Hoy es necesario cantarle a los vivos, a aquellos que nunca morirán en el alma del pueblo. Pero mejor si tenemos la oportunidad aún de tocarlo, abrazarlo y escucharlo en un ocasional encuentro en cualquier calle del viejo Valledupar. Cuánto deseamos tener aquí, al lado, al hombre del cantar herido, Gustavo Gutiérrez Cabello. Al entrañable […]
Hoy es necesario cantarle a los vivos, a aquellos que nunca morirán en el alma del pueblo. Pero mejor si tenemos la oportunidad aún de tocarlo, abrazarlo y escucharlo en un ocasional encuentro en cualquier calle del viejo Valledupar. Cuánto deseamos tener aquí, al lado, al hombre del cantar herido, Gustavo Gutiérrez Cabello.
Al entrañable amigo, al familiar de todos, al más grande exponente de la escuela del vallenato romántico, ese que nació en las sabanas de Patillal y el Valle, bajo la inspiración de la estética de la naturaleza infinita, como la luz del sol, tierna, como la de la luna, y profunda como la de los ojos tormentosos del amor, la distancia y el olvido.
Hace ya dos años el premiado cronista Alberto Salcedo, una noche en el bar Guacaó, en una amena, extensa y aplaudida conferencia sobre el vallenato y sus protagonistas, hizo una descripción de los músicos que conoció. Con pocas frases los describía y al llegar a Gustavo Gutiérrez dijo: “Ah. Este sí es excepcional. De él solo puedo hablar todo lo bueno y si hay algo que lo retrata es manifestar que es el único de los proverbiales compositores e intérpretes del que nunca podrás oír que habla mal de alguien”. Terminó con algo que no podemos transcribir literal pero nos quedó el mensaje: “Gustavo habla bien de todos y todos hablan bien de él”.
Él, que en un pasaje autobiográfico elabora ese mensaje, lo cual no es fácil cuando se habla de sí mismo, sonaría presuntuoso, pero en el caso del autor tiene la magia de la humildad y el respeto:
Yo siempre soy Gustavo Gutiérrez, el que canta muy triste en el valle, el del cantar herido, por polvoriento que sea el camino, no le tengo miedo a la distancia, si allí encuentro el olvido.
Nunca he ofendido a nadie en la vida, he sido un hombre bueno y sencillo, soy un hombre sincero, como principio siempre he buscado hacer el bien a todo el que pueda, siempre dar un consejo.
Cuando pasan los años, uno va comprendiendo que lo más bello, que lo más bello, es regalar ternura, es sentir el cariño, de los amigos, y de la gente de mi pueblo.
En las noches de mi tierra renacen siempre mis alegrías.Hay un verso de esperanza, en cada aliento del alma mía, ahora vengo a libertarme, estoy triste todavía, Yo no tengo que ofrecerles, solo las canciones mías (de ‘El cariño de mi pueblo’).
En esas palabras de la magistral canción, el autor se sube a lo soberbio y baja a lo sencillo, como en compases de agudos y graves. Exalta la condición del ser pero lo nutre de la condición del ser social que se debe, no a su virtud,sino al amor, al cariño de los amigos y de la gente del pueblo. Al final, en reciprocidad, solo puede ofrecer el arte de sus canciones.
Ese ser sincero, que hace el bien a todo el que puede, que da un sabio consejo, que camina sobre los polvorientos caminos de la adversidad -como el agreste camino que recorría para ver al primo Fredy Molina-, es el vallenato que queremos ser, porque todos queremos ser ese Gustavo Gutiérrez, que canta cuando sale el sol, amante de todos y amado por todos. Al que desde estas páginas decimos, con tu promesa, que si no te olvidaremos después de la muerte, te damos hoy la fuerza para que de la vida no nos dejes todavía.
Hoy es necesario cantarle a los vivos, a aquellos que nunca morirán en el alma del pueblo. Pero mejor si tenemos la oportunidad aún de tocarlo, abrazarlo y escucharlo en un ocasional encuentro en cualquier calle del viejo Valledupar. Cuánto deseamos tener aquí, al lado, al hombre del cantar herido, Gustavo Gutiérrez Cabello. Al entrañable […]
Hoy es necesario cantarle a los vivos, a aquellos que nunca morirán en el alma del pueblo. Pero mejor si tenemos la oportunidad aún de tocarlo, abrazarlo y escucharlo en un ocasional encuentro en cualquier calle del viejo Valledupar. Cuánto deseamos tener aquí, al lado, al hombre del cantar herido, Gustavo Gutiérrez Cabello.
Al entrañable amigo, al familiar de todos, al más grande exponente de la escuela del vallenato romántico, ese que nació en las sabanas de Patillal y el Valle, bajo la inspiración de la estética de la naturaleza infinita, como la luz del sol, tierna, como la de la luna, y profunda como la de los ojos tormentosos del amor, la distancia y el olvido.
Hace ya dos años el premiado cronista Alberto Salcedo, una noche en el bar Guacaó, en una amena, extensa y aplaudida conferencia sobre el vallenato y sus protagonistas, hizo una descripción de los músicos que conoció. Con pocas frases los describía y al llegar a Gustavo Gutiérrez dijo: “Ah. Este sí es excepcional. De él solo puedo hablar todo lo bueno y si hay algo que lo retrata es manifestar que es el único de los proverbiales compositores e intérpretes del que nunca podrás oír que habla mal de alguien”. Terminó con algo que no podemos transcribir literal pero nos quedó el mensaje: “Gustavo habla bien de todos y todos hablan bien de él”.
Él, que en un pasaje autobiográfico elabora ese mensaje, lo cual no es fácil cuando se habla de sí mismo, sonaría presuntuoso, pero en el caso del autor tiene la magia de la humildad y el respeto:
Yo siempre soy Gustavo Gutiérrez, el que canta muy triste en el valle, el del cantar herido, por polvoriento que sea el camino, no le tengo miedo a la distancia, si allí encuentro el olvido.
Nunca he ofendido a nadie en la vida, he sido un hombre bueno y sencillo, soy un hombre sincero, como principio siempre he buscado hacer el bien a todo el que pueda, siempre dar un consejo.
Cuando pasan los años, uno va comprendiendo que lo más bello, que lo más bello, es regalar ternura, es sentir el cariño, de los amigos, y de la gente de mi pueblo.
En las noches de mi tierra renacen siempre mis alegrías.Hay un verso de esperanza, en cada aliento del alma mía, ahora vengo a libertarme, estoy triste todavía, Yo no tengo que ofrecerles, solo las canciones mías (de ‘El cariño de mi pueblo’).
En esas palabras de la magistral canción, el autor se sube a lo soberbio y baja a lo sencillo, como en compases de agudos y graves. Exalta la condición del ser pero lo nutre de la condición del ser social que se debe, no a su virtud,sino al amor, al cariño de los amigos y de la gente del pueblo. Al final, en reciprocidad, solo puede ofrecer el arte de sus canciones.
Ese ser sincero, que hace el bien a todo el que puede, que da un sabio consejo, que camina sobre los polvorientos caminos de la adversidad -como el agreste camino que recorría para ver al primo Fredy Molina-, es el vallenato que queremos ser, porque todos queremos ser ese Gustavo Gutiérrez, que canta cuando sale el sol, amante de todos y amado por todos. Al que desde estas páginas decimos, con tu promesa, que si no te olvidaremos después de la muerte, te damos hoy la fuerza para que de la vida no nos dejes todavía.