Manuel Suárez se enamoró de la hija de Olmar, el fundador de la Escuela Ambiental a orillas del río Guatapurí, y de la vocación de educadores ambientales de los niños que desarrolla la familia. En este relato describe cómo lo hacen.
Hace unos días recibí la propuesta de escribir algo sobre la Escuela Ambiental del Cesar. Ya tenía en la cabeza qué podría ser y hasta había apartado un día para poder hacerlo como me gusta: de una sola sentada. Sin embargo, ocurrió algo extraordinario que no imaginé: mi suegro, Olmar Quintero, apareció un día al final de la tarde con su libreta roja a leernos a mi esposa Carolina y a mí, algo que quería decirle al mundo. Este fue el mensaje que nos leyó:
Los milagros existen, pero eres tú quien tiene que generarlos, ¿cómo? Con el entusiasmo y la tenacidad. Especialmente quiero hablar de uno de ellos que se dio a orillas del río Guatapurí. El milagro más criticado y quizá el más odiado, con el que nadie estuvo de acuerdo, ni siquiera mi familia, pues siempre me han tratado de loco… Afortunadamente aprendí que son los locos, los que abren los caminos que luego recorrerán los ‘cuerdos’.
Lea también: El río Cesar, “entre la espuma”, espera acciones contundentes para su recuperación
Hace poco alguien me dijo abrazándome y hablándome al oído: ‘Olmar, lo lograste, ya te puedes ir tranquilo’. Y sí, tiene razón, doy fe del gran esfuerzo que este milagro necesitó, pero, al fin y al cabo, se logró. Gracias a la cooperación de la comunidad y una gran estrategia que se usó, hoy tenemos una Escuela limpia, sin canecas de basura y hecha con material reciclado.
Hoy siento gran alegría porque muchos de mis colaboradores hablan de educación ambiental como una herramienta para lograr el cambio que hace años se creía imposible. Cambio que se necesita con urgencia para que nuestros niños cuando sean mayores amen al planeta y lo respeten. Y es que creo que no se necesita más nada para cumplir tan anhelado sueño que eso, que el planeta se convierta en una Gran Escuela Ambiental, lo lindo que Valledupar ya tiene.
Ahora debemos esperar que los soñadores entren en acción, que se atrevan a utilizar un modelo eficaz con el niño: el juego, la risa, el abrazo y vencer los miedos que bastante daño han hecho.
¡Vengan a la orilla! Está demasiado alto, ¡vengan a la orilla! – Me puedo caer ¡vengan a la orilla! – Ellos vinieron, él los empujó y ellos ¡volaron!, ¡ahí está el milagro!
Por la Escuela Ambiental han pasado millones de niños y han recibido una educación ambiental idónea, a partir de la interacción con la naturaleza, abrazando y besando a los árboles, embarrándose, jugando a las escondidas con los animalitos y muchas otras cosas más, que solo desarrollarán si empiezan a amar, a vivir, a conocer por ellos mismos; pues no se puede amar lo que no se conoce.
No nos rompamos más la cabeza: ¡si quieres que tu sueño se vuelva realidad, genéralo! ¡Si quieres alcanzar algo que nunca has tenido, haz algo que nunca has hecho! No sigas en lo mismo, el cambio es interior. Ah, y no te preocupes, todo está bien y es para bien, todo el mundo está haciendo el papel que le corresponde. ¿Cuál es el tuyo?
Siendo sincero, mientras escuchaba el mensaje venían a mi mente una cantidad de imágenes y sentimientos (en especial cuando habla de los niños, de la necesidad de que los soñadores entren en acción y la historia de: ‘¡Vengan a la orilla!’) era un mensaje que necesitaba, pero seguramente él no lo sabía; mi corazón en ese momento se hizo agua, por lo que escuchaba, por lo que estaba pasando y por todo lo que hemos batallado para seguir el sueño de inculcar a los niños el amor por la naturaleza…
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Fue cuando de repente pensé en tomar la libreta de sus manos, antes que lo pensara dos veces o se le ocurriera guardarla en su baúl de cosas para reutilizar y no me hubiese dejado transcribirla. De hecho, así fue -algo que respeté- alegando que su letra estaba ilegible y que mejor le hacía unos cambios. Por esa razón se pospuso un poco el escrito hasta que encontré el “librito” sobre su escritorio y decidí -con su permiso- transcribir el escrito para que ustedes puedan leerlo aquí.
En ese orden, posterior a la nueva lectura y a la reciente transcripción, también decidí que no cabía realizar una presentación de por qué visitar la Escuela Ambiental del Cesar, como lugar o como filosofía de vida -en realidad es más lo último que lo primero-, convencido de que si los milagros existen mejor que leerlos o escucharlos se tienen que generar o, mejor, se tienen que vivir, así que si la Escuela Ambiental es un milagro te invitamos a vivirlo. ¡Vengan a la Escuela Ambiental a disfrutar de la naturaleza en vivo, pues no se puede amar lo que no se conoce!
Eso sí, por favor llamen antes de venir…
Por: Manuel Suárez
Manuel Suárez se enamoró de la hija de Olmar, el fundador de la Escuela Ambiental a orillas del río Guatapurí, y de la vocación de educadores ambientales de los niños que desarrolla la familia. En este relato describe cómo lo hacen.
Hace unos días recibí la propuesta de escribir algo sobre la Escuela Ambiental del Cesar. Ya tenía en la cabeza qué podría ser y hasta había apartado un día para poder hacerlo como me gusta: de una sola sentada. Sin embargo, ocurrió algo extraordinario que no imaginé: mi suegro, Olmar Quintero, apareció un día al final de la tarde con su libreta roja a leernos a mi esposa Carolina y a mí, algo que quería decirle al mundo. Este fue el mensaje que nos leyó:
Los milagros existen, pero eres tú quien tiene que generarlos, ¿cómo? Con el entusiasmo y la tenacidad. Especialmente quiero hablar de uno de ellos que se dio a orillas del río Guatapurí. El milagro más criticado y quizá el más odiado, con el que nadie estuvo de acuerdo, ni siquiera mi familia, pues siempre me han tratado de loco… Afortunadamente aprendí que son los locos, los que abren los caminos que luego recorrerán los ‘cuerdos’.
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Hace poco alguien me dijo abrazándome y hablándome al oído: ‘Olmar, lo lograste, ya te puedes ir tranquilo’. Y sí, tiene razón, doy fe del gran esfuerzo que este milagro necesitó, pero, al fin y al cabo, se logró. Gracias a la cooperación de la comunidad y una gran estrategia que se usó, hoy tenemos una Escuela limpia, sin canecas de basura y hecha con material reciclado.
Hoy siento gran alegría porque muchos de mis colaboradores hablan de educación ambiental como una herramienta para lograr el cambio que hace años se creía imposible. Cambio que se necesita con urgencia para que nuestros niños cuando sean mayores amen al planeta y lo respeten. Y es que creo que no se necesita más nada para cumplir tan anhelado sueño que eso, que el planeta se convierta en una Gran Escuela Ambiental, lo lindo que Valledupar ya tiene.
Ahora debemos esperar que los soñadores entren en acción, que se atrevan a utilizar un modelo eficaz con el niño: el juego, la risa, el abrazo y vencer los miedos que bastante daño han hecho.
¡Vengan a la orilla! Está demasiado alto, ¡vengan a la orilla! – Me puedo caer ¡vengan a la orilla! – Ellos vinieron, él los empujó y ellos ¡volaron!, ¡ahí está el milagro!
Por la Escuela Ambiental han pasado millones de niños y han recibido una educación ambiental idónea, a partir de la interacción con la naturaleza, abrazando y besando a los árboles, embarrándose, jugando a las escondidas con los animalitos y muchas otras cosas más, que solo desarrollarán si empiezan a amar, a vivir, a conocer por ellos mismos; pues no se puede amar lo que no se conoce.
No nos rompamos más la cabeza: ¡si quieres que tu sueño se vuelva realidad, genéralo! ¡Si quieres alcanzar algo que nunca has tenido, haz algo que nunca has hecho! No sigas en lo mismo, el cambio es interior. Ah, y no te preocupes, todo está bien y es para bien, todo el mundo está haciendo el papel que le corresponde. ¿Cuál es el tuyo?
Siendo sincero, mientras escuchaba el mensaje venían a mi mente una cantidad de imágenes y sentimientos (en especial cuando habla de los niños, de la necesidad de que los soñadores entren en acción y la historia de: ‘¡Vengan a la orilla!’) era un mensaje que necesitaba, pero seguramente él no lo sabía; mi corazón en ese momento se hizo agua, por lo que escuchaba, por lo que estaba pasando y por todo lo que hemos batallado para seguir el sueño de inculcar a los niños el amor por la naturaleza…
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Fue cuando de repente pensé en tomar la libreta de sus manos, antes que lo pensara dos veces o se le ocurriera guardarla en su baúl de cosas para reutilizar y no me hubiese dejado transcribirla. De hecho, así fue -algo que respeté- alegando que su letra estaba ilegible y que mejor le hacía unos cambios. Por esa razón se pospuso un poco el escrito hasta que encontré el “librito” sobre su escritorio y decidí -con su permiso- transcribir el escrito para que ustedes puedan leerlo aquí.
En ese orden, posterior a la nueva lectura y a la reciente transcripción, también decidí que no cabía realizar una presentación de por qué visitar la Escuela Ambiental del Cesar, como lugar o como filosofía de vida -en realidad es más lo último que lo primero-, convencido de que si los milagros existen mejor que leerlos o escucharlos se tienen que generar o, mejor, se tienen que vivir, así que si la Escuela Ambiental es un milagro te invitamos a vivirlo. ¡Vengan a la Escuela Ambiental a disfrutar de la naturaleza en vivo, pues no se puede amar lo que no se conoce!
Eso sí, por favor llamen antes de venir…
Por: Manuel Suárez