MI COLUMNA Por Mary Daza Orozco Hace mucho tiempo que quiero escribir sobre él. Me daba un poco de temor porque cuando alguien es parte de uno la subjetividad puede traicionarnos, pero me decidí, en esta fecha cuando se vuelve más inolvidable. He escrito de mucha gente, de vivos y de los que ya partieron, […]
MI COLUMNA
Por Mary Daza Orozco
Hace mucho tiempo que quiero escribir sobre él. Me daba un poco de temor porque cuando alguien es parte de uno la subjetividad puede traicionarnos, pero me decidí, en esta fecha cuando se vuelve más inolvidable.
He escrito de mucha gente, de vivos y de los que ya partieron, ya es hora de que haga una pequeña semblanza de mi padre José Francisco Daza Martínez, conocido con cariño como Chico Daza, villanuevero, que pasó su juventud en Manaure descubriendo el mundo del romanticismo y la nostalgia al lado de quien fuera su mejor amigo Poncho Cotes, allí se enamoró de una villanuevera, Beatriz Orozco Dangod, y allí me vio nacer.
No voy a hablar de sus virtudes porque para mí sólo hay la simpleza y a la vez grandeza de una sola palabra: bondad, que se podía palpar en su apacible y justa forma de ser, hoy voy a recordarlo como el bohemio callado que con su tiple acompañaba a los grupos románticos de las parrandas de entonces, especialmente cuando se escuchaba en el silencio infinito de las noches en las sabanas de Manaure el violín del tío José Manuel, la flauta de Lucho Pimienta, la guitarra y la voz de timbre enardecido de Poncho; de sus parrandas con Emiliano Zuleta, el que lo nombra en su composición Los Tres Amigos: “…Poncho Cotes, Chico Daza y Escalona / son tres amigos a los que no le pasa el tiempo…”, se quisieron tanto que Poncho Zuleta me dijo un día que por ese cariño de nuestros viejos casi éramos hermanos.
En medio de ese hartazgo de canciones, anécdotas y añoranzas fue el confidente de Poncho Cotes cuando le comento que se iba a casar, sólo tenia veinte años; fue su compañeros de idas y venidas del Valle a Manaure cuando ambos trabajaban como maestros, él en la Escuela Industrial, hoy Instpecam y Poncho en el Loperena; juntos sintieron el frescor al llegar a La Tomita y le rindieron culto a los paisajes irrepetibles de Manaure.
Ya en Villanueva se hicieron famosas las parrandas del diecisiete de septiembre cuando era su cumpleaños y desde el día anterior comenzaban a llegar personajes como El Cunqui, Leandro Díaz, Esteban Bendeck, y se llenaba la casa: Julio y Beltrán Orozco, el negro Calde, Huguez Martínez, Andrés Becerra y más, muchos más; declamaban, cantaban, lloraban, recordaban, era la bohemia encendida, eran las vivencias de los que llevaban en el alma el “Ay h´ombe”, que es ansias, que es delirio existencial, que es el clímax de la alegría o de la tristeza, la quimera que ya no existe, se diluye en grupos que quieren ser así, pero no, porque llegó la nueva ola, con esa dura mano del tiempo que todo lo desvirtúa y cambió los esquemas.
Mi padre disfrutaba del Festival Vallenato, Consuelo Araujonoguera lo requería como jurado, y ahí estaba, en dos ocasiones eligió reyes y en muchas, canciones inéditas.
En todos los libros, columnas, relatos se ha olvidado su nombre, sólo está en las canciones de Mile y de Leandro; pero si él leyera esto se molestaría mucho conmigo, porque no gustaba de los reconocimientos, tanto que una vez del Intpecam le anunciaron que le iban a hacer un homenaje por sus veinticinco años de labor en la institución, se hizo el enfermo y tuvimos que ir mi madre y yo a recibir las distinción.
Su silencio y mansedumbre era el alma en contraste con el bullicio de las parrandas hasta cuando su corazón falló, todavía se le veía vital, se preparaba para cumplir setenta y cuatro años, no dio tiempo para despedidas y fue cuando Poncho Cotes, recostado sobre su féretro y dejando caer sus lagrimas quemantes sobre él, le dijo: “Chico, morir del corazón es patrimonio de los románticos”.
Hoy lo recuerdo más y siento que mi único orgullo es haber sido su hija, y de Beatriz, por supuesto.
[email protected]
MI COLUMNA Por Mary Daza Orozco Hace mucho tiempo que quiero escribir sobre él. Me daba un poco de temor porque cuando alguien es parte de uno la subjetividad puede traicionarnos, pero me decidí, en esta fecha cuando se vuelve más inolvidable. He escrito de mucha gente, de vivos y de los que ya partieron, […]
MI COLUMNA
Por Mary Daza Orozco
Hace mucho tiempo que quiero escribir sobre él. Me daba un poco de temor porque cuando alguien es parte de uno la subjetividad puede traicionarnos, pero me decidí, en esta fecha cuando se vuelve más inolvidable.
He escrito de mucha gente, de vivos y de los que ya partieron, ya es hora de que haga una pequeña semblanza de mi padre José Francisco Daza Martínez, conocido con cariño como Chico Daza, villanuevero, que pasó su juventud en Manaure descubriendo el mundo del romanticismo y la nostalgia al lado de quien fuera su mejor amigo Poncho Cotes, allí se enamoró de una villanuevera, Beatriz Orozco Dangod, y allí me vio nacer.
No voy a hablar de sus virtudes porque para mí sólo hay la simpleza y a la vez grandeza de una sola palabra: bondad, que se podía palpar en su apacible y justa forma de ser, hoy voy a recordarlo como el bohemio callado que con su tiple acompañaba a los grupos románticos de las parrandas de entonces, especialmente cuando se escuchaba en el silencio infinito de las noches en las sabanas de Manaure el violín del tío José Manuel, la flauta de Lucho Pimienta, la guitarra y la voz de timbre enardecido de Poncho; de sus parrandas con Emiliano Zuleta, el que lo nombra en su composición Los Tres Amigos: “…Poncho Cotes, Chico Daza y Escalona / son tres amigos a los que no le pasa el tiempo…”, se quisieron tanto que Poncho Zuleta me dijo un día que por ese cariño de nuestros viejos casi éramos hermanos.
En medio de ese hartazgo de canciones, anécdotas y añoranzas fue el confidente de Poncho Cotes cuando le comento que se iba a casar, sólo tenia veinte años; fue su compañeros de idas y venidas del Valle a Manaure cuando ambos trabajaban como maestros, él en la Escuela Industrial, hoy Instpecam y Poncho en el Loperena; juntos sintieron el frescor al llegar a La Tomita y le rindieron culto a los paisajes irrepetibles de Manaure.
Ya en Villanueva se hicieron famosas las parrandas del diecisiete de septiembre cuando era su cumpleaños y desde el día anterior comenzaban a llegar personajes como El Cunqui, Leandro Díaz, Esteban Bendeck, y se llenaba la casa: Julio y Beltrán Orozco, el negro Calde, Huguez Martínez, Andrés Becerra y más, muchos más; declamaban, cantaban, lloraban, recordaban, era la bohemia encendida, eran las vivencias de los que llevaban en el alma el “Ay h´ombe”, que es ansias, que es delirio existencial, que es el clímax de la alegría o de la tristeza, la quimera que ya no existe, se diluye en grupos que quieren ser así, pero no, porque llegó la nueva ola, con esa dura mano del tiempo que todo lo desvirtúa y cambió los esquemas.
Mi padre disfrutaba del Festival Vallenato, Consuelo Araujonoguera lo requería como jurado, y ahí estaba, en dos ocasiones eligió reyes y en muchas, canciones inéditas.
En todos los libros, columnas, relatos se ha olvidado su nombre, sólo está en las canciones de Mile y de Leandro; pero si él leyera esto se molestaría mucho conmigo, porque no gustaba de los reconocimientos, tanto que una vez del Intpecam le anunciaron que le iban a hacer un homenaje por sus veinticinco años de labor en la institución, se hizo el enfermo y tuvimos que ir mi madre y yo a recibir las distinción.
Su silencio y mansedumbre era el alma en contraste con el bullicio de las parrandas hasta cuando su corazón falló, todavía se le veía vital, se preparaba para cumplir setenta y cuatro años, no dio tiempo para despedidas y fue cuando Poncho Cotes, recostado sobre su féretro y dejando caer sus lagrimas quemantes sobre él, le dijo: “Chico, morir del corazón es patrimonio de los románticos”.
Hoy lo recuerdo más y siento que mi único orgullo es haber sido su hija, y de Beatriz, por supuesto.
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