MISCELÁNEA Por Luis Augusto González Pimienta Los vocablos que le sirven de título a esta columna responden todos a un mismo drama: el impúdico incumplimiento del colombiano. Y no es broma, así algunos se molesten. Decir que los horarios no se cumplen en ningún rincón patrio o en ninguna actividad, no engendra novedad. Lo novedoso […]
MISCELÁNEA
Por Luis Augusto González Pimienta
Los vocablos que le sirven de título a esta columna responden todos a un mismo drama: el impúdico incumplimiento del colombiano. Y no es broma, así algunos se molesten.
Decir que los horarios no se cumplen en ningún rincón patrio o en ninguna actividad, no engendra novedad. Lo novedoso es que alguien los cumpla, convirtiéndose en la excepción que confirma la regla. Así, hubo un tiempo en que existió la llamada hora judicial, plazo de sesenta minutos que la ley concedía a los citados a un juzgado, para su comparecencia. Si llegaban, lo hacían a punto de culminar el término, y por eso se eliminó. La exactitud inglesa era vista como rara avis.
Incumplir es tan colombiano que los programas de televisión son cambiados de horario sin aviso previo. Es injusto, irresponsable, inaudito, lo que quiera, pero así es. Lo peor es que no hay agente estatal que meta en cintura a los responsables de los canales, ni autoridad que discipline a los que omiten ese deber. Todo por el entrecruzamiento de nombramientos de consortes y de familiares de los funcionarios en los diversos cargos del Estado. El despreciable tú me nombras yo te nombro que se ha enraizado en el país.
Y qué decir de los consultorios médicos: lo corriente es que telefónicamente le den su cita, pongamos por caso a las cuatro de la tarde, y sea atendido, con fortuna, después de seis. Es que usted no ha tomado en consideración unas cosillas: que el galeno se retrasó porque estaba en una cirugía, porque cumplía turno, porque estaba en otro consultorio alterno, o porque tuvo una calamidad doméstica. Todas razones válidas. Lo inválido es que la secretaria anote en una libretita el orden de llegada y así mismo pase a los pacientes. La cita previa no se tiene en cuenta. Como ya usted lo sabe, no la pida, solo llegue primero que los demás, y espere.
Últimamente ni las novias llegan a tiempo a su matrimonio. No hay que ofuscarse, algún descocido en el vestido se presentó, o el maquillador melindroso se tomó más tiempo del debido. Para excusas hay enciclopedias.
Los espectáculos públicos empiezan a tiempo si son televisados. Si no, no. Tampoco se respetan los cupos. Se vende mayor cantidad de entradas que el aforo del recinto, aunque después se alegue falsificación de la boletería. Y los puestos numerados causan risa, porque le venden primera fila, y sí, es la primera fila, pero después de la de los invitados especiales, los que no pagan, que suman montones y muchas hileras. Ese es el orden que exalta nuestro escudo patrio. En cuanto a la libertad, entienda por tal, la que se toma el empresario para hacer lo que le venga en gana. Ahí está: libertad y orden. ¡Que vivan los lemas de nuestro escudo!
Las aerolíneas justifican su retraso horario en el mal tiempo o en el exceso de tráfico. Otras veces dan explicaciones menos convincentes. Si todo el tiempo cumplieran sus itinerarios la demora excepcional sería recibida sin recelos.
Los andares de la justicia, siempre paquidérmicos, logran el súmmum de lo intolerable cuando se van al paro. Sus justas reclamaciones suscitarían simpatía si trabajaran con mayor eficiencia, y si todos, no unos cuantos, cumplieran con puntualidad su jornada diaria.
Para escribir del incumplimiento hace falta más espacio. El mío se acabó. Cumplo, entonces, con entregar esta columna a tiempo. Eso creo.
MISCELÁNEA Por Luis Augusto González Pimienta Los vocablos que le sirven de título a esta columna responden todos a un mismo drama: el impúdico incumplimiento del colombiano. Y no es broma, así algunos se molesten. Decir que los horarios no se cumplen en ningún rincón patrio o en ninguna actividad, no engendra novedad. Lo novedoso […]
MISCELÁNEA
Por Luis Augusto González Pimienta
Los vocablos que le sirven de título a esta columna responden todos a un mismo drama: el impúdico incumplimiento del colombiano. Y no es broma, así algunos se molesten.
Decir que los horarios no se cumplen en ningún rincón patrio o en ninguna actividad, no engendra novedad. Lo novedoso es que alguien los cumpla, convirtiéndose en la excepción que confirma la regla. Así, hubo un tiempo en que existió la llamada hora judicial, plazo de sesenta minutos que la ley concedía a los citados a un juzgado, para su comparecencia. Si llegaban, lo hacían a punto de culminar el término, y por eso se eliminó. La exactitud inglesa era vista como rara avis.
Incumplir es tan colombiano que los programas de televisión son cambiados de horario sin aviso previo. Es injusto, irresponsable, inaudito, lo que quiera, pero así es. Lo peor es que no hay agente estatal que meta en cintura a los responsables de los canales, ni autoridad que discipline a los que omiten ese deber. Todo por el entrecruzamiento de nombramientos de consortes y de familiares de los funcionarios en los diversos cargos del Estado. El despreciable tú me nombras yo te nombro que se ha enraizado en el país.
Y qué decir de los consultorios médicos: lo corriente es que telefónicamente le den su cita, pongamos por caso a las cuatro de la tarde, y sea atendido, con fortuna, después de seis. Es que usted no ha tomado en consideración unas cosillas: que el galeno se retrasó porque estaba en una cirugía, porque cumplía turno, porque estaba en otro consultorio alterno, o porque tuvo una calamidad doméstica. Todas razones válidas. Lo inválido es que la secretaria anote en una libretita el orden de llegada y así mismo pase a los pacientes. La cita previa no se tiene en cuenta. Como ya usted lo sabe, no la pida, solo llegue primero que los demás, y espere.
Últimamente ni las novias llegan a tiempo a su matrimonio. No hay que ofuscarse, algún descocido en el vestido se presentó, o el maquillador melindroso se tomó más tiempo del debido. Para excusas hay enciclopedias.
Los espectáculos públicos empiezan a tiempo si son televisados. Si no, no. Tampoco se respetan los cupos. Se vende mayor cantidad de entradas que el aforo del recinto, aunque después se alegue falsificación de la boletería. Y los puestos numerados causan risa, porque le venden primera fila, y sí, es la primera fila, pero después de la de los invitados especiales, los que no pagan, que suman montones y muchas hileras. Ese es el orden que exalta nuestro escudo patrio. En cuanto a la libertad, entienda por tal, la que se toma el empresario para hacer lo que le venga en gana. Ahí está: libertad y orden. ¡Que vivan los lemas de nuestro escudo!
Las aerolíneas justifican su retraso horario en el mal tiempo o en el exceso de tráfico. Otras veces dan explicaciones menos convincentes. Si todo el tiempo cumplieran sus itinerarios la demora excepcional sería recibida sin recelos.
Los andares de la justicia, siempre paquidérmicos, logran el súmmum de lo intolerable cuando se van al paro. Sus justas reclamaciones suscitarían simpatía si trabajaran con mayor eficiencia, y si todos, no unos cuantos, cumplieran con puntualidad su jornada diaria.
Para escribir del incumplimiento hace falta más espacio. El mío se acabó. Cumplo, entonces, con entregar esta columna a tiempo. Eso creo.