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El ultimo vals

Por Leonardo José Maya Para Angelly, por supuesto. Eran las cuatro de la madrugada cuando se rompió el silencio. El pueblo, recostado a los cerros de la cordillera, estaba adornado con flores perfumadas y bellísimas. Solo sus mujeres las superaban en ambas condiciones. A principios de siglo había llegado un sacerdote jesuita español que además […]

El ultimo vals

El ultimo vals

Por: Leonardo

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Por Leonardo José Maya

Para Angelly, por supuesto.

Eran las cuatro de la madrugada cuando se rompió el silencio. El pueblo, recostado a los cerros de la cordillera, estaba adornado con flores perfumadas y bellísimas. Solo sus mujeres las superaban en ambas condiciones.
A principios de siglo había llegado un sacerdote jesuita español que además era maestro de música, fue quien fundó la primera iglesia y también la primera banda, desde entonces todos los hombres aprenden a tocar algún instrumento. Allí nacieron verdaderos virtuosos que conformaron bandas de viento con nombres de santos encargadas de amenizar las fiestas patronales de todos los pueblos de la provincia.
Dicen que estos músicos afinaban sus instrumentos con el canto de los pájaros, pero los más serios de tacto aseguran lo contrario, que eran los pájaros los que afinaban sus cantos escuchando a estos maestros legendarios.
El pueblo es realmente un encanto, adornado con manantiales y riachuelos azules que descienden de la cordillera. La razón por la que estas mujeres son tan bellas es desconocida, pero se sabe que cuando estas bandas salían a otros pueblos las muchachas más lindas se embelesaban con sus hermosas melodías y se enamoraban perdidamente de los músicos, es así como las mujeres más hermosas de pueblos lejanos terminaban viviendo en este paraíso donde crecería su descendencia.
Ese domingo antes las  primeras luces de la aurora el cielo se estremeció con un vals hermoso interpretado con una exquisitez que no parecía de este mundo,  la sinfonía se fue extendiendo como fragancia delicada hasta que llegó a todos los confines del pueblo. Nadie sabía de dónde provenía, pero el nombre y autor eran muy conocidos.
Era un solo de trompeta tan sentida que el pueblo pronto se conmovió. Dicen los que presenciaron el hecho que los gallos no cantaron para no interrumpir la melodía que avanzaba como niebla tierna subiendo la cordillera, tal vez buscando acompañamiento de otros integrantes de alguna banda de viento.
Arriba en la montaña le llegó al viejo Nicasio. Esa mañana se había despertado triste sin saber el motivo, en instantes la música penetró por la ventana y al escucharla llamó a su mujer
__Sara, le dijo, es mi compadre Avelino, se quedó pensativo, me arreglas la camisa blanca…  que vaina se va a morí.
__ Y por qué dices eso?.
__Mija, ni los pájaros cantan  esa melodía en ese tono, se está despidiendo.

El conocía muy bien  lo que decía, era trombonista desde los 12 años y sabía que tocar ese vals en ese tono era prácticamente imposible para una trompeta normal.
En segundos a siete leguas de allí alcanzó a Argemiro, tenía 87 años, dos menos que Avelino.
Un viento suave y fresco dispersó las escasas gotas de lluvia que saltaban en el techo de zinc. Entonces escuchó nítidamente en si sostenido el vals “ay de Nino”, miró su viejo clarinete colgado en unos cuernos de venado incrustados en la pared de barro, se quedó pensativo y sin levantarse acompañó con sus manos temblorosas el compás de la música como sublimándola. Una lágrima nostálgica asomó a sus ojos
_ Dios mío, dijo, tu eres el que mandas, quedábamos tres y ya mandaste por mi compadre, tenía varios años que no agarraba su trompeta y nunca en su vida tocó así.
Eran compañeros de andanzas desde los quince años cuando comenzaron a tocar juntos, habían recorrido varias veces todos esos pueblos  y se habían retirado desde hacía veinte. Recordó con nitidez como en su juventud fueron una vez a un pueblo de la sierra a amenizar el reinado del café, de allí regresaron en amores con dos de las concursantes, después Avelino volvió por la que sería su compañera de toda la vida.
El trompetista estaba en el patio, sentado en un taburete recostado a la esquina de su casa, allí repetía una y otra vez el vals “ay de Nino” compuesto para su amor de toda la vida. Una viejita de parpados plisados y ojos hermosos se levantó después a prepararle un café. En su pecho aún cabía una razón maravillosa. Lo amaba como el primer día desde 65 años atrás. La había conquistado en medialuna con su trompeta exquisita. Ella, sorprendida por lo que estaba presenciando, lloraba en silencio recordando tiempos idos.
El instrumentose escuchaba con un vigor renovado como guiado por un dominio  divino. Un cielo espléndido de nubes livianas enmarcaba la canción. De pronto el vals comenzó  a apagarse lentamente como los luceros del amanecer y la trompeta se fue extinguiendo definitivamente.
Eran las seis de la mañana cuando lo encontraron, estaba sonreído, se le veía feliz con las primeras flores de la mañana que apenas asoman al sol. Lo extraño es que cuando lo descubrieron estaba rígido y frioclara señal de que había partido mucho antes. Fue entonces cuando unos gallos entristecidos comenzaron a anunciar el nuevo día con dos horas de retraso.

ljmaya93@hotamail.com

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