Hace 42 años partió de la vida el célebre pintor Patillalero dejando muchos recuerdos y haciendo posible que naciera una canción insignia de la música vallenata.
Recuerdo que Jaime Molina cuando estaba borracho ponía esta condición.
Que, si yo moría primero me hacía un retrato
o, si él se moría primero le sacaba un son.
Ahora prefiero esta condición
que él me hiciera el retrato y no sacarle el son.
La canción ‘Elegía a Jaime Molina’ es la muestra fehaciente de la verdadera amistad. Es la radiografía a color del dolor, de la tristeza, de la melancolía y un golpe certero de la vida por la muerte de un amigo bueno y fiel.
Lee también: Mi amistad con el maestro Escalona
Jaime Molina Maestre y Rafael Calixto Escalona Martínez, fueron dos amigos inigualables e inseparables que una noche de parranda se juraron hacerse un regalo después de la muerte. A Escalona le correspondió hacerle la canción porque a Jaime el corazón lo traicionó el martes 15 de agosto de 1978, hace 42 años. La primera versión la grabaron en el año 1982 Alfonso ‘Poncho’ Cotes Jr. y Ciro Meza Reales.
Ese fue el compromiso más difícil para Escalona porque como lo narra en su canción hubiera preferido que Jaime le pintase el retrato, pero con el más puro sentimiento dibujó su alma en pocas letras y le puso una música donde la nostalgia se pasea en todo su recorrido y tiñe el pentagrama de infinito dolor.
Ese canto contiene una de las poesías cantadas más hermosas de la música vallenata donde primó la amistad, el cariño y la más triste despedida a un ser que como dijera Consuelo Araujonoguera era “tímido, introvertido y talentoso, pero también autárquico. Maestro de la ironía y la mordacidad. Poseía así mismo una inagotable capacidad sentimental y una finura de espíritu que se desbordaban torrentosas cuando le tocaban la fibra particular de su cariño y su devoción por “el piazo del Rafael ese que ahora se cree Bethoven”, tal como solía decir en deliberado reproche que provocaba la risa de los demás y del propio Escalona en primer lugar.
El hijo de Camilo Molina y Victoria Maestre, quien había nacido en Patillal el lunes siete de marzo de 1926, puso su marca en territorio vallenato y se distinguió por sus caricaturas y pinturas.
No dejes de leer: Escalona, entre versos y recuerdos
La mayoría de su tiempo se la pasaba ensimismado en sus lienzos y pinceles y de esta manera pintaba al pueblo, a personajes, a los amigos y a las cosas cotidianas. Fue un pintor echador de historias que hizo posible que sus personajes tuvieran vida propia y fueran reconocidos en sus trabajos que hoy hacen parte del inventario de la cultura vallenata. Además tenía un humor inteligente que se percibía en sus comentarios y en sus representaciones de quienes lo rodeaban en la vida entre Patillal y Valledupar.
Famosas fueron sus parrandas
que a ningún amigo dejaba dormir
cuando estaba bebiendo.
Siempre me insultaba
con frases de cariño que sabía decir.
Después en las piernas se me sentaba
me contaba un chiste y se ponía a reír.
Entre amigos eran famosas las parrandas donde una guitarra y un acordeón matizaban los días con música. Fueron muchas las madrugadas donde las voces les hacían coro a los gallos que anunciaban el nacimiento de un nuevo día.
En medio de esos amaneceres del viejo Valledupar Jaime Molina solía recitar poemas que eran una oda a la vida, a la amistad y a las cosas sagradas de la provincia.
Los tragos iban pintando de colores la mente y de esta manera se hacía más placentera la interminable parranda donde la palabra dominaba todo y salían a relucir los cantos que con el correr de los años hicieron posible que Escalona le dijera al mundo que todo aconteció por allá en Valledupar donde el sentimiento tiene forma de acordeón y se canta con el impulso de los repliegues del alma.
Entre las anécdotas que se cuentan de los primeros años de Jaime Molina está la ocasión en que le pidió a su profesor Rafael Antonio Amaya, le permitiera asomarse a la ventana para dibujar en un tablero la procesión que estaba pasando. Tal fue la precisión que el maestro decidió darle vuelta al tablero para conservar el dibujo que lo había impresionado.
En su paso por la vida Jaime Molina tuvo dos hijos, Jaime y Victoria que dejó con Alma Rosa Torres, pero también su talento para pintar donde tuvo gran renombre en toda la provincia.
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Por su parte el maestro Rafael Escalona nunca dejó de recordarlo, y una vez lo hizo nuevamente en el canto ‘La mariposa del río Badillo’, grabada por Iván Villazón y Saúl Lallemand en el año 2000.
En la Nevada allá en las cumbres
sobre las nieves arriba, arriba
entre arco iris bajo la niebla
yo le hice el canto a Jaime Molina.
Jaime me dijo óyeme Rafa tú me ganaste
me hiciste el canto,
y yo no pude allá en la tierra
allá en la tierra hacerte un retrato
y, pero ven, ven que yo te hago
el retrato en el cielo.
…Y el 13 de mayo de 2009 el maestro Rafael Escalona partió para que Jaime Molina cumpliera la otra parte de la promesa.
Esa es la historia del pintor que dejó regados en Valledupar grandes recuerdos. Plasmó el logo símbolo del Festival de la Leyenda Vallenata y hoy más que nunca su nombre revolotea por los alrededores de la plaza ‘Alfonso López’ donde no ha dejado de cantarse esa memorable canción de dos amigos que se quisieron con el alma.
Por Juan Rincón Vanegas
@juanrinconv
Hace 42 años partió de la vida el célebre pintor Patillalero dejando muchos recuerdos y haciendo posible que naciera una canción insignia de la música vallenata.
Recuerdo que Jaime Molina cuando estaba borracho ponía esta condición.
Que, si yo moría primero me hacía un retrato
o, si él se moría primero le sacaba un son.
Ahora prefiero esta condición
que él me hiciera el retrato y no sacarle el son.
La canción ‘Elegía a Jaime Molina’ es la muestra fehaciente de la verdadera amistad. Es la radiografía a color del dolor, de la tristeza, de la melancolía y un golpe certero de la vida por la muerte de un amigo bueno y fiel.
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Jaime Molina Maestre y Rafael Calixto Escalona Martínez, fueron dos amigos inigualables e inseparables que una noche de parranda se juraron hacerse un regalo después de la muerte. A Escalona le correspondió hacerle la canción porque a Jaime el corazón lo traicionó el martes 15 de agosto de 1978, hace 42 años. La primera versión la grabaron en el año 1982 Alfonso ‘Poncho’ Cotes Jr. y Ciro Meza Reales.
Ese fue el compromiso más difícil para Escalona porque como lo narra en su canción hubiera preferido que Jaime le pintase el retrato, pero con el más puro sentimiento dibujó su alma en pocas letras y le puso una música donde la nostalgia se pasea en todo su recorrido y tiñe el pentagrama de infinito dolor.
Ese canto contiene una de las poesías cantadas más hermosas de la música vallenata donde primó la amistad, el cariño y la más triste despedida a un ser que como dijera Consuelo Araujonoguera era “tímido, introvertido y talentoso, pero también autárquico. Maestro de la ironía y la mordacidad. Poseía así mismo una inagotable capacidad sentimental y una finura de espíritu que se desbordaban torrentosas cuando le tocaban la fibra particular de su cariño y su devoción por “el piazo del Rafael ese que ahora se cree Bethoven”, tal como solía decir en deliberado reproche que provocaba la risa de los demás y del propio Escalona en primer lugar.
El hijo de Camilo Molina y Victoria Maestre, quien había nacido en Patillal el lunes siete de marzo de 1926, puso su marca en territorio vallenato y se distinguió por sus caricaturas y pinturas.
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La mayoría de su tiempo se la pasaba ensimismado en sus lienzos y pinceles y de esta manera pintaba al pueblo, a personajes, a los amigos y a las cosas cotidianas. Fue un pintor echador de historias que hizo posible que sus personajes tuvieran vida propia y fueran reconocidos en sus trabajos que hoy hacen parte del inventario de la cultura vallenata. Además tenía un humor inteligente que se percibía en sus comentarios y en sus representaciones de quienes lo rodeaban en la vida entre Patillal y Valledupar.
Famosas fueron sus parrandas
que a ningún amigo dejaba dormir
cuando estaba bebiendo.
Siempre me insultaba
con frases de cariño que sabía decir.
Después en las piernas se me sentaba
me contaba un chiste y se ponía a reír.
Entre amigos eran famosas las parrandas donde una guitarra y un acordeón matizaban los días con música. Fueron muchas las madrugadas donde las voces les hacían coro a los gallos que anunciaban el nacimiento de un nuevo día.
En medio de esos amaneceres del viejo Valledupar Jaime Molina solía recitar poemas que eran una oda a la vida, a la amistad y a las cosas sagradas de la provincia.
Los tragos iban pintando de colores la mente y de esta manera se hacía más placentera la interminable parranda donde la palabra dominaba todo y salían a relucir los cantos que con el correr de los años hicieron posible que Escalona le dijera al mundo que todo aconteció por allá en Valledupar donde el sentimiento tiene forma de acordeón y se canta con el impulso de los repliegues del alma.
Entre las anécdotas que se cuentan de los primeros años de Jaime Molina está la ocasión en que le pidió a su profesor Rafael Antonio Amaya, le permitiera asomarse a la ventana para dibujar en un tablero la procesión que estaba pasando. Tal fue la precisión que el maestro decidió darle vuelta al tablero para conservar el dibujo que lo había impresionado.
En su paso por la vida Jaime Molina tuvo dos hijos, Jaime y Victoria que dejó con Alma Rosa Torres, pero también su talento para pintar donde tuvo gran renombre en toda la provincia.
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Por su parte el maestro Rafael Escalona nunca dejó de recordarlo, y una vez lo hizo nuevamente en el canto ‘La mariposa del río Badillo’, grabada por Iván Villazón y Saúl Lallemand en el año 2000.
En la Nevada allá en las cumbres
sobre las nieves arriba, arriba
entre arco iris bajo la niebla
yo le hice el canto a Jaime Molina.
Jaime me dijo óyeme Rafa tú me ganaste
me hiciste el canto,
y yo no pude allá en la tierra
allá en la tierra hacerte un retrato
y, pero ven, ven que yo te hago
el retrato en el cielo.
…Y el 13 de mayo de 2009 el maestro Rafael Escalona partió para que Jaime Molina cumpliera la otra parte de la promesa.
Esa es la historia del pintor que dejó regados en Valledupar grandes recuerdos. Plasmó el logo símbolo del Festival de la Leyenda Vallenata y hoy más que nunca su nombre revolotea por los alrededores de la plaza ‘Alfonso López’ donde no ha dejado de cantarse esa memorable canción de dos amigos que se quisieron con el alma.
Por Juan Rincón Vanegas
@juanrinconv