Hace algunas pocas décadas, una señora de nombre Adelaida, vestida de traje florecido, grandes aretes, amplio bolso, altos tacones y nariz fileña, había llegado de La Guajira a probar suerte en Valledupar, precisamente en un oficio ya casi extinguido: echar suerte. Los provincianos le llamaban con cariño ‘La Carpa’, tal vez para imitar a los […]
Hace algunas pocas décadas, una señora de nombre Adelaida, vestida de traje florecido, grandes aretes, amplio bolso, altos tacones y nariz fileña, había llegado de La Guajira a probar suerte en Valledupar, precisamente en un oficio ya casi extinguido: echar suerte. Los provincianos le llamaban con cariño ‘La Carpa’, tal vez para imitar a los gitanos que instalaban sus carpas de colores de sus circos por estas tierras.
Los expertos decían que había aprendido el arte por los caminos de Marocazzo en la Sierra Nevada, otros insistían que desde los nueve años adivinaba los designios del destino en los pequeños barrios de Riohacha y que había aprendido el secreto con las mujeres de Aruba en las tardes cuando los barcos descargaban sus mercancías en el puerto. Miles de mujeres vallenatas la consultaban. En casi todas, luego de leerles la mano, solo encontraba la necesidad de darles copa, más copa, más copa y entre más copa les daban más querían.
Algunas mujeres de otros lugares y de la llamada “vida alegre” pensaban que en los bares las muchas copas eran sinónimo de buenos clientes. Hoy hay que revisar el VAR. Otras, las provincianas, lo hacían por diversión, pero interpretando que las copas eran precisamente objeto de masculinidad por estos lares. Se sonreían con una picardía para alegrar las calurosas tardes vallenatas.
En Radio Guatapurí, en el programa La Verdad y Punto, unas indígenas arhuacas radicadas en Pueblo bello se quejaban que en las peleas internas por el poder de los cabildos y mamos de la Sierra nevada, los seguidores de algún bando quieren quitarles algunas conquistas en la llamada Casa de gobierno, que es una especie de embajada a sus paisanos en el municipio, sino que incluso a quienes están viudas y sin maridos las mandaron a buscar compañeros, porque si no tienen parejas están incompletas, es decir, como un cuerpo sin brazos, o como un bebedor sin copas.
No habían pasado muchas horas cuando salió la noticia de que la Copa América femenina del año entrante sería en territorio colombiano, es decir, que las deportistas estarán disfrutando la copa a su gusto en el campeonato, entonces ‘La Carpa’, desde hace tiempo pronosticaba que la copa llegó hasta los estrados femeninos y muchos goles se esperan.
Con tantos derechos de las mujeres en política, economía, administración y temas deportivos vamos de bar en VAR, pero por la misma copa. Debemos buscar las copas faltantes para las mujeres de Pueblo Bello, pero con el evento anunciado el año 2022 ya estaremos en poco tiempo pidiendo inclusión para las afros, indígenas, mujeres cabeza de hogar, víctimas del conflicto, mujeres trans y todo lo que eso signifique, mejor dicho, ahora resulta que una humilde mujer como Adelaida es la más visionaria de una ciudad de hombres ilustres en el pasado, que tal vez pasados de copas gozaron con acordeones en algún bar local.
Ya mostrarán los dientes y las garras esas fierecillas que hoy juegan con las pelotas y hacen goles desde cualquier ángulo. Pero, copiando algo de aquella paisana vallenata, seguramente cuando por algún motivo boten un gol o el técnico se equivoque en alguna decisión del partido, seguramente ellas mismas lo mandarán a comer copa, como si el trofeo pretendido fuera de un material demasiado sin temple. Ahí veremos todo, brindaremos por la copa, desde cualquier copito de un árbol de mango vallenato. Viva la Copa américa que siempre será femenina.
Hace algunas pocas décadas, una señora de nombre Adelaida, vestida de traje florecido, grandes aretes, amplio bolso, altos tacones y nariz fileña, había llegado de La Guajira a probar suerte en Valledupar, precisamente en un oficio ya casi extinguido: echar suerte. Los provincianos le llamaban con cariño ‘La Carpa’, tal vez para imitar a los […]
Hace algunas pocas décadas, una señora de nombre Adelaida, vestida de traje florecido, grandes aretes, amplio bolso, altos tacones y nariz fileña, había llegado de La Guajira a probar suerte en Valledupar, precisamente en un oficio ya casi extinguido: echar suerte. Los provincianos le llamaban con cariño ‘La Carpa’, tal vez para imitar a los gitanos que instalaban sus carpas de colores de sus circos por estas tierras.
Los expertos decían que había aprendido el arte por los caminos de Marocazzo en la Sierra Nevada, otros insistían que desde los nueve años adivinaba los designios del destino en los pequeños barrios de Riohacha y que había aprendido el secreto con las mujeres de Aruba en las tardes cuando los barcos descargaban sus mercancías en el puerto. Miles de mujeres vallenatas la consultaban. En casi todas, luego de leerles la mano, solo encontraba la necesidad de darles copa, más copa, más copa y entre más copa les daban más querían.
Algunas mujeres de otros lugares y de la llamada “vida alegre” pensaban que en los bares las muchas copas eran sinónimo de buenos clientes. Hoy hay que revisar el VAR. Otras, las provincianas, lo hacían por diversión, pero interpretando que las copas eran precisamente objeto de masculinidad por estos lares. Se sonreían con una picardía para alegrar las calurosas tardes vallenatas.
En Radio Guatapurí, en el programa La Verdad y Punto, unas indígenas arhuacas radicadas en Pueblo bello se quejaban que en las peleas internas por el poder de los cabildos y mamos de la Sierra nevada, los seguidores de algún bando quieren quitarles algunas conquistas en la llamada Casa de gobierno, que es una especie de embajada a sus paisanos en el municipio, sino que incluso a quienes están viudas y sin maridos las mandaron a buscar compañeros, porque si no tienen parejas están incompletas, es decir, como un cuerpo sin brazos, o como un bebedor sin copas.
No habían pasado muchas horas cuando salió la noticia de que la Copa América femenina del año entrante sería en territorio colombiano, es decir, que las deportistas estarán disfrutando la copa a su gusto en el campeonato, entonces ‘La Carpa’, desde hace tiempo pronosticaba que la copa llegó hasta los estrados femeninos y muchos goles se esperan.
Con tantos derechos de las mujeres en política, economía, administración y temas deportivos vamos de bar en VAR, pero por la misma copa. Debemos buscar las copas faltantes para las mujeres de Pueblo Bello, pero con el evento anunciado el año 2022 ya estaremos en poco tiempo pidiendo inclusión para las afros, indígenas, mujeres cabeza de hogar, víctimas del conflicto, mujeres trans y todo lo que eso signifique, mejor dicho, ahora resulta que una humilde mujer como Adelaida es la más visionaria de una ciudad de hombres ilustres en el pasado, que tal vez pasados de copas gozaron con acordeones en algún bar local.
Ya mostrarán los dientes y las garras esas fierecillas que hoy juegan con las pelotas y hacen goles desde cualquier ángulo. Pero, copiando algo de aquella paisana vallenata, seguramente cuando por algún motivo boten un gol o el técnico se equivoque en alguna decisión del partido, seguramente ellas mismas lo mandarán a comer copa, como si el trofeo pretendido fuera de un material demasiado sin temple. Ahí veremos todo, brindaremos por la copa, desde cualquier copito de un árbol de mango vallenato. Viva la Copa américa que siempre será femenina.