Tenemos necesidades, sí, es cierto, pero cuando dichas necesidades nos llevan a tomar decisiones que traen caos a nuestra vida, debemos comprender que tenemos un problema a la hora de actuar, y elegir lo mejor para nosotros. Aquí no voy a hablar de personas con hambre por pobreza económica, no, voy a hablar de hambre por pobreza mental; la que tiene la persona enferma, con impulso por comer comida chatarra, teniendo muchas frutas y verduras en su nevera, o la del hombre con el impulso de salir con su secretaria, teniendo su esposa en casa esperándolo.
En sí, es una desesperación por arruinarse la vida, disfrazada con el deseo de satisfacer una necesidad. Es por ello, que las necesidades, los vacíos y los miedos, se deben trabajar, para no vivir con hambre, y tomar malas decisiones.
Cuando una persona tiene mucha hambre, no se espera un buen almuerzo, no escoge con sabiduría los alimentos a la hora de hacer mercado, no se contiene ante la comida rápida, y así como ocurre con la comida, ocurre con la pareja, el trabajo, los negocios, y cualquier otra elección que vayas a tomar. Existe el hambre por atención, afecto, aprobación, reconocimiento social, y todos ellos, si no los sabemos manejar, nos pueden llevar a un atracón de malas decisiones, por no saber esperar, a causa de la ansiedad que produce, el sentir que no tenemos, aquello que necesitamos.
Tener hambre es ir de prisa sin ver las señales, es contemplar un empaque sin leer en detalle el contenido y sus contraindicaciones, así como una mujer que sufrió abandono en su infancia, y confunde un hombre controlador y lleno de adicciones, con el padre proveedor y atento, que no conoció, y por ende, no sabe reconocer.
Los vacíos, los miedos, la inseguridad y la presión social, en muchas ocasiones, no nos permiten decir no; aprender a poner límites o alejarnos a tiempo, es una forma asertiva de asegurar que aquello que vamos a recibir, es porque nos va realmente a satisfacer, y, no va a hacer un roto más grande, del que ya tenemos. En ocasiones, cuando se tiene mucha hambre por dinero, o por sentir que se tiene un poco de suerte, nos llenamos de emoción ante estafas disfrazadas de ofertas o concursos, por cometer el error de no esperar, corroborar información y ser precavidos. Lo mismo ocurre ante la compra de carros y casas, tipo ganga, donde sentimos que debemos aprovechar una gran promoción.
Controlar el hambre es sinónimo de sabiduría, de reconocer y valorar lo bueno y esperar por ello. Pero para lograrlo, es importante sanar, de lo contrario, veremos todo disfrazado, y confundiremos un acosador, con un hombre apasionado, o una manipuladora, con una mujer vulnerable. Así como el hambre eclipsa nuestra mente, mientras nuestro estómago grita comida, los vacíos eclipsan nuestro buen juicio, mientras nuestro ego, busca complacencia.
Cuando tenemos mucha hambre, no logramos escuchar nuestro cuerpo y darle lo que necesita, puede estar deshidratado, necesitar proteína, o simplemente reposo, pero terminamos no sólo negándole lo que pide, sino enfermándolo un poco más. Lo mismo ocurre con nuestras heridas de la infancia, que nos llevan a ser frágiles, vulnerables, inseguros y permisivos, cediendo ante lo nocivo, y enfermando un poco más, nuestra salud mental o nuestra economía.
Controlar el hambre, es no terminar con la indigestión de una mala relación, el cáncer de un contrato que nunca se ejecutó, o la gastritis por una persona intensa, que no conoce de límites, ya que durante su infancia, todo se le permitió.
Por: María Angélica Vega Aroca.
Psicóloga












