La vida en UCI está llena de monitores que marcan presiones, de sonidos taladrantes de conciencias y de una permanente luz blanca de neón que te hace pensar en la luz al final del túnel
Por: Jarol Ferreira Acosta
“Es la hora propicia: avanza…”
Fernando Molano
La vida en UCI está llena de monitores que marcan presiones, de sonidos taladrantes de conciencias y de una permanente luz blanca de neón que te hace pensar en la luz al final del túnel. Es una vida de dos visitas diarias, de media hora cada una, de reportes cautelosos y fatales, al final de cada visita. Es una vida de espantos a las tres de la madrugada, de delirios de algunos médicos, de enfermeros gays, de enfermeras que doblan turnos para cuadrase el diario, de doctores y aprendices, de comentarios de las vidas que normalmente acompañan las circunstancias de los enfermos y los familiares que como tú y tu papá deben vivir entre la eternidad y la unidad de cuidados intensivos de una clínica.
Médico: La señora tal está mal, lo que ella tuvo fue un derrame cerebral, y aunque en el momento está estable, su condición es muy delicada, debe permanecer aquí en la unidad todavía unos días más, para observación y tratamiento. La recuperación será lenta, hay que tenerle mucha paciencia, dígame ¿hay alguna mujer en la familia? Esposo: No doctor, solo somos mi hijo de catorce años y yo, y vivimos en una finquita que nos dieron a cuidar, cerca a Chiriguaná. Médico: Hhh, pues… a rezar por la salud de doña… (No se acuerda del nombre de la señora, desde hace más de una semana en UCI, su paciente. Se pone gafas y revisa el nombre en la ficha amarilla que le pasa una enfermera.) Médico: entonces ya sabe, a cuidar a doña tal. Luego cambia el tono compasivo por uno enérgico, levanta la mirada como adivinando entre la multitud de la sala de espera quienes serán los próximos en recibir noticias suyas y, en voz alta, dice: Familiares de… Y así sucesivamente. Luego comenta el caso al resto del personal, que está tan acostumbrado a oír tragedias de pacientes en cuidados intensivos, que asume la historia con la trivialidad de un comentario cualquiera. Enfermera: ¿Si, en serio doctor? Huy, terrible. Y continúa llenando fichas y revisando papeles, manteniendo a los enfermos en un hermetismo que enloquece a los que permanecen lúcidos, para su fortuna y desventura, a pesar de los medicamentos, los pinchazos, las sondas y demás elementos propios de vivir en la unidad de cuidados intensivos de una clínica equidistante entre la residencia y el lugar del siniestro delconvaleciente.
La unidad de cuidados intensivos absorbe tu existencia porque te exige pre y ocuparte por cosas que escapan de tu capacidad, mientras te obliga a ser parte de sus códigos. Tú: Doctor ¿se va poner bien? Doctor: Por el momento está estable, es lo único que le puedo decir. Tú: Si doctor pero… Doctor: Está estable, por ahora es lo único que puedo decirle. Entonces piensas en lo fácil que es el trabajo de un intensivista: cuestión de regular e interpretar monitores y dar noticias no comprometedoras a los familiares. El resto es esperar hacia dónde cae la pelota que pegó en la red de la vida del fulano ¿del lado de los vivos o del lado de los muertos? Si cae del lado de los vivos se ganó el partido, ya es responsabilidad de otro médico o de sus familiares lo que pueda significar la recuperación del cristiano caído en desgracia; sino pues ni modo, a preparar velorio. Doctor: Es cuestión de esperar, lo estamos alimentando con sonda porque no sabemos qué tan comprometida quedó su parte motora. Hay que esperar a ver cómo va evolucionando, por lo pronto le estamos suministrando la medicación indicada por el internista y sus signos vitales están bajo los rangos indicados para un hombre de su edad, está estable…
La vida en UCI está llena de monitores que marcan presiones, de sonidos taladrantes de conciencias y de una permanente luz blanca de neón que te hace pensar en la luz al final del túnel
Por: Jarol Ferreira Acosta
“Es la hora propicia: avanza…”
Fernando Molano
La vida en UCI está llena de monitores que marcan presiones, de sonidos taladrantes de conciencias y de una permanente luz blanca de neón que te hace pensar en la luz al final del túnel. Es una vida de dos visitas diarias, de media hora cada una, de reportes cautelosos y fatales, al final de cada visita. Es una vida de espantos a las tres de la madrugada, de delirios de algunos médicos, de enfermeros gays, de enfermeras que doblan turnos para cuadrase el diario, de doctores y aprendices, de comentarios de las vidas que normalmente acompañan las circunstancias de los enfermos y los familiares que como tú y tu papá deben vivir entre la eternidad y la unidad de cuidados intensivos de una clínica.
Médico: La señora tal está mal, lo que ella tuvo fue un derrame cerebral, y aunque en el momento está estable, su condición es muy delicada, debe permanecer aquí en la unidad todavía unos días más, para observación y tratamiento. La recuperación será lenta, hay que tenerle mucha paciencia, dígame ¿hay alguna mujer en la familia? Esposo: No doctor, solo somos mi hijo de catorce años y yo, y vivimos en una finquita que nos dieron a cuidar, cerca a Chiriguaná. Médico: Hhh, pues… a rezar por la salud de doña… (No se acuerda del nombre de la señora, desde hace más de una semana en UCI, su paciente. Se pone gafas y revisa el nombre en la ficha amarilla que le pasa una enfermera.) Médico: entonces ya sabe, a cuidar a doña tal. Luego cambia el tono compasivo por uno enérgico, levanta la mirada como adivinando entre la multitud de la sala de espera quienes serán los próximos en recibir noticias suyas y, en voz alta, dice: Familiares de… Y así sucesivamente. Luego comenta el caso al resto del personal, que está tan acostumbrado a oír tragedias de pacientes en cuidados intensivos, que asume la historia con la trivialidad de un comentario cualquiera. Enfermera: ¿Si, en serio doctor? Huy, terrible. Y continúa llenando fichas y revisando papeles, manteniendo a los enfermos en un hermetismo que enloquece a los que permanecen lúcidos, para su fortuna y desventura, a pesar de los medicamentos, los pinchazos, las sondas y demás elementos propios de vivir en la unidad de cuidados intensivos de una clínica equidistante entre la residencia y el lugar del siniestro delconvaleciente.
La unidad de cuidados intensivos absorbe tu existencia porque te exige pre y ocuparte por cosas que escapan de tu capacidad, mientras te obliga a ser parte de sus códigos. Tú: Doctor ¿se va poner bien? Doctor: Por el momento está estable, es lo único que le puedo decir. Tú: Si doctor pero… Doctor: Está estable, por ahora es lo único que puedo decirle. Entonces piensas en lo fácil que es el trabajo de un intensivista: cuestión de regular e interpretar monitores y dar noticias no comprometedoras a los familiares. El resto es esperar hacia dónde cae la pelota que pegó en la red de la vida del fulano ¿del lado de los vivos o del lado de los muertos? Si cae del lado de los vivos se ganó el partido, ya es responsabilidad de otro médico o de sus familiares lo que pueda significar la recuperación del cristiano caído en desgracia; sino pues ni modo, a preparar velorio. Doctor: Es cuestión de esperar, lo estamos alimentando con sonda porque no sabemos qué tan comprometida quedó su parte motora. Hay que esperar a ver cómo va evolucionando, por lo pronto le estamos suministrando la medicación indicada por el internista y sus signos vitales están bajo los rangos indicados para un hombre de su edad, está estable…