Dios había entregado al pueblo, por manos de Moisés, los mandamientos. Se trataba de la alianza pactada entre el Todopoderoso y las tribus de Israel, las normas de conducta que debían guiar el actuar de quienes eran “la especial propiedad” del Creador del universo. Pero estos mandatos esculpidos sobre piedra, preceptos y normas de conducta […]
Dios había entregado al pueblo, por manos de Moisés, los mandamientos. Se trataba de la alianza pactada entre el Todopoderoso y las tribus de Israel, las normas de conducta que debían guiar el actuar de quienes eran “la especial propiedad” del Creador del universo. Pero estos mandatos esculpidos sobre piedra, preceptos y normas de conducta presentes en diversas civilizaciones a lo largo y ancho del mundo y de la historia, debían ser explicitados e interpretados en el día a día de la vida personal y comunitaria, y preservados a través del tiempo en un momento en el que la información no se medía en bytes ni se almacenaba en la nube.
Es así como surgieron dos grupos importantes de personas que cumplieron con este comedido, no sin errores, como es común al histórico devenir. Los escribas se encargaron de transcribir los preceptos, que con el tiempo se fueron haciendo cada vez más numerosos, y que fueron enriquecidos con notas y explicaciones. Por su parte, los fariseos, se hicieron cargo de interpretar la ley, explicarla al pueblo y enseñarla en sus escuelas.
Estos dos grupos de importantes personas, con importantes funciones, se disputaban entre sí y con algunos otros grupos el poder político y religioso del pueblo, de tal manera que, cuando un Maestro de Nazaret osó elevar su voz para desafiar lo que hasta el momento era considerado intocable, se unieron en un solo bloque para atacar al “carpintero” que pretendía ser profeta.
A lo largo de los relatos evangélicos encontramos discusiones y encuentros polémicos de Jesús con los escribas y los fariseos. A menudo son puestos en ridículo delante del pueblo de quien esperan admiración; esto hace que su desprecio por quien los pone en evidencia crezca cada vez más. Hay un relato particular que hace referencia al tema que hoy nos ocupa: Los fariseos se acercan a Jesús con la clara intención de ponerlo a prueba y dejar en evidencia, a través de preguntas capciosas, su falta de sabiduría y autoridad ante sus oyentes. La pregunta no puede ser más escurridiza y difícil: “¿Le es lícito a un hombre divorciarse de su mujer por cualquier motivo?”
Diversos grupos defendían diferentes doctrinas al respecto en aquél momento, desde quienes consideraban que el divorcio no era permitido por la ley, salvo en casos particularmente graves; hasta quienes afirmaban que el marido podía despedir a su mujer por el simple hecho de que le disgustara su manera de preparar los alimentos, o porque hubiese dejado de ser hermosa a sus ojos. Jesús estaba en una encrucijada, y los fariseos exhibían entonces una amplia sonrisa.
Pero en un acto soberano de astucia y sabiduría, el Maestro de Nazaret se remontó en sus argumentos al “principio”, a la voluntad y el deseo originario de Dios, mientras sus contrincantes se apoyaban en la palabra de Moisés. “Al principio no fue así, dijo Jesús… Al principio el Creador los hizo hombre y mujer… Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer y los dos llegarán a ser una sola carne…” Esto es el matrimonio. Acto seguido Jesús habla del celibato, afirmando que “el que pueda con esto que lo haga”. Las implicaciones de esta última afirmación son sencillas: el que no pueda que no lo haga, que no lo aparente, que no pretenda engañar como hacían los fariseos, que la muchedumbre no es tonta ni Dios es ciego. Feliz domingo.
Dios había entregado al pueblo, por manos de Moisés, los mandamientos. Se trataba de la alianza pactada entre el Todopoderoso y las tribus de Israel, las normas de conducta que debían guiar el actuar de quienes eran “la especial propiedad” del Creador del universo. Pero estos mandatos esculpidos sobre piedra, preceptos y normas de conducta […]
Dios había entregado al pueblo, por manos de Moisés, los mandamientos. Se trataba de la alianza pactada entre el Todopoderoso y las tribus de Israel, las normas de conducta que debían guiar el actuar de quienes eran “la especial propiedad” del Creador del universo. Pero estos mandatos esculpidos sobre piedra, preceptos y normas de conducta presentes en diversas civilizaciones a lo largo y ancho del mundo y de la historia, debían ser explicitados e interpretados en el día a día de la vida personal y comunitaria, y preservados a través del tiempo en un momento en el que la información no se medía en bytes ni se almacenaba en la nube.
Es así como surgieron dos grupos importantes de personas que cumplieron con este comedido, no sin errores, como es común al histórico devenir. Los escribas se encargaron de transcribir los preceptos, que con el tiempo se fueron haciendo cada vez más numerosos, y que fueron enriquecidos con notas y explicaciones. Por su parte, los fariseos, se hicieron cargo de interpretar la ley, explicarla al pueblo y enseñarla en sus escuelas.
Estos dos grupos de importantes personas, con importantes funciones, se disputaban entre sí y con algunos otros grupos el poder político y religioso del pueblo, de tal manera que, cuando un Maestro de Nazaret osó elevar su voz para desafiar lo que hasta el momento era considerado intocable, se unieron en un solo bloque para atacar al “carpintero” que pretendía ser profeta.
A lo largo de los relatos evangélicos encontramos discusiones y encuentros polémicos de Jesús con los escribas y los fariseos. A menudo son puestos en ridículo delante del pueblo de quien esperan admiración; esto hace que su desprecio por quien los pone en evidencia crezca cada vez más. Hay un relato particular que hace referencia al tema que hoy nos ocupa: Los fariseos se acercan a Jesús con la clara intención de ponerlo a prueba y dejar en evidencia, a través de preguntas capciosas, su falta de sabiduría y autoridad ante sus oyentes. La pregunta no puede ser más escurridiza y difícil: “¿Le es lícito a un hombre divorciarse de su mujer por cualquier motivo?”
Diversos grupos defendían diferentes doctrinas al respecto en aquél momento, desde quienes consideraban que el divorcio no era permitido por la ley, salvo en casos particularmente graves; hasta quienes afirmaban que el marido podía despedir a su mujer por el simple hecho de que le disgustara su manera de preparar los alimentos, o porque hubiese dejado de ser hermosa a sus ojos. Jesús estaba en una encrucijada, y los fariseos exhibían entonces una amplia sonrisa.
Pero en un acto soberano de astucia y sabiduría, el Maestro de Nazaret se remontó en sus argumentos al “principio”, a la voluntad y el deseo originario de Dios, mientras sus contrincantes se apoyaban en la palabra de Moisés. “Al principio no fue así, dijo Jesús… Al principio el Creador los hizo hombre y mujer… Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer y los dos llegarán a ser una sola carne…” Esto es el matrimonio. Acto seguido Jesús habla del celibato, afirmando que “el que pueda con esto que lo haga”. Las implicaciones de esta última afirmación son sencillas: el que no pueda que no lo haga, que no lo aparente, que no pretenda engañar como hacían los fariseos, que la muchedumbre no es tonta ni Dios es ciego. Feliz domingo.