se colaron “caudillos y salvadores”, pero también fanáticos con la cabeza llena de humo, y lo que es peor, cada quien lo fue convirtiendo en dogma y cada cuatro años lo sale a vender como la solución mágica. Háganme el bendito favor.
Y es que usted hoy tiene que declararse y ponerse la marca por solo dos opciones posibles: o usted es “uribista” o es “petrista”. Créanme que cuando me ponen en esa posición pendeja me ofende de sobremanera, porque descubro que los mismos que quemaron a Galileo, la biblioteca de Alejandría, los que hicieron que medio mundo se matara en dos guerras y los que aplauden que un niño puede elegir a qué género quiere “pertenecer”, incluso mutilando sus genitales y venderlo como un “derecho”, vienen siendo los mismos con las mismas.
Por favor, no se dejen encasillar. No es verdad que el mundo se mueve entre derechas e izquierdas. Abran la ventana, dejen de creer en las redes sociales y piensen; todavía es gratis, no respondo más adelante.





