Ella era alta, dueña de unos ojos saltones verdes, piernas gruesas, y cintura estrecha. El día que llegó a Valledupar a comienzos de los ochenta se estacionó en Cinco Esquinas; allí duró varias horas con la vista perdida en un mar de transeúntes que desfilaban por ese lugar en un ir y venir...
Por: Jose Gregorio Guerrero
Ella era alta, dueña de unos ojos saltones verdes, piernas gruesas, y cintura estrecha. El día que llegó a Valledupar a comienzos de los ochenta se estacionó en Cinco Esquinas; allí duró varias horas con la vista perdida en un mar de transeúntes que desfilaban por ese lugar en un ir y venir de gentes felices .
Luego se fue caminando por toda la calle del Cesar en sentido sur norte y fue a parar la carrera más allá de Atanquez donde conoció a un indígena. Dicen testigos reales que la mató un mostacho bien puesto, la manera de verlo tomar café en totuma y la remato viéndolo orinar como los animales: recostado a una acerca.
Terminó ofreciéndole matrimonio a Pedro, este le puso como condición olvidar su americanismo, y vivir en adelante como viven nuestros hermanos mayores; ella en medio del embeleso aceptó. Desde ese momento botó los zapatos tenis, y su desgastado jean y montó albarcas, y vistió manta cruzada de lana virgen, mochila y collares. Muchos años después, ya cuando el ingles y la nativa lengua habían formado un contubernio lingüístico, y la vejez llegaba sin aviso, Pedro se enfermó de la garganta; unas fiebres cuartanas y escalofríos de 220 fue el punto de gravedad, y optaron por buscar un especialista en Valledupar.
Así que llegan una tarde al edificio Tequendama, al consultorio del doctor Gustavo Hinojosa era una pareja que no pasaba desapercibida, ¡una gringa y un indígena! Ella vino ha llevar a cabo una investigación en la Sierra Nevada sobre el cuerpo sin vida de unos americanos que cayeron en un avión y el gobierno al no poder recatar sus cuerpos por lo accidentado del terreno, entonces enviaban a pasar revista del estado de sus cadáveres (igualito que aquí en Colombia)
Al llegar al consultorio, el doctor examina a Pedro y le encuentra una laringitis severa, mientras la gringa se dedicó a inspeccionar los diplomas del medico, para ella saber en que manos estaba el amor de su vida. Al terminar el doctor de examinarlo, le manda a poner la camisa a Pedro y pasan a su escritorio, donde el doctor encuentra a la gringa enfocada en un diploma; ella se acomoda los espejuelos y le pregunta al doctor en un español destartalado: ¿aquí quien estudió en la universidad de Maryland? El doctor con el índice en su pecho le dice “yo, por supuesto” entonces ella se le acerca al oído y le susurra al doctor “¿a usted no le parece que es mucho adelanto para un campesino? El doctor no tuvo mas que expresar lo pensado ¡gringa e porra si por aquí no llueve por allá no escampa!
Ella era alta, dueña de unos ojos saltones verdes, piernas gruesas, y cintura estrecha. El día que llegó a Valledupar a comienzos de los ochenta se estacionó en Cinco Esquinas; allí duró varias horas con la vista perdida en un mar de transeúntes que desfilaban por ese lugar en un ir y venir...
Por: Jose Gregorio Guerrero
Ella era alta, dueña de unos ojos saltones verdes, piernas gruesas, y cintura estrecha. El día que llegó a Valledupar a comienzos de los ochenta se estacionó en Cinco Esquinas; allí duró varias horas con la vista perdida en un mar de transeúntes que desfilaban por ese lugar en un ir y venir de gentes felices .
Luego se fue caminando por toda la calle del Cesar en sentido sur norte y fue a parar la carrera más allá de Atanquez donde conoció a un indígena. Dicen testigos reales que la mató un mostacho bien puesto, la manera de verlo tomar café en totuma y la remato viéndolo orinar como los animales: recostado a una acerca.
Terminó ofreciéndole matrimonio a Pedro, este le puso como condición olvidar su americanismo, y vivir en adelante como viven nuestros hermanos mayores; ella en medio del embeleso aceptó. Desde ese momento botó los zapatos tenis, y su desgastado jean y montó albarcas, y vistió manta cruzada de lana virgen, mochila y collares. Muchos años después, ya cuando el ingles y la nativa lengua habían formado un contubernio lingüístico, y la vejez llegaba sin aviso, Pedro se enfermó de la garganta; unas fiebres cuartanas y escalofríos de 220 fue el punto de gravedad, y optaron por buscar un especialista en Valledupar.
Así que llegan una tarde al edificio Tequendama, al consultorio del doctor Gustavo Hinojosa era una pareja que no pasaba desapercibida, ¡una gringa y un indígena! Ella vino ha llevar a cabo una investigación en la Sierra Nevada sobre el cuerpo sin vida de unos americanos que cayeron en un avión y el gobierno al no poder recatar sus cuerpos por lo accidentado del terreno, entonces enviaban a pasar revista del estado de sus cadáveres (igualito que aquí en Colombia)
Al llegar al consultorio, el doctor examina a Pedro y le encuentra una laringitis severa, mientras la gringa se dedicó a inspeccionar los diplomas del medico, para ella saber en que manos estaba el amor de su vida. Al terminar el doctor de examinarlo, le manda a poner la camisa a Pedro y pasan a su escritorio, donde el doctor encuentra a la gringa enfocada en un diploma; ella se acomoda los espejuelos y le pregunta al doctor en un español destartalado: ¿aquí quien estudió en la universidad de Maryland? El doctor con el índice en su pecho le dice “yo, por supuesto” entonces ella se le acerca al oído y le susurra al doctor “¿a usted no le parece que es mucho adelanto para un campesino? El doctor no tuvo mas que expresar lo pensado ¡gringa e porra si por aquí no llueve por allá no escampa!