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Columnista - 31 diciembre, 2017

2018

Llegó el Año Nuevo, un momento para evaluar nuestras frustraciones y arrepentimientos, pero también para expresar deseos renovados y propósitos optimistas. Una evaluación de lo que le pasó a Colombia en 2017 no cabe quizás en estas líneas, comenzando por las promesas de un posconflicto feliz tras la firma de un acuerdo milagroso; promesas ahogadas […]

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Llegó el Año Nuevo, un momento para evaluar nuestras frustraciones y arrepentimientos, pero también para expresar deseos renovados y propósitos optimistas.

Una evaluación de lo que le pasó a Colombia en 2017 no cabe quizás en estas líneas, comenzando por las promesas de un posconflicto feliz tras la firma de un acuerdo milagroso; promesas ahogadas en un mar de corrupción y violencia, huracanado por los vientos letales del narcotráfico y la erosión de los valores.

Por eso prefiero mirar hacia delante, no solo en el tiempo sino en la transición generacional. Prefiero mirar con optimismo hacia la coyuntura de cambio en 2018, cuando los colombianos, mirando hacia el vecindario, hacia el mundo y a nosotros mismos, volquemos en las urnas nuestra responsabilidad como ciudadanos y decidamos qué país queremos hacia el futuro, a quiénes vamos a llevar al Congreso y a la Casa de Nariño, porque de esa decisión depende la orientación ideológica que moverá las decisiones de un gobierno elegido por nosotros y al cual nos someteremos libremente.

¿Vamos a retomar la senda de libertad y orden que anuncia el escudo patrio, con instituciones democráticas que garanticen la confianza en la ley y en la justicia? ¿Vamos a votar por el derecho a la seguridad integral que permita el disenso e incentive la iniciativa privada y la libre empresa? ¿Vamos a optar por un Estado integro, austero y respetable, que preserve el interés general y promueva la equidad en la distribución de los frutos del desarrollo? Si eso es ser de derecha, me confieso como tal y votaré como tal.

O bien, ¿vamos a derivar hacia la izquierda socialista de la que el mundo se está devolviendo, la que en su versión latinoamericana le hizo tanto daño a este pedazo del mundo durante los últimos 20 años? ¿Vamos a seguir como ejemplo a los regímenes que, bajo su piel de oveja, esconden la conculcación de los derechos fundamentales, sobre todo a la libertad en todas sus formas, a manos de Estados centralistas, opresores y corruptos, que dicen luchar por los más pobres?

Y en medio de tan trascendental decisión también prefiero mirar con confianza hacia las generaciones que nos siguen; prefiero mirar a mis hijos, a la juventud colombiana; prefiero invitarla a que asuma su papel en la historia, como lo hizo –o al menos lo intentó– la nuestra hace 50 años, en ese emblemático 1968 que estremeció al mundo y marcó el comienzo del fin de una guerra abominable como todas.

En el liderazgo de los jóvenes, en su fuerza electoral, descontaminada de politiquería y corrupción; en la decisión informada y masiva de los jóvenes, sin prejuicios ni estigmatizaciones, es donde debemos cifrar las esperanzas por una Colombia más segura, próspera y equitativa.
Por ello, a mis hijos y a los jóvenes de Colombia primero, pero también a todos mis compatriotas, mis mejores deseos para 2018.

Columnista
31 diciembre, 2017

2018

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
José Félix Lafaurie Rivera

Llegó el Año Nuevo, un momento para evaluar nuestras frustraciones y arrepentimientos, pero también para expresar deseos renovados y propósitos optimistas. Una evaluación de lo que le pasó a Colombia en 2017 no cabe quizás en estas líneas, comenzando por las promesas de un posconflicto feliz tras la firma de un acuerdo milagroso; promesas ahogadas […]


Llegó el Año Nuevo, un momento para evaluar nuestras frustraciones y arrepentimientos, pero también para expresar deseos renovados y propósitos optimistas.

Una evaluación de lo que le pasó a Colombia en 2017 no cabe quizás en estas líneas, comenzando por las promesas de un posconflicto feliz tras la firma de un acuerdo milagroso; promesas ahogadas en un mar de corrupción y violencia, huracanado por los vientos letales del narcotráfico y la erosión de los valores.

Por eso prefiero mirar hacia delante, no solo en el tiempo sino en la transición generacional. Prefiero mirar con optimismo hacia la coyuntura de cambio en 2018, cuando los colombianos, mirando hacia el vecindario, hacia el mundo y a nosotros mismos, volquemos en las urnas nuestra responsabilidad como ciudadanos y decidamos qué país queremos hacia el futuro, a quiénes vamos a llevar al Congreso y a la Casa de Nariño, porque de esa decisión depende la orientación ideológica que moverá las decisiones de un gobierno elegido por nosotros y al cual nos someteremos libremente.

¿Vamos a retomar la senda de libertad y orden que anuncia el escudo patrio, con instituciones democráticas que garanticen la confianza en la ley y en la justicia? ¿Vamos a votar por el derecho a la seguridad integral que permita el disenso e incentive la iniciativa privada y la libre empresa? ¿Vamos a optar por un Estado integro, austero y respetable, que preserve el interés general y promueva la equidad en la distribución de los frutos del desarrollo? Si eso es ser de derecha, me confieso como tal y votaré como tal.

O bien, ¿vamos a derivar hacia la izquierda socialista de la que el mundo se está devolviendo, la que en su versión latinoamericana le hizo tanto daño a este pedazo del mundo durante los últimos 20 años? ¿Vamos a seguir como ejemplo a los regímenes que, bajo su piel de oveja, esconden la conculcación de los derechos fundamentales, sobre todo a la libertad en todas sus formas, a manos de Estados centralistas, opresores y corruptos, que dicen luchar por los más pobres?

Y en medio de tan trascendental decisión también prefiero mirar con confianza hacia las generaciones que nos siguen; prefiero mirar a mis hijos, a la juventud colombiana; prefiero invitarla a que asuma su papel en la historia, como lo hizo –o al menos lo intentó– la nuestra hace 50 años, en ese emblemático 1968 que estremeció al mundo y marcó el comienzo del fin de una guerra abominable como todas.

En el liderazgo de los jóvenes, en su fuerza electoral, descontaminada de politiquería y corrupción; en la decisión informada y masiva de los jóvenes, sin prejuicios ni estigmatizaciones, es donde debemos cifrar las esperanzas por una Colombia más segura, próspera y equitativa.
Por ello, a mis hijos y a los jóvenes de Colombia primero, pero también a todos mis compatriotas, mis mejores deseos para 2018.