El segundo: Amar a otros, es el resultado del amor a Dios. En su presencia me preparo para servir mejor a mis semejantes. Recuerda: ¡Primero, lo primero! Abrazos y bendiciones en Cristo.
“Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente. Este es el primero y grande mandamiento. Y el segundo es semejante: amarás a tu prójimo como a ti mismo”. San Mateo 22,37-39.
En estos tiempos de convulsión y reacomodos, es necesario que mantengamos las cosas primeras en primer lugar. Jesús estableció que lo más grande y fundamental era amar a Dios con todo nuestro ser. Así que, la intimidad con Dios debe ser nuestra prioridad. El segundo, amar al prójimo, se refiere a nuestras relaciones interpersonales, labor, trabajo o ministerio, tiene que ver con las personas.
Observo que hay un orden de prioridades que no debemos violar. Nuestro amor por Dios debe tener especial atención para funcionar en plenitud espiritual y ejecutar así el segundo mandamiento.
Pero, cuando las prioridades se invierten, nos agotamos por la carga en el trato con las personas. La única manera de evitar un colapso es seguir el diseño original y volvernos al primer amor.
La amistad y compañerismo con Dios debe tener la prioridad máxima en nuestras agendas. Cultivar la intimidad con Dios requiere tiempo y dedicación; no se puede lograr huyendo cada mañana hacia el trabajo o la ocupación. Hay que hacer un alto, detenerse y disfrutar de su presencia. Las respuestas de Dios para nosotros son abundantes cuando le damos nuestra mejor y más temprana energía.
Aconsejo, antes de salir hacia la aventura del trabajo, dedicar un tiempo para estar en la presencia de Dios en oración, meditar en algún texto bíblico que estemos leyendo o estudiando y dejar que Dios hable al corazón.
Queridos lectores: Todos tenemos habilidades, capacidades y talentos. Todos anhelamos ser solventes y exitosos en la labor que desempeñemos; pero, cuando no ponemos a Dios en primer lugar, eso mismo que perseguimos con ahínco nos cansa y fastidia, trayendo en ocasiones, frustración porque el trabajo se vuelve seco, polvoriento, sin vida y excesivamente arduo. En ocasiones, las circunstancias se saldrán del cauce, las tareas crecerán vertiginosamente, las exigencias escalarán lo más alto para evitar que no busquemos con ansias. Aquello que antes nos daba energía y estímulo, ahora se vuelve aburrido y sin deleite.
De cara a la indiferencia de la comunidad de Éfeso, pese a su éxito laboral, el Señor los llama de vuelta a su primer amor. David, dijo: “Una cosa le pido al Señor, y es lo único que persigo: Habitar en la casa del Señor todos los días de mi vida, para contemplar su hermosura y recrearme en su Templo”. Pablo, siguió buscando la respuesta a su llamamiento espiritual. María, la de Betania, descubrió que solo una cosa era necesaria, la cual nadie le quitaría y era sentarse a los pies de Jesús y oír sus palabras.
¿Qué sabían los de Éfeso, David, Pablo y María de Betania que nosotros estemos olvidando? ¡Es el primer mandamiento en primer lugar! La búsqueda de una relación de amor con nuestro Señor. La decisión de amarlo en primer lugar, traerá plenitud y gozo; Nos hará sentir triunfadores, estabilizados por el poder de una vida interior con Dios, en lugar de estar sacudido por las vicisitudes de los altibajos de la economía o la política.
El segundo: Amar a otros, es el resultado del amor a Dios. En su presencia me preparo para servir mejor a mis semejantes. Recuerda: ¡Primero, lo primero! Abrazos y bendiciones en Cristo.
El segundo: Amar a otros, es el resultado del amor a Dios. En su presencia me preparo para servir mejor a mis semejantes. Recuerda: ¡Primero, lo primero! Abrazos y bendiciones en Cristo.
“Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente. Este es el primero y grande mandamiento. Y el segundo es semejante: amarás a tu prójimo como a ti mismo”. San Mateo 22,37-39.
En estos tiempos de convulsión y reacomodos, es necesario que mantengamos las cosas primeras en primer lugar. Jesús estableció que lo más grande y fundamental era amar a Dios con todo nuestro ser. Así que, la intimidad con Dios debe ser nuestra prioridad. El segundo, amar al prójimo, se refiere a nuestras relaciones interpersonales, labor, trabajo o ministerio, tiene que ver con las personas.
Observo que hay un orden de prioridades que no debemos violar. Nuestro amor por Dios debe tener especial atención para funcionar en plenitud espiritual y ejecutar así el segundo mandamiento.
Pero, cuando las prioridades se invierten, nos agotamos por la carga en el trato con las personas. La única manera de evitar un colapso es seguir el diseño original y volvernos al primer amor.
La amistad y compañerismo con Dios debe tener la prioridad máxima en nuestras agendas. Cultivar la intimidad con Dios requiere tiempo y dedicación; no se puede lograr huyendo cada mañana hacia el trabajo o la ocupación. Hay que hacer un alto, detenerse y disfrutar de su presencia. Las respuestas de Dios para nosotros son abundantes cuando le damos nuestra mejor y más temprana energía.
Aconsejo, antes de salir hacia la aventura del trabajo, dedicar un tiempo para estar en la presencia de Dios en oración, meditar en algún texto bíblico que estemos leyendo o estudiando y dejar que Dios hable al corazón.
Queridos lectores: Todos tenemos habilidades, capacidades y talentos. Todos anhelamos ser solventes y exitosos en la labor que desempeñemos; pero, cuando no ponemos a Dios en primer lugar, eso mismo que perseguimos con ahínco nos cansa y fastidia, trayendo en ocasiones, frustración porque el trabajo se vuelve seco, polvoriento, sin vida y excesivamente arduo. En ocasiones, las circunstancias se saldrán del cauce, las tareas crecerán vertiginosamente, las exigencias escalarán lo más alto para evitar que no busquemos con ansias. Aquello que antes nos daba energía y estímulo, ahora se vuelve aburrido y sin deleite.
De cara a la indiferencia de la comunidad de Éfeso, pese a su éxito laboral, el Señor los llama de vuelta a su primer amor. David, dijo: “Una cosa le pido al Señor, y es lo único que persigo: Habitar en la casa del Señor todos los días de mi vida, para contemplar su hermosura y recrearme en su Templo”. Pablo, siguió buscando la respuesta a su llamamiento espiritual. María, la de Betania, descubrió que solo una cosa era necesaria, la cual nadie le quitaría y era sentarse a los pies de Jesús y oír sus palabras.
¿Qué sabían los de Éfeso, David, Pablo y María de Betania que nosotros estemos olvidando? ¡Es el primer mandamiento en primer lugar! La búsqueda de una relación de amor con nuestro Señor. La decisión de amarlo en primer lugar, traerá plenitud y gozo; Nos hará sentir triunfadores, estabilizados por el poder de una vida interior con Dios, en lugar de estar sacudido por las vicisitudes de los altibajos de la economía o la política.
El segundo: Amar a otros, es el resultado del amor a Dios. En su presencia me preparo para servir mejor a mis semejantes. Recuerda: ¡Primero, lo primero! Abrazos y bendiciones en Cristo.