Publicidad
Categorías
Categorías
Columnista - 13 octubre, 2019

La dictadura de los jueces

En el Congreso cursa un proyecto de reforma constitucional, del representante Álvaro Hernán Prada, que busca que el pueblo pueda, mediante referendo, rechazar o modificar sentencias de la Corte Constitucional. Esa propuesta ha generado un debate público en el que incluso se ha llegado a afirmar que es “un golpe directo al corazón del estado […]

Boton Wpp

En el Congreso cursa un proyecto de reforma constitucional, del representante Álvaro Hernán Prada, que busca que el pueblo pueda, mediante referendo, rechazar o modificar sentencias de la Corte Constitucional. Esa propuesta ha generado un debate público en el que incluso se ha llegado a afirmar que es “un golpe directo al corazón del estado constitucional de derecho” y que “olvida que las cortes constitucionales existen para poner un límite a las mayorías en defensa de los derechos fundamentales de las minorías”.

Habría que el que puede lo más puede lo menos, y que si el pueblo puede modificar, sin límite alguno y a través de referendo, la Carta Política, podría también modificar las sentencias de la Constitucional.

Negarle ese derecho al pueblo significaría trasladar la soberanía del pueblo a la Corte. Yo no dudo que hay quienes efectivamente quieren tal cosa, en particular los activistas judiciales que, para saltarse a las mayorías en el Congreso, han diseñado toda una serie de “litigios estratégicos”. Me atrevo incluso a sostener que muchos magistrados de la misma Corte están en esa posición y que la teoría de la “sustitución” constitucional va en esa dirección.

Negarle ese derecho al pueblo significaría también que la Constitución sería la que se le antojara a la mayoría de los magistrados de la Corte y no la que dice el pueblo expresada en el texto constitucional que redacta una Constituyente o se aprueba en un referendo. Alguien dirá que es efectivamente lo que viene ocurriendo. Yo resalto, sin embargo, otra cara del problema: sería una minoría, peor aún, apenas 5 personas (la Corte tiene 9 magistrados), la que definiría la Constitución por encima de lo que el pueblo expresa en las urnas. Un contrasentido, sin duda, en el problema de minorías y mayorías. Para las preocupaciones que se han expresado la respuesta es distinta: todo estado democrático debe respetar los tratados internacionales de derechos humanos. Ese es el límite.

Sin embargo, yo no dudo de que el abuso de los mecanismos de democracia directa, como el plebiscito o el referendo, genera riesgos para el sistema democrático. Con ese abuso se deriva en lo que la doctrina ha denominado “democracia plebiscitaria” en la cual, so pretexto de una relación directa con el pueblo, el Ejecutivo pasa por encima de las otras ramas del poder público y deviene en un gobierno autoritario que, además, alega legitimidad con base en el pronunciamiento popular. Por ello, hay que ser especialmente cuidadoso y exigente en el ejercicio de esos mecanismos. Pero mucho va de ahí a reemplazar el poder soberano del pueblo por el de unos magistrados que, además, no tienen representación política alguna. El gobierno de los jueces es, en realidad, la dictadura de los jueces. No sobra recordarlo.

Columnista
13 octubre, 2019

La dictadura de los jueces

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Rafael Nieto Loaiza

En el Congreso cursa un proyecto de reforma constitucional, del representante Álvaro Hernán Prada, que busca que el pueblo pueda, mediante referendo, rechazar o modificar sentencias de la Corte Constitucional. Esa propuesta ha generado un debate público en el que incluso se ha llegado a afirmar que es “un golpe directo al corazón del estado […]


En el Congreso cursa un proyecto de reforma constitucional, del representante Álvaro Hernán Prada, que busca que el pueblo pueda, mediante referendo, rechazar o modificar sentencias de la Corte Constitucional. Esa propuesta ha generado un debate público en el que incluso se ha llegado a afirmar que es “un golpe directo al corazón del estado constitucional de derecho” y que “olvida que las cortes constitucionales existen para poner un límite a las mayorías en defensa de los derechos fundamentales de las minorías”.

Habría que el que puede lo más puede lo menos, y que si el pueblo puede modificar, sin límite alguno y a través de referendo, la Carta Política, podría también modificar las sentencias de la Constitucional.

Negarle ese derecho al pueblo significaría trasladar la soberanía del pueblo a la Corte. Yo no dudo que hay quienes efectivamente quieren tal cosa, en particular los activistas judiciales que, para saltarse a las mayorías en el Congreso, han diseñado toda una serie de “litigios estratégicos”. Me atrevo incluso a sostener que muchos magistrados de la misma Corte están en esa posición y que la teoría de la “sustitución” constitucional va en esa dirección.

Negarle ese derecho al pueblo significaría también que la Constitución sería la que se le antojara a la mayoría de los magistrados de la Corte y no la que dice el pueblo expresada en el texto constitucional que redacta una Constituyente o se aprueba en un referendo. Alguien dirá que es efectivamente lo que viene ocurriendo. Yo resalto, sin embargo, otra cara del problema: sería una minoría, peor aún, apenas 5 personas (la Corte tiene 9 magistrados), la que definiría la Constitución por encima de lo que el pueblo expresa en las urnas. Un contrasentido, sin duda, en el problema de minorías y mayorías. Para las preocupaciones que se han expresado la respuesta es distinta: todo estado democrático debe respetar los tratados internacionales de derechos humanos. Ese es el límite.

Sin embargo, yo no dudo de que el abuso de los mecanismos de democracia directa, como el plebiscito o el referendo, genera riesgos para el sistema democrático. Con ese abuso se deriva en lo que la doctrina ha denominado “democracia plebiscitaria” en la cual, so pretexto de una relación directa con el pueblo, el Ejecutivo pasa por encima de las otras ramas del poder público y deviene en un gobierno autoritario que, además, alega legitimidad con base en el pronunciamiento popular. Por ello, hay que ser especialmente cuidadoso y exigente en el ejercicio de esos mecanismos. Pero mucho va de ahí a reemplazar el poder soberano del pueblo por el de unos magistrados que, además, no tienen representación política alguna. El gobierno de los jueces es, en realidad, la dictadura de los jueces. No sobra recordarlo.