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Crónica - 26 junio, 2021

Los caminos de un cuentista

La oralidad es capaz no solo de construir imágenes de la experiencia humana y del cotidiano, sino de recuperar e integrar saberes.

Moisés Gregorio Perea Manjarrés.
Moisés Gregorio Perea Manjarrés.
Boton Wpp

Sin más armas que su ingenioso palabrerío. 

La vida de Moisés Gregorio Perea Manjarrés (Valledupar, Cesar, 9 de mayo de 1947 – 17 de noviembre de 2020) está enmarcada en varios momentos que son los que determinan la realidad de todo. Él no era únicamente aquel hombre que, sentándose en una esquina o donde lo cogiera la noche, se convertía en un ocasional contador de chistes o en el clásico suministrador del chisme sórdido. 

Por el contrario, él decidió darle un vuelco a ese calificativo ligero que escuchaba a diario: “Ahí viene el narrachismes, ahí va el cuentachistes”. Para lograr salirse de ese continuo señalamiento y no dejarse encasillar y así por fin derrotar esa frase que le mortificaba tanto, construyó su estilo que lo diferenciaba de todos aquellos que le antecedieron y los que seguirían caminos parecidos al suyo. 

A ‘Moi’, como lo apodaron con cariño, lo conocían casi todos los valduparenses y quienes visitaban a su capital, conocida como ‘El vaticano del vallenato’ por ese lenguaje rico y castizo y esa imaginación desbordante que alegraba con sus relatos diariamente la región.

Sus padres, Margoth Manjarrés Rodríguez y Julio Beltrán Perea Gutiérrez, nativos de San Juan del Cesar y La Junta, La Guajira, decidieron buscar en Valledupar mejores horizontes para sus cinco hijos: Efraín, Manuel, Julia, Elizabeth y Enrique.

Con sus pocos años, Moisés demostró ser un niño avispado y diferente en su forma de ser, frente a los demás de su edad en el barrio. Esto lo llevó a aprender de los mayores y recitar de memoria acontecimientos que oía en la calle y en los salones de su pueblo natal. Eran historias, muchas de ellas sin vivirlas, y por la alegre forma en que las narraba, se convertían las mismas en protagonistas de primera mano. Esa habilidad la consolidó al escuchar a su señora madre protagonizar tantas escenas de la vida diaria, que lo inspiraron y llevaron a ingeniarse las mejores formas de contar relatos del pasado, el presente y las que pudieran surgir.

No pasó mucho tiempo para que el niño y el adolescente se juntaran en uno solo, y como consecuencia lo llevó a volverse un hombrecito antes de tiempo. Con ese cerebro soñador y ese espíritu de ir hacia adelante se imaginó así mismo en otros escenarios. Por consiguiente, un día cuando ya había cumplido quince años, y sin pensarlo dos veces, empezó a figurarse varias escenas y como quien empaca en una vieja mochila dos camisas, dos pantalones y bien envueltos sus cuentos y se marcha en busca de otro mundo, eso sí que no estuviera tan lejos de su tierra que lo ataba, pero sí que no le fuera difícil como aquí, mostrar en ese lugar su talento y ser alguien importante. 

Mientras más lo pensaba, menos se cansaba de repetirse a sí mismo: “Ya mi pueblo me está quedando pequeño para todos mis sueños”. Idea que se acrecentaba, cada vez que visitaba a sus padres en La Junta y veía a sus tíos Juan y Rafa, ambos sordomudos, que lo llevó a reflexionar cómo podía alimentar sus ideas, más allá de lo que él se imaginaba que sus tíos se dirían sin hablar.

Sin más armas que su ingenioso palabrerío emprendió su camino con todas las ganas de pensar solo en el triunfo. “Si fulanito es grande, por qué yo no”. Esto lo solía repetir, muchas veces en voz alta, durante el trayecto que lo llevaba del sitio donde vivían sus padres, al lugar donde había nacido.

Con esa eterna vocación de hacer amigos que le acompañó siempre, no demoró mucho en conocer a unas personas que pensaban, vivían y actuaban como él. Esa “gallada” le permitió conocer de todo. La parranda se volvió una constante para transitar por muchos mundos que, como situación rara, le presentó todo “a la carta”; él solo tuvo que darle rienda suelta a ese crecido torrente que como río endiablado se había convertido su talento de cuentista.

UN CUENTERO

 Moisés tenía un talento particular: su retentiva y el apego a las personas mayores, quienes nutrieron su espíritu para que se pudiera convertir en un relator de pasajes costumbristas, hecho que lo llevó en más de una ocasión a auto invitarse a parrandas vallenatas y de otros géneros musicales para así esperar su turno preciso y poder contar lo que desde joven venía creando. Su capacidad de relatar historias en las que la realidad se abraza con la fantasía, le permitió borrar esa vieja apariencia del simple “echador” de chistes

Lea también: Camilo Namén, a sus 77 años continúa recordando su niñez y al gran amigo

Él no había venido a este mundo para ser un cuentachistes echado al olvido; la manera como lo hacía lo convirtió en un excelente y exquisito fabulador; un cuentero con todas las de la ley, y así es como se debe recordar.

Volviendo a su juventud: todo marchaba bien. Él sentía que las frases y los golpecitos constantes en sus hombros eran el justo premio por su narrativa. Y así, sin pensarlo dos veces, se creyó ese manifiesto que se inventaron los aduladores, quienes no tienen otro discurso que plantear y siempre aducen lo mismo, para someter a los ingenuos creadores.

Y él, pavoneándose como si fuera un gallo ‘jugao’, cayó en la trampa del halago exagerado; se fue por un camino de fácil acceso, pero con un retorno lleno de dolor. El mismo que la mayoría de las veces es difícil salir y con muy pocas probabilidades de éxito.

Moisés ya no caminaba igual. La frase mal dicha comenzó a reducir aquel léxico florido que lo convirtió en ese ser querido por todos. Su rostro ya no era el mismo; en él se podía vislumbrar la angustia del callejón sin salida por el que lamentablemente estaba transitando. Pedía auxilio sin decir una palabra. La mayoría no lo entendió y esto conllevó a que se mofaran y hablaran mal de su situación.

Él siguió cargando su tragedia. Perdió el encanto que tenía; al pedirle ayuda a sus compañeros, tristemente muchos de ellos le sacaron el cuerpo o se le escondieron. Otros se lo encontraron a boca de jarro y solo atinaron a darle un par de monedas, como ofendiendo su condición enfermiza que crecía en contraposición con su creación.

De aquel hombre que brilló por su talento, no era mucho lo que quedaba. Se volvió incómodo, su magia se redujo y la manera recurrente de contar sus relatos fueron signos evidentes de su decadencia. En medio de esos fantasmas que no faltan en la vida del ser humano, Moisés terminó vencido por ellos y un día se marchó.

OBRA ORAL 

Después de un tiempo que él nunca imaginó, la gente comenzó a sentir el vacío al no escuchar ya más su recursiva palabra. De repente, se interesaron por la suerte del narrador brillante, quien duraba horas y horas sin parpadear un segundo y con la capacidad de hablar sin cansancio y vencer el amanecer.

Perea Manjarrés fue reconocido por la capacidad para narrar sus cuentos.

Por un lado, solo un reducido grupo de personas, liderado por Arnoldo Mestre Arzuaga, se tomó la tarea de recopilar sus relatos orales e invitar a escritores como Ciro Quiroz y Simón Martínez, para que dieran sus visiones sobre el cuentista natural, a las que se sumaron otras plumas que rescataron, en gran parte, esa interesante obra oral que nutrió a los amaneceres de los valduparenses y vallenatos. 

Por otro lado, hay quienes se dieron el lujo de decir sí, pero luego y con un variado repertorio de excusas como: “Yo voy a hacer un libro sobre él”, no salieron con nada, y a decir verdad hasta frases como: “No sé escribir sobre farándula” fueron respuestas que no ayudaron al propósito de recopilar en su totalidad ese maravilloso trabajo narrativo del cuentista desaparecido.

Moisés así como vino se fue, pero su obra –llena de una cuentería agradable y en la que lo vulgar no jugó un papel determinante– reclamó su legado: aquello que se le deja al pueblo y a quienes le vieron recitar hasta el cansancio sus originales relatos.

Está claro que su obra tiene que ser publicada, porque si la dejan en manos de la memoria, el paso del tiempo la terminará sometiendo al olvido. O peor, resultaría siendo reclamada por otros que no la crearon y a quienes les gusta ponerse camisas ajenas y decir que son los gestores.

Lea también: Luis Manjarrez, guerrero ciego del folclor vallenato

Además, quienes creen y repiten hasta el cansancio que al morir el creador de la obra se acaba todo, están equivocados. Ella hablará siempre por su autor; lo demás es un tránsito en el que la vida ha de caer siempre ante la trampa que nació con ella: la muerte.

Su creatividad no se remeda, porque el valor de su obra es incomparable. No está en permuta, no tiene precio, no se cede a cambio de algo y, finalmente, porque sería contrariar la forma de ser de su creador. Ella se presenta, así de elegante, al gran salón del respeto; a su vez se acompaña de la mano de los niños, adolescentes y mayores quienes replantean la manera como se ha venido tratando a la obra y a su creador. Sin equívocos, la obra de Moisés no debe presentarse como una mercancía porque su contenido exige respeto.

LA TRADICIÓN ORAL

Con relación a esto, quiero detenerme un instante y explicar por qué es tan relevante rescatar la obra de este cuentista, porque él no solo se representa así mismo como creador y trovador y cuentero innato; Moisés Gregorio representa la importancia de la tradición oral de toda esa inmensa región que lo vio crecer. La oralidad es, entonces, igual de importante para una cultura como su legado escrito.

Las narraciones orales se originan en sistemas culturales como lo son el conocimiento, las emociones, las ideologías, los valores y las creencias, entre otros; son dimensiones de orden social muy importantes. Las palabras adquieren su significado en un ambiente real; así como acontece con el ejercicio de trovar, contar historias dada en el momento y con el “empuje” y jolgorio propio del orador quien tiene en su naturaleza la capacidad para una memoria verbal, y la repetición que además permite que nunca sea posible repetir la misma historia de igual manera. 

Existe a su vez, el contacto con el espectador. Es una dinámica muy viva y presente en nuestras culturas colombianas, tal como es el caso de la región de la provincia y sus alrededores. Es importante porque las culturas orales expresan en forma verbal todos sus conocimientos haciéndolo además con una referencia al mundo cotidiano, y es ahí en donde se encuentra la magia, la chispa y la conexión con esos relatos orales tan autóctonos.

Como cierre de esta parte en la que he decidido detenerme quisiera reconocer cómo la oralidad es capaz no solo de construir imágenes de la experiencia humana y del cotidiano, sino de recuperar e integrar saberes. Este carácter acumulativo de la oralidad cultiva la memoria cultural tan indispensable, que no se limita solo a la literatura –los relatos orales en el caso de Moisés–, van más allá: los encontramos en las letras de nuestras canciones vallenatas, como ejemplos, las cuales narran historias cotidianas también. A decir verdad, la cultura oral no solo determina un modo de expresión, sino también un proceso de pensamiento.

CONCLUSIÓN

Ahora bien, soy un convencido, que estos relatos tendrán una mejor suerte que su creador. Y que no faltará el director de teatro, cine o medios audiovisuales que la lleve a un mejor nivel, porque su naturaleza cuenta con tanta sencillez, pero con un valor inmenso de naturalidad y, ante todo, de verdad, inmersos en cada uno de los diversos pasajes que él construyó. Esta última palabra pone en evidencia a un país resquebrajado, porque en nada de lo que dice aparece ella y mucho menos les acoteja.

Moisés es una consecuencia más de un país sin rumbo. En el que el atajo y todos sus males reinan sin que se asome un futuro que no sepa a canje, a dádiva o a negociado, o que lleve a la ciudadanía a salvarse como bien pueda. La credibilidad en las instituciones no existe, la mayoría de las veces por culpa de sus oscuras acciones. La extrema pobreza está en estado de indefensión y el valor del dinero ha cobrado por ventanilla el poco valor humano que nos queda.

Todo esto es cierto, como también que en cualquier esquina de un barrio popular de ese Valle, del que ya no queda nada de lo que fue, se aparezca todos los viernes, en lo oscuro de la penumbra, la figura luminosa de un hombre elegante, perfumado y con la mirada limpia, estrenando relucientes zapatos mocasines con variados colores y una camisa de flores y pantalón de intenso color, quien recita con la fuerza de sus jóvenes pulmones muchos de sus cuentos que logran entrelazar la realidad y la ficción para luego finalizar con un estruendoso aplauso que se regala él mismo.

Cada vez que leamos uno o varios de sus cuentos, llenos de esa narrativa picante, irónica y humorística, contaremos con su presencia, porque él en definitiva vino para quedarse y si en un momento dado dije que se fue, perdónenme, él me acaba de corregir sin decirlo y al hacer, la lectura de su creación.

Por: Félix Carrillo Hinojosa

Crónica
26 junio, 2021

Los caminos de un cuentista

La oralidad es capaz no solo de construir imágenes de la experiencia humana y del cotidiano, sino de recuperar e integrar saberes.


Moisés Gregorio Perea Manjarrés.
Moisés Gregorio Perea Manjarrés.
Boton Wpp

Sin más armas que su ingenioso palabrerío. 

La vida de Moisés Gregorio Perea Manjarrés (Valledupar, Cesar, 9 de mayo de 1947 – 17 de noviembre de 2020) está enmarcada en varios momentos que son los que determinan la realidad de todo. Él no era únicamente aquel hombre que, sentándose en una esquina o donde lo cogiera la noche, se convertía en un ocasional contador de chistes o en el clásico suministrador del chisme sórdido. 

Por el contrario, él decidió darle un vuelco a ese calificativo ligero que escuchaba a diario: “Ahí viene el narrachismes, ahí va el cuentachistes”. Para lograr salirse de ese continuo señalamiento y no dejarse encasillar y así por fin derrotar esa frase que le mortificaba tanto, construyó su estilo que lo diferenciaba de todos aquellos que le antecedieron y los que seguirían caminos parecidos al suyo. 

A ‘Moi’, como lo apodaron con cariño, lo conocían casi todos los valduparenses y quienes visitaban a su capital, conocida como ‘El vaticano del vallenato’ por ese lenguaje rico y castizo y esa imaginación desbordante que alegraba con sus relatos diariamente la región.

Sus padres, Margoth Manjarrés Rodríguez y Julio Beltrán Perea Gutiérrez, nativos de San Juan del Cesar y La Junta, La Guajira, decidieron buscar en Valledupar mejores horizontes para sus cinco hijos: Efraín, Manuel, Julia, Elizabeth y Enrique.

Con sus pocos años, Moisés demostró ser un niño avispado y diferente en su forma de ser, frente a los demás de su edad en el barrio. Esto lo llevó a aprender de los mayores y recitar de memoria acontecimientos que oía en la calle y en los salones de su pueblo natal. Eran historias, muchas de ellas sin vivirlas, y por la alegre forma en que las narraba, se convertían las mismas en protagonistas de primera mano. Esa habilidad la consolidó al escuchar a su señora madre protagonizar tantas escenas de la vida diaria, que lo inspiraron y llevaron a ingeniarse las mejores formas de contar relatos del pasado, el presente y las que pudieran surgir.

No pasó mucho tiempo para que el niño y el adolescente se juntaran en uno solo, y como consecuencia lo llevó a volverse un hombrecito antes de tiempo. Con ese cerebro soñador y ese espíritu de ir hacia adelante se imaginó así mismo en otros escenarios. Por consiguiente, un día cuando ya había cumplido quince años, y sin pensarlo dos veces, empezó a figurarse varias escenas y como quien empaca en una vieja mochila dos camisas, dos pantalones y bien envueltos sus cuentos y se marcha en busca de otro mundo, eso sí que no estuviera tan lejos de su tierra que lo ataba, pero sí que no le fuera difícil como aquí, mostrar en ese lugar su talento y ser alguien importante. 

Mientras más lo pensaba, menos se cansaba de repetirse a sí mismo: “Ya mi pueblo me está quedando pequeño para todos mis sueños”. Idea que se acrecentaba, cada vez que visitaba a sus padres en La Junta y veía a sus tíos Juan y Rafa, ambos sordomudos, que lo llevó a reflexionar cómo podía alimentar sus ideas, más allá de lo que él se imaginaba que sus tíos se dirían sin hablar.

Sin más armas que su ingenioso palabrerío emprendió su camino con todas las ganas de pensar solo en el triunfo. “Si fulanito es grande, por qué yo no”. Esto lo solía repetir, muchas veces en voz alta, durante el trayecto que lo llevaba del sitio donde vivían sus padres, al lugar donde había nacido.

Con esa eterna vocación de hacer amigos que le acompañó siempre, no demoró mucho en conocer a unas personas que pensaban, vivían y actuaban como él. Esa “gallada” le permitió conocer de todo. La parranda se volvió una constante para transitar por muchos mundos que, como situación rara, le presentó todo “a la carta”; él solo tuvo que darle rienda suelta a ese crecido torrente que como río endiablado se había convertido su talento de cuentista.

UN CUENTERO

 Moisés tenía un talento particular: su retentiva y el apego a las personas mayores, quienes nutrieron su espíritu para que se pudiera convertir en un relator de pasajes costumbristas, hecho que lo llevó en más de una ocasión a auto invitarse a parrandas vallenatas y de otros géneros musicales para así esperar su turno preciso y poder contar lo que desde joven venía creando. Su capacidad de relatar historias en las que la realidad se abraza con la fantasía, le permitió borrar esa vieja apariencia del simple “echador” de chistes

Lea también: Camilo Namén, a sus 77 años continúa recordando su niñez y al gran amigo

Él no había venido a este mundo para ser un cuentachistes echado al olvido; la manera como lo hacía lo convirtió en un excelente y exquisito fabulador; un cuentero con todas las de la ley, y así es como se debe recordar.

Volviendo a su juventud: todo marchaba bien. Él sentía que las frases y los golpecitos constantes en sus hombros eran el justo premio por su narrativa. Y así, sin pensarlo dos veces, se creyó ese manifiesto que se inventaron los aduladores, quienes no tienen otro discurso que plantear y siempre aducen lo mismo, para someter a los ingenuos creadores.

Y él, pavoneándose como si fuera un gallo ‘jugao’, cayó en la trampa del halago exagerado; se fue por un camino de fácil acceso, pero con un retorno lleno de dolor. El mismo que la mayoría de las veces es difícil salir y con muy pocas probabilidades de éxito.

Moisés ya no caminaba igual. La frase mal dicha comenzó a reducir aquel léxico florido que lo convirtió en ese ser querido por todos. Su rostro ya no era el mismo; en él se podía vislumbrar la angustia del callejón sin salida por el que lamentablemente estaba transitando. Pedía auxilio sin decir una palabra. La mayoría no lo entendió y esto conllevó a que se mofaran y hablaran mal de su situación.

Él siguió cargando su tragedia. Perdió el encanto que tenía; al pedirle ayuda a sus compañeros, tristemente muchos de ellos le sacaron el cuerpo o se le escondieron. Otros se lo encontraron a boca de jarro y solo atinaron a darle un par de monedas, como ofendiendo su condición enfermiza que crecía en contraposición con su creación.

De aquel hombre que brilló por su talento, no era mucho lo que quedaba. Se volvió incómodo, su magia se redujo y la manera recurrente de contar sus relatos fueron signos evidentes de su decadencia. En medio de esos fantasmas que no faltan en la vida del ser humano, Moisés terminó vencido por ellos y un día se marchó.

OBRA ORAL 

Después de un tiempo que él nunca imaginó, la gente comenzó a sentir el vacío al no escuchar ya más su recursiva palabra. De repente, se interesaron por la suerte del narrador brillante, quien duraba horas y horas sin parpadear un segundo y con la capacidad de hablar sin cansancio y vencer el amanecer.

Perea Manjarrés fue reconocido por la capacidad para narrar sus cuentos.

Por un lado, solo un reducido grupo de personas, liderado por Arnoldo Mestre Arzuaga, se tomó la tarea de recopilar sus relatos orales e invitar a escritores como Ciro Quiroz y Simón Martínez, para que dieran sus visiones sobre el cuentista natural, a las que se sumaron otras plumas que rescataron, en gran parte, esa interesante obra oral que nutrió a los amaneceres de los valduparenses y vallenatos. 

Por otro lado, hay quienes se dieron el lujo de decir sí, pero luego y con un variado repertorio de excusas como: “Yo voy a hacer un libro sobre él”, no salieron con nada, y a decir verdad hasta frases como: “No sé escribir sobre farándula” fueron respuestas que no ayudaron al propósito de recopilar en su totalidad ese maravilloso trabajo narrativo del cuentista desaparecido.

Moisés así como vino se fue, pero su obra –llena de una cuentería agradable y en la que lo vulgar no jugó un papel determinante– reclamó su legado: aquello que se le deja al pueblo y a quienes le vieron recitar hasta el cansancio sus originales relatos.

Está claro que su obra tiene que ser publicada, porque si la dejan en manos de la memoria, el paso del tiempo la terminará sometiendo al olvido. O peor, resultaría siendo reclamada por otros que no la crearon y a quienes les gusta ponerse camisas ajenas y decir que son los gestores.

Lea también: Luis Manjarrez, guerrero ciego del folclor vallenato

Además, quienes creen y repiten hasta el cansancio que al morir el creador de la obra se acaba todo, están equivocados. Ella hablará siempre por su autor; lo demás es un tránsito en el que la vida ha de caer siempre ante la trampa que nació con ella: la muerte.

Su creatividad no se remeda, porque el valor de su obra es incomparable. No está en permuta, no tiene precio, no se cede a cambio de algo y, finalmente, porque sería contrariar la forma de ser de su creador. Ella se presenta, así de elegante, al gran salón del respeto; a su vez se acompaña de la mano de los niños, adolescentes y mayores quienes replantean la manera como se ha venido tratando a la obra y a su creador. Sin equívocos, la obra de Moisés no debe presentarse como una mercancía porque su contenido exige respeto.

LA TRADICIÓN ORAL

Con relación a esto, quiero detenerme un instante y explicar por qué es tan relevante rescatar la obra de este cuentista, porque él no solo se representa así mismo como creador y trovador y cuentero innato; Moisés Gregorio representa la importancia de la tradición oral de toda esa inmensa región que lo vio crecer. La oralidad es, entonces, igual de importante para una cultura como su legado escrito.

Las narraciones orales se originan en sistemas culturales como lo son el conocimiento, las emociones, las ideologías, los valores y las creencias, entre otros; son dimensiones de orden social muy importantes. Las palabras adquieren su significado en un ambiente real; así como acontece con el ejercicio de trovar, contar historias dada en el momento y con el “empuje” y jolgorio propio del orador quien tiene en su naturaleza la capacidad para una memoria verbal, y la repetición que además permite que nunca sea posible repetir la misma historia de igual manera. 

Existe a su vez, el contacto con el espectador. Es una dinámica muy viva y presente en nuestras culturas colombianas, tal como es el caso de la región de la provincia y sus alrededores. Es importante porque las culturas orales expresan en forma verbal todos sus conocimientos haciéndolo además con una referencia al mundo cotidiano, y es ahí en donde se encuentra la magia, la chispa y la conexión con esos relatos orales tan autóctonos.

Como cierre de esta parte en la que he decidido detenerme quisiera reconocer cómo la oralidad es capaz no solo de construir imágenes de la experiencia humana y del cotidiano, sino de recuperar e integrar saberes. Este carácter acumulativo de la oralidad cultiva la memoria cultural tan indispensable, que no se limita solo a la literatura –los relatos orales en el caso de Moisés–, van más allá: los encontramos en las letras de nuestras canciones vallenatas, como ejemplos, las cuales narran historias cotidianas también. A decir verdad, la cultura oral no solo determina un modo de expresión, sino también un proceso de pensamiento.

CONCLUSIÓN

Ahora bien, soy un convencido, que estos relatos tendrán una mejor suerte que su creador. Y que no faltará el director de teatro, cine o medios audiovisuales que la lleve a un mejor nivel, porque su naturaleza cuenta con tanta sencillez, pero con un valor inmenso de naturalidad y, ante todo, de verdad, inmersos en cada uno de los diversos pasajes que él construyó. Esta última palabra pone en evidencia a un país resquebrajado, porque en nada de lo que dice aparece ella y mucho menos les acoteja.

Moisés es una consecuencia más de un país sin rumbo. En el que el atajo y todos sus males reinan sin que se asome un futuro que no sepa a canje, a dádiva o a negociado, o que lleve a la ciudadanía a salvarse como bien pueda. La credibilidad en las instituciones no existe, la mayoría de las veces por culpa de sus oscuras acciones. La extrema pobreza está en estado de indefensión y el valor del dinero ha cobrado por ventanilla el poco valor humano que nos queda.

Todo esto es cierto, como también que en cualquier esquina de un barrio popular de ese Valle, del que ya no queda nada de lo que fue, se aparezca todos los viernes, en lo oscuro de la penumbra, la figura luminosa de un hombre elegante, perfumado y con la mirada limpia, estrenando relucientes zapatos mocasines con variados colores y una camisa de flores y pantalón de intenso color, quien recita con la fuerza de sus jóvenes pulmones muchos de sus cuentos que logran entrelazar la realidad y la ficción para luego finalizar con un estruendoso aplauso que se regala él mismo.

Cada vez que leamos uno o varios de sus cuentos, llenos de esa narrativa picante, irónica y humorística, contaremos con su presencia, porque él en definitiva vino para quedarse y si en un momento dado dije que se fue, perdónenme, él me acaba de corregir sin decirlo y al hacer, la lectura de su creación.

Por: Félix Carrillo Hinojosa