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Columnista - 4 septiembre, 2014

Llamados a entendernos

Una periodista llama a una organización de voluntariado que acompaña a personas mayores una vez por semana. Ella prepara un reportaje con cuatro historias y que se publicará en una revista que cuenta con centenares de miles de lectores en España. Resulta atractivo el enfoque propuesto: hablar de la vida cotidiana, de la soledad de […]

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Una periodista llama a una organización de voluntariado que acompaña a personas mayores una vez por semana. Ella prepara un reportaje con cuatro historias y que se publicará en una revista que cuenta con centenares de miles de lectores en España.
Resulta atractivo el enfoque propuesto: hablar de la vida cotidiana, de la soledad de los mayores que viven solos, de sus obstáculos, de las barreras arquitectónicas, de sus miedos por la noche, pero también de su experiencia con una voluntaria o voluntario y de lo que puede aportar alguien de esa edad. Lo leerían miles de personas que luego podrían animarse a hacer voluntariado, a asociarse o a hacer una donación.
El responsable que coordina el voluntariado del programa de mayores tarda una mañana en conseguir las cuatro visitas. Aunque les ilusiona salir en esa revista, no siempre resulta fácil cuadrar días y horarios. Se le envía un correo a la periodista, que a las pocas horas responde que no le cuadran los horarios porque tiene otro trabajo fijo por la mañana, que tiene que ser por las tardes de calor sofocante. Llamadas de nuevo a las personas mayores para decirles que la visita se suspende por el momento.
Correos de ida y de vuelta mientras la revista se decide o no por reportaje, hasta que la periodista dice que adelante, que el consejo de redacción apoyará el tema del reportaje para su publicación. Comenzará con dos casos que esa misma tarde consigue la organización. Le envían a la periodista un correo con los días, las horas y las direcciones donde viven las dos personas mayores y a las que debe presentarse. Confirma.
La señora mayor se arregla especialmente para la ocasión, unos días más tarde. Esperan cinco minutos. Diez. Media hora. No se ha presentado la periodista. No contesta al teléfono cuando le llaman por separado el responsable del programa de mayores y el de comunicación. La señora mayor está nerviosa porque tiene un compromiso. Se ha arreglado especialmente para la ocasión. Deciden irse cada uno por su lado.
Unas horas más tarde, el responsable del programa recibe una llamada. “Disculpe, tengo varias llamadas desde este número, ¿quién es?” “Soy aquél al que has dejado tirado, esperando con una señora”. “¡Ay! ¡Lo siento! ¡Discúlpame! Es que tuve un problema…”.
La visita del día siguiente ya está cancelada y le dicen que ya hablarán más adelante, aunque en el fondo dan ganas de no volver a contar con ella.
Poco tiempo después, envía por correo electrónico sus disculpas, aceptadas por la organización. Aún así le recomiendan llamar a la persona mayor, pues tendría que haber sido la primera persona en recibir disculpas al haberla dejado tirada después de que decidiera abrirle a una desconocida el espacio íntimo de su hogar. A menudo olvidan los medios y los profesionales de la comunicación que estos matices no se aprenden en ninguna facultad.

Hay a quien esto le parecerá una anécdota aislada y sacada de contexto, pero tanto organizaciones sociales como periodistas coinciden en que estas fricciones se repiten con frecuencia. Se producen entre compañeros del mundo de la comunicación: unos trabajan para los medios, los otros para una organización. Pero les une muchas veces una pasión por comunicar, por contar historias, por transformar la realidad, y ambos se necesitan.

Columnista
4 septiembre, 2014

Llamados a entendernos

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Carlos Miguelez Monroy

Una periodista llama a una organización de voluntariado que acompaña a personas mayores una vez por semana. Ella prepara un reportaje con cuatro historias y que se publicará en una revista que cuenta con centenares de miles de lectores en España. Resulta atractivo el enfoque propuesto: hablar de la vida cotidiana, de la soledad de […]


Una periodista llama a una organización de voluntariado que acompaña a personas mayores una vez por semana. Ella prepara un reportaje con cuatro historias y que se publicará en una revista que cuenta con centenares de miles de lectores en España.
Resulta atractivo el enfoque propuesto: hablar de la vida cotidiana, de la soledad de los mayores que viven solos, de sus obstáculos, de las barreras arquitectónicas, de sus miedos por la noche, pero también de su experiencia con una voluntaria o voluntario y de lo que puede aportar alguien de esa edad. Lo leerían miles de personas que luego podrían animarse a hacer voluntariado, a asociarse o a hacer una donación.
El responsable que coordina el voluntariado del programa de mayores tarda una mañana en conseguir las cuatro visitas. Aunque les ilusiona salir en esa revista, no siempre resulta fácil cuadrar días y horarios. Se le envía un correo a la periodista, que a las pocas horas responde que no le cuadran los horarios porque tiene otro trabajo fijo por la mañana, que tiene que ser por las tardes de calor sofocante. Llamadas de nuevo a las personas mayores para decirles que la visita se suspende por el momento.
Correos de ida y de vuelta mientras la revista se decide o no por reportaje, hasta que la periodista dice que adelante, que el consejo de redacción apoyará el tema del reportaje para su publicación. Comenzará con dos casos que esa misma tarde consigue la organización. Le envían a la periodista un correo con los días, las horas y las direcciones donde viven las dos personas mayores y a las que debe presentarse. Confirma.
La señora mayor se arregla especialmente para la ocasión, unos días más tarde. Esperan cinco minutos. Diez. Media hora. No se ha presentado la periodista. No contesta al teléfono cuando le llaman por separado el responsable del programa de mayores y el de comunicación. La señora mayor está nerviosa porque tiene un compromiso. Se ha arreglado especialmente para la ocasión. Deciden irse cada uno por su lado.
Unas horas más tarde, el responsable del programa recibe una llamada. “Disculpe, tengo varias llamadas desde este número, ¿quién es?” “Soy aquél al que has dejado tirado, esperando con una señora”. “¡Ay! ¡Lo siento! ¡Discúlpame! Es que tuve un problema…”.
La visita del día siguiente ya está cancelada y le dicen que ya hablarán más adelante, aunque en el fondo dan ganas de no volver a contar con ella.
Poco tiempo después, envía por correo electrónico sus disculpas, aceptadas por la organización. Aún así le recomiendan llamar a la persona mayor, pues tendría que haber sido la primera persona en recibir disculpas al haberla dejado tirada después de que decidiera abrirle a una desconocida el espacio íntimo de su hogar. A menudo olvidan los medios y los profesionales de la comunicación que estos matices no se aprenden en ninguna facultad.

Hay a quien esto le parecerá una anécdota aislada y sacada de contexto, pero tanto organizaciones sociales como periodistas coinciden en que estas fricciones se repiten con frecuencia. Se producen entre compañeros del mundo de la comunicación: unos trabajan para los medios, los otros para una organización. Pero les une muchas veces una pasión por comunicar, por contar historias, por transformar la realidad, y ambos se necesitan.