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Columnista - 7 mayo, 2011

El cardón guajiro

Por: Raúl Bermúdez Márquez “Es que la naturaleza, a todos nos da poder, al cardón le dio la fuerza, pa’ no dejarse vencer,  yo me comparo con él, tengo  la misma firmeza”     Leandro Díaz En “El Cardón Guajiro”, como en todas sus obras musicales, el  maestro Leandro Díaz, derrocha  sabiduría. Don que Dios le otorgó […]

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Por: Raúl Bermúdez Márquez

“Es que la naturaleza, a todos nos da poder, al cardón le dio la fuerza, pa’ no dejarse vencer,  yo me comparo con él, tengo  la misma firmeza”     Leandro Díaz

En “El Cardón Guajiro”, como en todas sus obras musicales, el  maestro Leandro Díaz, derrocha  sabiduría. Don que Dios le otorgó a cambio  de  que sólo pudiera ver con los ojos del alma.  El maestro de Alto de Pino lo admite: “Él la vista me negó, para que yo no mirara, y en recompensa me dio, los ojos bellos del alma”.
Podrían escribirse varios libros sobre la filosofía de la naturaleza que brota de cada composición del juglar homenajeado en el pasado Festival Vallenato; así lo entendió el docente Jaime Maestre Aponte,  en su obra lanzada recientemente “El Cardenal Guajiro”, donde con mucha profundidad y precisión se muestran facetas hasta ahora inéditas del maestro Leandro. Por ahora, basta con adelantar que la vida en el campo, como la ha llevado Leandro, permite develar con mayor claridad, los secretos de la naturaleza. Y los testimonios abundan.

Alguna vez me aventuré a crear una pequeña Granja Integral a orillas del rio Chiriaimo en San Diego, Cesar, y un día cualquiera se escapó un cerdo grande que terminó su carrera desaforada haciendo sus necesidades fisiológicas debajo de un frondoso árbol de algarrobillo que había en el patio de la finquita. Uno de los hijos del administrador, apenado por la omisión de haber dejado la puerta de la porqueriza abierta, se armó de un garrote para reprender y devolver al animal a su sitio de cría. El administrador, un campesino curtido en las labores del campo, lo contuvo gritándole: “¡Déjate de ir a maltratar ese animal!… ¿Acaso no sabes que la mierda de puerco sirve de abono a los árboles?”. Sorprendido, le indagué si había leído la respuesta de García Márquez a un periodista en 1974 que le auscultó su opinión sobre las declaraciones fuertes que Pinochet, el ex dictador Chileno, estaba haciendo contra él, y Gabo, con la frescura que lo caracteriza atinó a decir: “Amigo periodista, si un cerdo se defeca en la base de un roble, no es para alarmarse: sus excrementos se convierten en nutrientes que le sirven para seguir creciendo de manera más robusta”.
El administrador, con simpleza respondió, “Qué va patrón, son ocurrencias mías, yo a duras penas leí la cartilla Charry”. Pues bien, en esta oportunidad cuando en la red, -en un burdo pasquín colgado por un gusano informático-, se me sindica otra vez de “guerrillero”, acudo a la sabiduría de Leandro, al talento de García Márquez y al virtuosismo empírico del administrador de la granja, para transformar las cacas de ese gusano en seda bendita que me cubra y haga inmune a sus perversas intenciones. Provengo de un hogar humilde pero digno.
Las principales lecciones que recibí de mis hermanos mayores fueron precisamente, humildad, trabajo honesto, tolerancia, solidaridad, sacrificio, amor al prójimo y temor de Dios. Jamás, tuve como ejemplo el sicariato, el terrorismo o las actividades delincuenciales.
El gusano, justifica su furiosa arremetida al culparme a mí y  a otro profesor de la autoría de un anónimo que lo más probable es que él mismo lo haya filtrado en la red para pretextar la agresión. Al respecto quiero dejar establecido que mi escenario natural es la luz: O como dijera un amigo claridoso: ¡detesto la oscuridad hasta para hacer el amor!  Lo que digo, lo hago de frente y lo que escribo, lo refrendo con mi firma. Eso sí, con argumentos. Para poner punto final a este desagradable episodio, tomaré prestadas -otra vez-, las palabras de Gabo, el 5 de abril de 1981, cuando el gobierno Turbay también lo acusó de guerrillero: De modo que todo este ingrato incidente queda planteado en definitiva como una confrontación de credibilidades. De un lado está una administración arrogante, resquebrajada y sin rumbo, respaldada por un funcionario demente cuyo raro destino desde hace muchos años es jugárselas todas por rectores que detesta. Del otro lado estoy yo, con mis amigos incontables, preparándome para iniciar una vejez inmerecida pero meritoria. La opinión pública no tiene más que una alternativa: a quien creerle. Yo, con mi paciencia sin término, no tengo ninguna prisa por su decisión. Espero.

[email protected]

Columnista
7 mayo, 2011

El cardón guajiro

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Raúl Bermúdez Márquez

Por: Raúl Bermúdez Márquez “Es que la naturaleza, a todos nos da poder, al cardón le dio la fuerza, pa’ no dejarse vencer,  yo me comparo con él, tengo  la misma firmeza”     Leandro Díaz En “El Cardón Guajiro”, como en todas sus obras musicales, el  maestro Leandro Díaz, derrocha  sabiduría. Don que Dios le otorgó […]


Por: Raúl Bermúdez Márquez

“Es que la naturaleza, a todos nos da poder, al cardón le dio la fuerza, pa’ no dejarse vencer,  yo me comparo con él, tengo  la misma firmeza”     Leandro Díaz

En “El Cardón Guajiro”, como en todas sus obras musicales, el  maestro Leandro Díaz, derrocha  sabiduría. Don que Dios le otorgó a cambio  de  que sólo pudiera ver con los ojos del alma.  El maestro de Alto de Pino lo admite: “Él la vista me negó, para que yo no mirara, y en recompensa me dio, los ojos bellos del alma”.
Podrían escribirse varios libros sobre la filosofía de la naturaleza que brota de cada composición del juglar homenajeado en el pasado Festival Vallenato; así lo entendió el docente Jaime Maestre Aponte,  en su obra lanzada recientemente “El Cardenal Guajiro”, donde con mucha profundidad y precisión se muestran facetas hasta ahora inéditas del maestro Leandro. Por ahora, basta con adelantar que la vida en el campo, como la ha llevado Leandro, permite develar con mayor claridad, los secretos de la naturaleza. Y los testimonios abundan.

Alguna vez me aventuré a crear una pequeña Granja Integral a orillas del rio Chiriaimo en San Diego, Cesar, y un día cualquiera se escapó un cerdo grande que terminó su carrera desaforada haciendo sus necesidades fisiológicas debajo de un frondoso árbol de algarrobillo que había en el patio de la finquita. Uno de los hijos del administrador, apenado por la omisión de haber dejado la puerta de la porqueriza abierta, se armó de un garrote para reprender y devolver al animal a su sitio de cría. El administrador, un campesino curtido en las labores del campo, lo contuvo gritándole: “¡Déjate de ir a maltratar ese animal!… ¿Acaso no sabes que la mierda de puerco sirve de abono a los árboles?”. Sorprendido, le indagué si había leído la respuesta de García Márquez a un periodista en 1974 que le auscultó su opinión sobre las declaraciones fuertes que Pinochet, el ex dictador Chileno, estaba haciendo contra él, y Gabo, con la frescura que lo caracteriza atinó a decir: “Amigo periodista, si un cerdo se defeca en la base de un roble, no es para alarmarse: sus excrementos se convierten en nutrientes que le sirven para seguir creciendo de manera más robusta”.
El administrador, con simpleza respondió, “Qué va patrón, son ocurrencias mías, yo a duras penas leí la cartilla Charry”. Pues bien, en esta oportunidad cuando en la red, -en un burdo pasquín colgado por un gusano informático-, se me sindica otra vez de “guerrillero”, acudo a la sabiduría de Leandro, al talento de García Márquez y al virtuosismo empírico del administrador de la granja, para transformar las cacas de ese gusano en seda bendita que me cubra y haga inmune a sus perversas intenciones. Provengo de un hogar humilde pero digno.
Las principales lecciones que recibí de mis hermanos mayores fueron precisamente, humildad, trabajo honesto, tolerancia, solidaridad, sacrificio, amor al prójimo y temor de Dios. Jamás, tuve como ejemplo el sicariato, el terrorismo o las actividades delincuenciales.
El gusano, justifica su furiosa arremetida al culparme a mí y  a otro profesor de la autoría de un anónimo que lo más probable es que él mismo lo haya filtrado en la red para pretextar la agresión. Al respecto quiero dejar establecido que mi escenario natural es la luz: O como dijera un amigo claridoso: ¡detesto la oscuridad hasta para hacer el amor!  Lo que digo, lo hago de frente y lo que escribo, lo refrendo con mi firma. Eso sí, con argumentos. Para poner punto final a este desagradable episodio, tomaré prestadas -otra vez-, las palabras de Gabo, el 5 de abril de 1981, cuando el gobierno Turbay también lo acusó de guerrillero: De modo que todo este ingrato incidente queda planteado en definitiva como una confrontación de credibilidades. De un lado está una administración arrogante, resquebrajada y sin rumbo, respaldada por un funcionario demente cuyo raro destino desde hace muchos años es jugárselas todas por rectores que detesta. Del otro lado estoy yo, con mis amigos incontables, preparándome para iniciar una vejez inmerecida pero meritoria. La opinión pública no tiene más que una alternativa: a quien creerle. Yo, con mi paciencia sin término, no tengo ninguna prisa por su decisión. Espero.

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