La historia de un músico que las circunstancias de la vida lo llevaron a tomar las armas, pero que a pesar de ello nunca ha soltado su guitarra, con la que canta y compone canciones vallenatas.
Las municiones de su arma no se agotan, por lo menos no mientras la mantiene empuñada; no hay roce de gatillo, solo clavijas ajustadas con toques suaves de las yemas de los dedos sobre las cuerdas de un instrumento del que brotan rápidas, lentas y cadenciosas ráfagas de sentimiento que tienen el poder de alegrar o entristecer almas, de enamorar y despertar emociones escondidas.
De los conciertos en plazas públicas pasó a los cambuches y campamentos guerrilleros. Desde hace más de tres décadas su público es diferente, pero las letras de sus canciones no han cambiado mucho, pues desde que era un muchacho cantor mostró que era un revolucionario, que al sentirse perseguido por el Estado recurrió a las armas.
“Este es mi fusil de toda la vida”, dijo el guerrillero mientras golpeteaba el madero de su guitarra en una jornada pedagógica con universitarios en Tierra Grata, vereda del corregimiento de San José de Oriente, jurisdicción del municipio de La Paz, Cesar, ubicada a 45 minutos por carretera de la capital mundial del vallenato, Valledupar.
La música complementa cada uno de sus discursos, habla cinco minutos y como por inercia tararea la estrofa de alguna canción que tenga que ver con el tema que está tratando. Las melodías revolotean en su cabeza y esa pasión por la música le ha permitido llegar más fácil a quienes escuchan sus discursos socialistas, conversatorios que terminan en una especie de parranda vallenata.
En 1985 este hombre cumplió uno de sus sueños, participar en el Festival de la Leyenda Vallenata, categoría de canción inédita. Bajó de la Sierra Nevada de Santa Marta, donde se refugiaba como integrante del frente 41 de las Fuerzas Revolucionarias de Colombia, Farc.
En ese entonces, la guerra tenía una tregua gracias a los acuerdos de paz entre el Gobierno y la guerrilla, en La Uribe, Meta.
“Se estaba conformado la Unión Patriótica. Yo bajo a hacer parte de ese nuevo grupo político, que era la Unión Patriótica, que era la organización con la que las Farc se iban a ir convirtiendo en un movimiento político. Esto de convertirse en movimiento político no es nuevo y yo bajé precisamente en un mes de abril, mes de Festival Vallenato”, cuenta el guerrillero que en las Farc adoptó el nombre de su gran amigo, cantante y médico Julián Conrado David, oriundo de Sevilla, Magdalena, asesinado a tiros el domingo 23 de octubre de 1983, mientras prestaba servicios de salud en San Carlos, Antioquia.
Su verdadero nombre es Guillermo Enrique Torres Cuéter, quien al llegar a competir en Valledupar se tenía confianza para participar en el Festival Vallenato, creía que podía ganar con los mensajes profundos de sus letras.
“Quiero, en vez de un fusil, en mis manos llevar una flor
Sé lo terrible que es la guerra para la humanidad
Soy un hombre que lucha pensando en sembrar un amor
Precisamente, soy guerrillero porque amo la paz, porque amo la paz, porque amo la paz”.
Este es el coro de ‘Mensaje Fariano’, canción en ritmo de paseo con la que Torres Cuéter pasó la primera etapa de selección y pudo interpretar el tema en vivo ante el jurado calificador en el Teatro Cesar, ubicado a pocos metros de la Plaza Alfonso López.
Compitió utilizando un segundo alias, ‘El Ángel de la Paz’, pero no era propiamente para ocultar su identidad guerrillera, sí ya la canción revelaba sus ideales, sino que todos los compositores de la época utilizaban un seudónimo para el concurso con el fin de evitar suspicacias en la elección de los ganadores, puesto que en Canción Inédita había compositores de renombre.
Guillermo Torres no era un desconocido en el ámbito musical, ya el mejor acordeonero de la historia de los festivales vallenatos, Alfredo Gutiérrez Vital le había grabado dos canciones en el año 1975; una se llama ‘Mis Canciones’ y la otra ‘Recuerdo de un Romance’, incluidas en el álbum Romance Vallenato, bajo el sello de Discos Fuentes.
Este artista, que quedó atrapado en un camuflado, también incursionó en el mercado musical como cantante; grabó en 1978 con el acordeonero cartagenero Mariano Pérez, producción musical en la que incluyó dos canciones de su autoría: el pasebol ‘Tristeza sobre Tristeza’ y el merengue ‘El Chonchito Altanero’.
Sin embargo, perdió esa batalla folclórica con reconocidos compositores que también tenían mensajes protesta en sus canciones, pero menos radicales, como Hernando Marín, Santander Durán y Emiliano Zuleta Díaz, este último ganador con el paseo ‘Mi acordeón’.
Aunque al año siguiente quiso volver al concurso más importante de la música vallenata, no ha pudo; la tregua se acabó, Guillermo volvió a convertirse en ‘Julián Conrado’, con un fusil que todavía no logra acomodar en el regazo que desde niño ha reservado para tocar la guitarra.
“Después volví a escuchar el festival con un radiecito que yo tenía; un festival donde Emilianito Zuleta cantó una canción que se llama ‘Mi pobre valle’ (1997), creo que se llama, y ganó el festival, que dice: -Ya no se puede cantar por la calle como anteriormente se hacía, desde cualquier parte un disparo te sale”. Al escucharla le hizo una canción a esa canción.
“Muy enguayabado me encontraba en mi caleta (caleta es donde duermen los guerrilleros)
Con un radiecito escuchando el festival, una botella hombe tuve que destapar para brindar por Emilianito Zuleta. Lo escuché emocionando cantando por la paz y a mí que estoy aquí con fusil aquí en la tierra Yo que sí sé lo que se sufre en esta guerra, esa canción me llega de verdad a verdad”.
Canta al rememorar la composición que llamó ‘Compae Emiliano’.
Las primeras inspiraciones de Guillermo llegaron por cuenta de la corrupción, cuando uno de los alcaldes de Turbaco, Bolívar, su pueblo natal, quedó involucrado en la pérdida de una volqueta que se supone era para el beneficio del municipio.
“En mi pueblo el alcalde compró una volqueta, nuevecita, era un volteo verde oscuro y la tenía para pasear. De la noche a la mañana se perdió la volqueta y yo hice unos versos, la canción se llama ‘La Volqueta’ y dice:
Para el pueblo de Turbaco una volqueta compraron
hace tiempo no la veo porque ya se la robaron
según cuentan que el alcalde la tenía para pasear
que el mismo se la robó cuando lo iban a botar”.
Se atrevió a cantar las polémicas estrofas en el camellón de Turbaco, frente a la iglesia, donde se reúne todo el pueblo a pasear los domingos.
“Se robaron la volqueta, ay carajo Se robaron la volqueta, ay carajo Si la vuelven a comprar, se la vuelven a robar”.
Este estribillo, cuenta que lo coreaba su público, pero la presentación terminó al ser detenido por la Policía que le propinó la primera paliza por su singular protesta social.
“Ahí, yo, por primera vez, entendí una palabra que en la escuela no era posible que yo la entendiera en clases de cívica, Estado. Yo no sabía qué significaba la palabra Estado; me lo explicaban de una forma, de la otra, y nunca me pudo entrar, pero cuando a mí me pegaron los primeros culatazos, las primeras patadas, por esa canción, que me dijeron: -Es que nosotros somos los agentes del Estado. Yo entendí que era el Estado. Ahí empecé a tener problemas”.
Con 62 años de edad, ve en el actual proceso de paz del Gobierno y las Farc que retorna su esperanza, la cual había sido desplazada por la guerra, ahora más inclinada hacia la vida artística que a la política.
Lleva la música en la sangre; su padre era músico, paisano del bolerista Sofronin Martínez, por lo que asegura: “En mi pueblo la gente habla como si estuviera cantando y camina como si fuera bailando. O sea, creo que allá todo el mundo canta y todo el mundo baila”.
Desde muy joven demostró sus dotes musicales y al tiempo empezó a conocer la revolución que lo alejó del sueño de ser un artista reconocido. Recuerda que su vida dio un giro de 180 grados, luego del álbum ‘El nuevo rey sabanero’, con la canción ‘Cochinito Altanero’.
“Es una canción donde me mofo, de pronto, del Gobierno de esa época, que creo era el de Turbay Ayala, pero en la casa disquera ni se dieron cuenta de qué se trataba; yo la grabé porque he hecho mis canciones románticas pero también hago como cantor del pueblo canciones que reflejan el deseo del pueblo, el sentir del pueblo, la tristeza del pueblo, la alegría del pueblo y tú sabes que el pueblo colombiano es de grandes alegrías pero también de grandes sufrimientos”. Así resumió el estilo de sus composiciones, el cual empezó a opacarse porque las emisoras y las disqueras no querían sonar esas canciones de protesta social.
Pese a la censura, siguió cantando en diferentes poblaciones de la región, donde se encontraba con otros cantautores y acordeoneros vallenatos, como Máximo Jiménez, un monteriano que con sus letras cuestionaba la opresión a los menos favorecidos por las políticas de los gobiernos de turno.
Aunque afirma que no lo pueden acusar de asesinatos, emboscadas u otros delitos atroces, registrados durante el conflicto armado, porque su labor solo ha sido la de un cantor militante de las Farc, la Fiscalía le abrió procesos por reclutamiento de menores, desplazamiento forzado, reclutamiento de menores y narcotráfico.
Por esos procesos judiciales fue capturado el 31 de mayo de 2011 en Venezuela, donde estuvo prisionero por casi tres años. Volvió a ser libre por el indulto que le otorgó el Gobierno colombiano en el marco de las negociaciones de paz en La Habana.
“El 26 de diciembre de 2013, el viceministro de Asuntos Multilaterales y Encargado de las funciones del despacho de la ministra de Relaciones Exteriores de la República de Colombia, Carlos Arturo Morales López, mediante Nota Verbal DM.DIAJI N° 2845 comunicó a la cancillería venezolana la decisión de la república colombiana de “retirar y cancelar, con carácter inmediato, las solicitudes de extradición presentadas respecto del señor Guillermo Enrique Torres Cuéter, alias Julián Conrado”, indicó el tribunal que le permitió salir de ‘La Carraca’, cárcel de Caracas, el 9 de enero de 2014.
Guillermo o Julián, el cantor de las Farc, como lo llaman algunos, es uno de los 200 guerrilleros que actualmente están ubicados en la zona veredal de Tierra Grata, donde sigue cantando, componiendo y esperando que los acuerdos de paz puedan cumplirse a cabalidad, que la guerrilla deje las armas, pase de ser un grupo subversivo a una organización política con garantías para no correr la misma suerte que la Unión Patriótica.
Él no se reconoce como miembro de la cúpula de las Farc, se describe como un cantor del pueblo, pero es innegable su cercanía al Estado Mayor del grupo guerrillero. En 1989 grabó su primer disco de música fariana con ‘Lucas Iguarán’ y ‘Cristian Pérez’, los otros compositores de las Farc, con quienes años después, en San Vicente del Caguán, serían los encargados de amenizar cuanto encuentro con el Gobierno se realizara.
“Yo para hacer una canción no necesito ser comandante de escuadra ni ser comandante de guerrilla, ni miembro de Estado Mayor del Secretariado, la canción me sale es del alma, no me sale de un grado, no me sale de una charretera”, concluye.
¿Qué hubiese pasado si Guillermo no fuera guerrillero? ¿Qué hubiese pasado si otros de los reconocidos cantautores hubiesen tomado el camino de Guillermo? ¿Qué hubiese pasado si no hubiera guerra en Colombia?, ¿habría más artistas, menos talentos escondidos en el monte? Son interrogantes que se ciernen sobre el protagonista de esta historia, un combatiente que no puede retroceder el tiempo, que solo le queda su canto como principal arma para seguir promoviendo la anhelada paz y así dejar su radiecito a un lado para concursar otra vez en el Festival de la Leyenda Vallenata.
Martín Mendoza / EL PILÓN.
La historia de un músico que las circunstancias de la vida lo llevaron a tomar las armas, pero que a pesar de ello nunca ha soltado su guitarra, con la que canta y compone canciones vallenatas.
Las municiones de su arma no se agotan, por lo menos no mientras la mantiene empuñada; no hay roce de gatillo, solo clavijas ajustadas con toques suaves de las yemas de los dedos sobre las cuerdas de un instrumento del que brotan rápidas, lentas y cadenciosas ráfagas de sentimiento que tienen el poder de alegrar o entristecer almas, de enamorar y despertar emociones escondidas.
De los conciertos en plazas públicas pasó a los cambuches y campamentos guerrilleros. Desde hace más de tres décadas su público es diferente, pero las letras de sus canciones no han cambiado mucho, pues desde que era un muchacho cantor mostró que era un revolucionario, que al sentirse perseguido por el Estado recurrió a las armas.
“Este es mi fusil de toda la vida”, dijo el guerrillero mientras golpeteaba el madero de su guitarra en una jornada pedagógica con universitarios en Tierra Grata, vereda del corregimiento de San José de Oriente, jurisdicción del municipio de La Paz, Cesar, ubicada a 45 minutos por carretera de la capital mundial del vallenato, Valledupar.
La música complementa cada uno de sus discursos, habla cinco minutos y como por inercia tararea la estrofa de alguna canción que tenga que ver con el tema que está tratando. Las melodías revolotean en su cabeza y esa pasión por la música le ha permitido llegar más fácil a quienes escuchan sus discursos socialistas, conversatorios que terminan en una especie de parranda vallenata.
En 1985 este hombre cumplió uno de sus sueños, participar en el Festival de la Leyenda Vallenata, categoría de canción inédita. Bajó de la Sierra Nevada de Santa Marta, donde se refugiaba como integrante del frente 41 de las Fuerzas Revolucionarias de Colombia, Farc.
En ese entonces, la guerra tenía una tregua gracias a los acuerdos de paz entre el Gobierno y la guerrilla, en La Uribe, Meta.
“Se estaba conformado la Unión Patriótica. Yo bajo a hacer parte de ese nuevo grupo político, que era la Unión Patriótica, que era la organización con la que las Farc se iban a ir convirtiendo en un movimiento político. Esto de convertirse en movimiento político no es nuevo y yo bajé precisamente en un mes de abril, mes de Festival Vallenato”, cuenta el guerrillero que en las Farc adoptó el nombre de su gran amigo, cantante y médico Julián Conrado David, oriundo de Sevilla, Magdalena, asesinado a tiros el domingo 23 de octubre de 1983, mientras prestaba servicios de salud en San Carlos, Antioquia.
Su verdadero nombre es Guillermo Enrique Torres Cuéter, quien al llegar a competir en Valledupar se tenía confianza para participar en el Festival Vallenato, creía que podía ganar con los mensajes profundos de sus letras.
“Quiero, en vez de un fusil, en mis manos llevar una flor
Sé lo terrible que es la guerra para la humanidad
Soy un hombre que lucha pensando en sembrar un amor
Precisamente, soy guerrillero porque amo la paz, porque amo la paz, porque amo la paz”.
Este es el coro de ‘Mensaje Fariano’, canción en ritmo de paseo con la que Torres Cuéter pasó la primera etapa de selección y pudo interpretar el tema en vivo ante el jurado calificador en el Teatro Cesar, ubicado a pocos metros de la Plaza Alfonso López.
Compitió utilizando un segundo alias, ‘El Ángel de la Paz’, pero no era propiamente para ocultar su identidad guerrillera, sí ya la canción revelaba sus ideales, sino que todos los compositores de la época utilizaban un seudónimo para el concurso con el fin de evitar suspicacias en la elección de los ganadores, puesto que en Canción Inédita había compositores de renombre.
Guillermo Torres no era un desconocido en el ámbito musical, ya el mejor acordeonero de la historia de los festivales vallenatos, Alfredo Gutiérrez Vital le había grabado dos canciones en el año 1975; una se llama ‘Mis Canciones’ y la otra ‘Recuerdo de un Romance’, incluidas en el álbum Romance Vallenato, bajo el sello de Discos Fuentes.
Este artista, que quedó atrapado en un camuflado, también incursionó en el mercado musical como cantante; grabó en 1978 con el acordeonero cartagenero Mariano Pérez, producción musical en la que incluyó dos canciones de su autoría: el pasebol ‘Tristeza sobre Tristeza’ y el merengue ‘El Chonchito Altanero’.
Sin embargo, perdió esa batalla folclórica con reconocidos compositores que también tenían mensajes protesta en sus canciones, pero menos radicales, como Hernando Marín, Santander Durán y Emiliano Zuleta Díaz, este último ganador con el paseo ‘Mi acordeón’.
Aunque al año siguiente quiso volver al concurso más importante de la música vallenata, no ha pudo; la tregua se acabó, Guillermo volvió a convertirse en ‘Julián Conrado’, con un fusil que todavía no logra acomodar en el regazo que desde niño ha reservado para tocar la guitarra.
“Después volví a escuchar el festival con un radiecito que yo tenía; un festival donde Emilianito Zuleta cantó una canción que se llama ‘Mi pobre valle’ (1997), creo que se llama, y ganó el festival, que dice: -Ya no se puede cantar por la calle como anteriormente se hacía, desde cualquier parte un disparo te sale”. Al escucharla le hizo una canción a esa canción.
“Muy enguayabado me encontraba en mi caleta (caleta es donde duermen los guerrilleros)
Con un radiecito escuchando el festival, una botella hombe tuve que destapar para brindar por Emilianito Zuleta. Lo escuché emocionando cantando por la paz y a mí que estoy aquí con fusil aquí en la tierra Yo que sí sé lo que se sufre en esta guerra, esa canción me llega de verdad a verdad”.
Canta al rememorar la composición que llamó ‘Compae Emiliano’.
Las primeras inspiraciones de Guillermo llegaron por cuenta de la corrupción, cuando uno de los alcaldes de Turbaco, Bolívar, su pueblo natal, quedó involucrado en la pérdida de una volqueta que se supone era para el beneficio del municipio.
“En mi pueblo el alcalde compró una volqueta, nuevecita, era un volteo verde oscuro y la tenía para pasear. De la noche a la mañana se perdió la volqueta y yo hice unos versos, la canción se llama ‘La Volqueta’ y dice:
Para el pueblo de Turbaco una volqueta compraron
hace tiempo no la veo porque ya se la robaron
según cuentan que el alcalde la tenía para pasear
que el mismo se la robó cuando lo iban a botar”.
Se atrevió a cantar las polémicas estrofas en el camellón de Turbaco, frente a la iglesia, donde se reúne todo el pueblo a pasear los domingos.
“Se robaron la volqueta, ay carajo Se robaron la volqueta, ay carajo Si la vuelven a comprar, se la vuelven a robar”.
Este estribillo, cuenta que lo coreaba su público, pero la presentación terminó al ser detenido por la Policía que le propinó la primera paliza por su singular protesta social.
“Ahí, yo, por primera vez, entendí una palabra que en la escuela no era posible que yo la entendiera en clases de cívica, Estado. Yo no sabía qué significaba la palabra Estado; me lo explicaban de una forma, de la otra, y nunca me pudo entrar, pero cuando a mí me pegaron los primeros culatazos, las primeras patadas, por esa canción, que me dijeron: -Es que nosotros somos los agentes del Estado. Yo entendí que era el Estado. Ahí empecé a tener problemas”.
Con 62 años de edad, ve en el actual proceso de paz del Gobierno y las Farc que retorna su esperanza, la cual había sido desplazada por la guerra, ahora más inclinada hacia la vida artística que a la política.
Lleva la música en la sangre; su padre era músico, paisano del bolerista Sofronin Martínez, por lo que asegura: “En mi pueblo la gente habla como si estuviera cantando y camina como si fuera bailando. O sea, creo que allá todo el mundo canta y todo el mundo baila”.
Desde muy joven demostró sus dotes musicales y al tiempo empezó a conocer la revolución que lo alejó del sueño de ser un artista reconocido. Recuerda que su vida dio un giro de 180 grados, luego del álbum ‘El nuevo rey sabanero’, con la canción ‘Cochinito Altanero’.
“Es una canción donde me mofo, de pronto, del Gobierno de esa época, que creo era el de Turbay Ayala, pero en la casa disquera ni se dieron cuenta de qué se trataba; yo la grabé porque he hecho mis canciones románticas pero también hago como cantor del pueblo canciones que reflejan el deseo del pueblo, el sentir del pueblo, la tristeza del pueblo, la alegría del pueblo y tú sabes que el pueblo colombiano es de grandes alegrías pero también de grandes sufrimientos”. Así resumió el estilo de sus composiciones, el cual empezó a opacarse porque las emisoras y las disqueras no querían sonar esas canciones de protesta social.
Pese a la censura, siguió cantando en diferentes poblaciones de la región, donde se encontraba con otros cantautores y acordeoneros vallenatos, como Máximo Jiménez, un monteriano que con sus letras cuestionaba la opresión a los menos favorecidos por las políticas de los gobiernos de turno.
Aunque afirma que no lo pueden acusar de asesinatos, emboscadas u otros delitos atroces, registrados durante el conflicto armado, porque su labor solo ha sido la de un cantor militante de las Farc, la Fiscalía le abrió procesos por reclutamiento de menores, desplazamiento forzado, reclutamiento de menores y narcotráfico.
Por esos procesos judiciales fue capturado el 31 de mayo de 2011 en Venezuela, donde estuvo prisionero por casi tres años. Volvió a ser libre por el indulto que le otorgó el Gobierno colombiano en el marco de las negociaciones de paz en La Habana.
“El 26 de diciembre de 2013, el viceministro de Asuntos Multilaterales y Encargado de las funciones del despacho de la ministra de Relaciones Exteriores de la República de Colombia, Carlos Arturo Morales López, mediante Nota Verbal DM.DIAJI N° 2845 comunicó a la cancillería venezolana la decisión de la república colombiana de “retirar y cancelar, con carácter inmediato, las solicitudes de extradición presentadas respecto del señor Guillermo Enrique Torres Cuéter, alias Julián Conrado”, indicó el tribunal que le permitió salir de ‘La Carraca’, cárcel de Caracas, el 9 de enero de 2014.
Guillermo o Julián, el cantor de las Farc, como lo llaman algunos, es uno de los 200 guerrilleros que actualmente están ubicados en la zona veredal de Tierra Grata, donde sigue cantando, componiendo y esperando que los acuerdos de paz puedan cumplirse a cabalidad, que la guerrilla deje las armas, pase de ser un grupo subversivo a una organización política con garantías para no correr la misma suerte que la Unión Patriótica.
Él no se reconoce como miembro de la cúpula de las Farc, se describe como un cantor del pueblo, pero es innegable su cercanía al Estado Mayor del grupo guerrillero. En 1989 grabó su primer disco de música fariana con ‘Lucas Iguarán’ y ‘Cristian Pérez’, los otros compositores de las Farc, con quienes años después, en San Vicente del Caguán, serían los encargados de amenizar cuanto encuentro con el Gobierno se realizara.
“Yo para hacer una canción no necesito ser comandante de escuadra ni ser comandante de guerrilla, ni miembro de Estado Mayor del Secretariado, la canción me sale es del alma, no me sale de un grado, no me sale de una charretera”, concluye.
¿Qué hubiese pasado si Guillermo no fuera guerrillero? ¿Qué hubiese pasado si otros de los reconocidos cantautores hubiesen tomado el camino de Guillermo? ¿Qué hubiese pasado si no hubiera guerra en Colombia?, ¿habría más artistas, menos talentos escondidos en el monte? Son interrogantes que se ciernen sobre el protagonista de esta historia, un combatiente que no puede retroceder el tiempo, que solo le queda su canto como principal arma para seguir promoviendo la anhelada paz y así dejar su radiecito a un lado para concursar otra vez en el Festival de la Leyenda Vallenata.
Martín Mendoza / EL PILÓN.