El popular verso del Pilón que abre el Festival de la Leyenda Vallenata parece inclinar la balanza hacia los dueños de la casa. Sin embargo, la realidad parece mostrar otra cosa. Porque buena parte de los vallenatos ve en las festividades una oportunidad de emprendimiento pensando en los que vienen de afuera. Otra, está más interesada en los megaconciertos y casetas animados con cantantes foráneos que en la caja, la guacharaca y el acordeón. Estas dos versiones podrían complementarse, o terminar en una relación tóxica. Pienso que hay más de esto último.
En innumerables ocasiones he seguido el Festival Vallenato a través de las transmisiones de Telecaribe y, más recientemente, de los en vivo de Youtube. Esta vez tuve la oportunidad por primera vez de participar en él en vivo y en directo. Estaba preparado para la apoteosis, pero me quedé en la confusión.
Para empezar con el final, los momentos de coronación se anuncian como el plato fuerte de todo el evento. Son las imágenes que van a recorrer el mundo a través de los medios. En la realidad, pasan casi como actuaciones tras bambalinas, más propias de teloneros frente a lo que la mayoría de los asistentes verdaderamente espera: los artistas invitados.
Tomemos un solo ejemplo: el sábado 3 de mayo era la culminación del certamen mayor, el del rey vallenato profesional. También se conocería el nombre del ganador de la canción inédita. Eventos que iniciaron casi a las siete de la noche, cuando los palcos estaban prácticamente vacíos y las graderías iban por menos de la mitad de su aforo.
En consecuencia, las primeras presentaciones no sólo tuvieron muy escaso público, sino que desde las graderías resultaba casi imposible seguirlas por la cantidad de vendedores que ofrecían sus productos a grito herido: licores, picadas, empanadas, detoditos y hasta pizzas. Sólo los últimos participantes obtuvieron algo de la atención de los espectadores, especialmente porque ya se sabía que habría guerra de puyas entre dos de ellos. Las dinastías versus los que gozan del respaldo del pueblo. Algo que endulza las festividades desde los tiempos de Colacho Mendoza o Luis Enrique Martínez.
El anuncio del ganador se hizo prácticamente a oscuras, pues el escenario se preparaba para la presentación de Gilberto Santarrosa. Atropelladamente se dio el aviso de los tres vencedores, y se llamó a alguien de la Junta Directiva del Festival para que llevara la corona hasta el ungido, entre tímidos aplausos, rechiflas y uno que otro grito altisonante. Ni un reflector: una rápida declaración del ganador y fin de la historia. O comienzo. Pues ahora sí, con casa llena, venía lo que parecía pagar la boleta y asegurar la madrugada.
¿Es necesario describir en detalle la noche anterior, en que se presentaba Silvestre Dangond en el mismo escenario, minutos después de anunciar el nombre de la muy joven ganadora de la corona a mejor intérprete mayor femenina? Basta googlear un poco para cotejar que su elección recibió más aplausos en la ciudad de Santa Marta, en donde reside y ha hecho carrera.
Es verdad que las eliminatorias son a otro cantar. En lo que a mí concierne, las tarimas del parque de Los Algarrobillos fueron una excepcional oportunidad para escuchar con públicos respetuosos y expertos las competencias de aficionados, mujeres y piqueria. Y creía responder al mismo impulso cuando vi la Plaza Alfonso López rebosar de público para las semifinales de profesionales. Salvo que en ese caso la verdad era otra: mientras quienes tuvieron acceso a la plaza escuchaban emocionados y sin problema, todas las carpas y locales del perímetro inmediato tenían su propia música, haciéndole competencia a la tarima central como si fuera su enemiga.
Pensarán entonces que todo fue decepción, pero no. El dinamismo de Expoferia me atrapó, no solo porque le da vida a un centro comercial con muchísimos locales vacíos en tiempos normales, sino porque muestra la variedad de posibles emprendimientos que emergen del territorio. Aun cuando no soy amigo de las cabalgatas, especialmente si no cuentan con las medidas de seguridad mínimas para infantes y equinos, ésta me pareció vivaz y relativamente organizada. Así los fans de Paola Jara se hayan quedado con los crespos hechos. Y hasta los jeeps que salieron bajo torrencial diluvio se merecen las palmas por combatir la adversidad con alegría.
Destaco igual un evento de la Casa de la Cultura, dedicado a la necesaria ruta de formalización laboral de los gestores culturales. Más allá de los oportunos anuncios realizados durante el mismo por los ministros del Trabajo y Cultura, por la oportunidad de escuchar las excepcionales intervenciones de la Banda Sinfónica de Valledupar, de un dúo espontáneo de una cantante y su acordeonera, y de la reina del Evafe 2023. Así como la ovación merecida que se le dio a la impulsora incasable de este festival femenino, Sandra Arregocés.
Capítulo especial lo tienen, sin embargo, las piloneras. Soy parcial: desfilé orgulloso en uno de los grupos de mayores. Pero no se necesita mucho para reconocer que es una tradición que se afianza y crece. Con un público fiel que no se cansa de la misma canción, ya que en cada comparsa encuentra un toque original y una coreografía novedosa.
Moraleja: ahora me alineo con esa voz popular que insiste en que las competencias de acordeón regresen integralmente a las plazas en forma gratuita. Todas. Y que se mantenga la calle para los desfiles, así como la feria de los comerciantes y gestores culturales. Los conciertos y casetas tienen su propio público, que es masivo y entusiasta, y deja buenas ganancias. Pero al que parece aburrirle la tradición que el Festival proclama. Y en todo caso, aprendí que existe un género de vallenato al que llaman salchipapa, lo que me hace sentir un poco menos foráneo.
Camilo Borrero García
Vicerrector Sede La Paz
Universidad Nacional de Colombia











