Johana Carrillo es vendedora en el balneario Hurtado del río Guatapurí, desde hace 20 años. La pandemia y el cierre de este sector turístico en Valledupar la obligaron a vivir en precarias condiciones.
Una carpa con cerramiento de plástico, ubicada a un lado de los locales comerciales del balneario Hurtado en el río Guatapurí, desde hace 4 meses es el hogar de Johana Carrillo y tres de sus cuatro hijos, todos menores de edad.
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Ahí en ese espacio de escasos cuatro metros tiene todas sus pertenencias. Dos camas, un ventilador, un pequeño televisor y una estufa de dos fogones en la que prepara los alimentos con la comida que pueda conseguir.
Esta mujer de 40 años se ganaba la vida vendiendo artesanía en la glorieta de Los Juglares, trabajo que le daba la oportunidad de pagar un arriendo en una vivienda cercana, donde sus hijos vivían en mejores condiciones; sin embargo, debido a la pandemia y la restricción de los bañistas y visitantes en el río y toda esta zona turística, quedó de ‘brazos cruzados’ por lo que no pudo seguir pagando el arriendo.
Contó que esa carpa es su castillo que Dios le regaló con la ayuda de los comerciantes y demás vendedores del Hurtado.
Vive de las ventas en el río desde hace más de 20 años, primero comercializando rosas. Recuerda la época en la que el balneario no se cerraba ni de día ni de noche.
“El año pasado cuando el alcalde anterior nos atropelló mucho a los vendedores de acá, fue Dios el que me llevó hasta la glorieta donde están las estatuas de Diomedes Díaz y Martín Elías, allá me fue mejor y la situación económica se me arregló y podía pagar el arriendo, pero con todo esto el dueño me dijo que le desocupara la pieza, me esperó por unos días, pero realmente no tenía cómo pagarle”, relató Johana.
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De los tres hijos que viven con ella, el bebé de seis meses es el que más ha sufrido la precaria situación, ya que por las noches los zancudos no se hacen esperar y en el día el inclemente sol y calor no son sus mejores amigos.
“Al principio no teníamos luz, porque si bien es cierto que los comerciantes me dejaron ubicarme aquí, con la luz no me podían ayudar porque aquí los recibos son costosos por ser una zona comercial y turística; en medio del desespero de ver a mis hijos sufriendo por el calor y zancudos me vi en la necesidad de agarrar luz de manera clandestina y ahora con el ventilador los días han sido un poco más llevaderos”, dijo Johana.
Sus hijos de 17 y 7 años no están estudiando ya que no cuenta con los recursos y los medios tecnológicos como un teléfono inteligente o un computador para las clases virtuales.
En su relato dijo que ha tocado muchas puertas en las diferentes entidades gubernamentales en busca de ayuda desde antes de la pandemia. Su ilusión es tener una vivienda en cualquier lugar de Valledupar, donde pueda ver crecer felices a sus hijos.
Su hijo de 17 años es futbolista, mientras que su hija de 7 años sueña con ser médico. Johana dijo que quiere ver los deseos de los seres que más ama convertidos en realidad.
“Cuando empezó el confinamiento tenía mercancía, pero no dinero, la comida se me agotó y lo que se me ocurrió fue ir al Mercado Público y cambiar la artesanía por comida y con eso pasé los primeros días, pero se acabó todo, nos dijeron que pusiéramos trapos rojos visibles que el alcalde iba a pasar a traernos ayuda, pero eso no ha sucedido; aquí hemos sobrevivido por la caridad de los comerciantes y de la Policía Nacional que nos ha ayudado; igual hay otras familias que vivían de lo que vendían en el río y ahora no tenemos nada”, contó.
Para agravar sus padecimientos, meses atrás los dueños de lo ajeno entraron de noche y hurtaron parte de las pocas cosas que guardaba en su carpa.
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“Esa noche nos quedamos profundos y no nos dimos cuenta cuando ingresaron, el perro que tenemos no ladró; yo me desperté a las 3 de la madrugada y me percaté que nos faltaban cosas y todo estaba revuelto. Nos robaron las frutas y comida que tenía principalmente para los niños y $35.000 pesos que habían recogido los comerciantes y me los habían regalado. Yo estoy muy agradecida con ellos, a pesar de no estar produciendo, y también están pasando un mal momento económico, no me han abandonado”, puntualizó Johana Carrillo.
Añadió que todas las noches antes de cerrar los ojos le pide a Dios que los acompañe y proteja de los delincuentes que rondan diariamente por el río y que le brinde la oportunidad de tener una casa para estar con sus cuatro hijos.
POR: MILAGROS SÁNCHEZ / EL PILÓN
Johana Carrillo es vendedora en el balneario Hurtado del río Guatapurí, desde hace 20 años. La pandemia y el cierre de este sector turístico en Valledupar la obligaron a vivir en precarias condiciones.
Una carpa con cerramiento de plástico, ubicada a un lado de los locales comerciales del balneario Hurtado en el río Guatapurí, desde hace 4 meses es el hogar de Johana Carrillo y tres de sus cuatro hijos, todos menores de edad.
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Ahí en ese espacio de escasos cuatro metros tiene todas sus pertenencias. Dos camas, un ventilador, un pequeño televisor y una estufa de dos fogones en la que prepara los alimentos con la comida que pueda conseguir.
Esta mujer de 40 años se ganaba la vida vendiendo artesanía en la glorieta de Los Juglares, trabajo que le daba la oportunidad de pagar un arriendo en una vivienda cercana, donde sus hijos vivían en mejores condiciones; sin embargo, debido a la pandemia y la restricción de los bañistas y visitantes en el río y toda esta zona turística, quedó de ‘brazos cruzados’ por lo que no pudo seguir pagando el arriendo.
Contó que esa carpa es su castillo que Dios le regaló con la ayuda de los comerciantes y demás vendedores del Hurtado.
Vive de las ventas en el río desde hace más de 20 años, primero comercializando rosas. Recuerda la época en la que el balneario no se cerraba ni de día ni de noche.
“El año pasado cuando el alcalde anterior nos atropelló mucho a los vendedores de acá, fue Dios el que me llevó hasta la glorieta donde están las estatuas de Diomedes Díaz y Martín Elías, allá me fue mejor y la situación económica se me arregló y podía pagar el arriendo, pero con todo esto el dueño me dijo que le desocupara la pieza, me esperó por unos días, pero realmente no tenía cómo pagarle”, relató Johana.
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De los tres hijos que viven con ella, el bebé de seis meses es el que más ha sufrido la precaria situación, ya que por las noches los zancudos no se hacen esperar y en el día el inclemente sol y calor no son sus mejores amigos.
“Al principio no teníamos luz, porque si bien es cierto que los comerciantes me dejaron ubicarme aquí, con la luz no me podían ayudar porque aquí los recibos son costosos por ser una zona comercial y turística; en medio del desespero de ver a mis hijos sufriendo por el calor y zancudos me vi en la necesidad de agarrar luz de manera clandestina y ahora con el ventilador los días han sido un poco más llevaderos”, dijo Johana.
Sus hijos de 17 y 7 años no están estudiando ya que no cuenta con los recursos y los medios tecnológicos como un teléfono inteligente o un computador para las clases virtuales.
En su relato dijo que ha tocado muchas puertas en las diferentes entidades gubernamentales en busca de ayuda desde antes de la pandemia. Su ilusión es tener una vivienda en cualquier lugar de Valledupar, donde pueda ver crecer felices a sus hijos.
Su hijo de 17 años es futbolista, mientras que su hija de 7 años sueña con ser médico. Johana dijo que quiere ver los deseos de los seres que más ama convertidos en realidad.
“Cuando empezó el confinamiento tenía mercancía, pero no dinero, la comida se me agotó y lo que se me ocurrió fue ir al Mercado Público y cambiar la artesanía por comida y con eso pasé los primeros días, pero se acabó todo, nos dijeron que pusiéramos trapos rojos visibles que el alcalde iba a pasar a traernos ayuda, pero eso no ha sucedido; aquí hemos sobrevivido por la caridad de los comerciantes y de la Policía Nacional que nos ha ayudado; igual hay otras familias que vivían de lo que vendían en el río y ahora no tenemos nada”, contó.
Para agravar sus padecimientos, meses atrás los dueños de lo ajeno entraron de noche y hurtaron parte de las pocas cosas que guardaba en su carpa.
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“Esa noche nos quedamos profundos y no nos dimos cuenta cuando ingresaron, el perro que tenemos no ladró; yo me desperté a las 3 de la madrugada y me percaté que nos faltaban cosas y todo estaba revuelto. Nos robaron las frutas y comida que tenía principalmente para los niños y $35.000 pesos que habían recogido los comerciantes y me los habían regalado. Yo estoy muy agradecida con ellos, a pesar de no estar produciendo, y también están pasando un mal momento económico, no me han abandonado”, puntualizó Johana Carrillo.
Añadió que todas las noches antes de cerrar los ojos le pide a Dios que los acompañe y proteja de los delincuentes que rondan diariamente por el río y que le brinde la oportunidad de tener una casa para estar con sus cuatro hijos.
POR: MILAGROS SÁNCHEZ / EL PILÓN