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Vamos como el forro

“Por lo pronto, saque la totuma, prepare la olla y afine su estrategia para llenar los tanques antes del próximo corte de agua”.

Vamos como el forro

Vamos como el forro

Por: José M.

@el_pilon

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“Por lo pronto, saque la totuma, prepare la olla y afine su estrategia para llenar los tanques antes del próximo corte de agua”. Eso está feo, ese es el consejo que el editorialista de EL PILÓN ayer nos da a los usuarios de Emdupar, siguiendo las orientaciones de la empresa, ante los posibles cortes o suspensión del agua por las crecientes del Guatapurí en este invierno, que, entre otras cosas, no se ha visto, pues agosto fue seco y septiembre que ya va metido ha sido peor.   No se han sentido los aguaceros, ojalá octubre y noviembre cambien y llueva a torrentes, pues diciembre ya es seco y enero y febrero son peores.

Eso del tanque y la totuma me hace recordar los años 54 a 58, cuando interno en el legendario Loperena, hace casi 80 años, léanlo otra vez, 960 meses o casi 30 mil días, teníamos que bañarnos a cielo abierto a las cuatro de la mañana con un agua helada de unos tanques de 55 galones con potecitos de avena y otros con grandes totumas, donde con 4 totumazos salía rápidamente el jabón, con los quaker demoraba más. 

Eso era un verdadero suplicio que obligó a varios alumnos a no volver al año siguiente; yo, por mi parte, que no soy buen amigo del agua fría y menos helada, la detesto, pero para bañarme, porque para tomarla me gusta es con natica, qué no hice para evitar esos dardos helados, de todo, para esperar que el sol saliera y el frío helado del agua bajara unos grados o ya el fluido a esa hora comenzara a llegar a los baños y hacerlo sin el flagelo de la brisa, también helada que bajaba de la Nevada.

Recuerdo también que en varias oportunidades en la década del 70, en el famoso hotel Almirante Padilla de Riohacha, tuve que recurrir a la totuma y al tanque que el hotel tenía para bañarse, pues el acueducto era deficiente. También era diferente, pues uno no se bañaba de madrugada y las aguas del Ranchería eran calienticas, en cambio en Villanueva, mi terruño del alma, su acueducto era muy bueno y el chorro de la pluma era fuerte y agradable. Pero eso se acabó y hoy encuentras el tanque y la totuma en todos los baños, ya que el agua se va a veces por espacio de varios días y así es en San Juan, Urumita y La Paz y me cuentan que en Codazzi tienen enredá un pocón de plata y nada que el agua llega a pesar de que el San Ramón tiene bastante, para no hablar de los corregimientos de esta capital, donde ninguno tiene agua suficiente.

Vamos como el forro, para atrás, día a día esto empeora y lo peor es la situación crítica de Emdupar que ahora andan desesperadamente acosando a quienes pagamos cumplidamente, con cortarles el agua un día antes o un día después de la fecha de pago, cuando lo que deben es adelantar una política amplia pero severa, sancionando a los que no pagan, para ver si logran superar la crisis.

Anécdota: yo para bañarme con agua fría no soy fácil, quizás fui el primer usuario de Gases del Caribe que instaló este servicio en su apartamento e interno en el Loperena cuando Jordán o Garzón, los campaneros, a las 4 en punto tocaban la campana y 15 minutos después las camas estaban arregladitas.  El “demonio”, que ahora no me acuerdo el nombre, pasaba revista, al principio me acostaba debajo de la cama, me descubrió el “diablo”, me escondía en los limones espinosos cercanos al comedor que quedaba donde hoy es la Biblioteca Enrique (así, sin H), Pupo Martínez y también me encontraron y así, hice de todo, hasta cuando descubrí en el Cuarto de San Alejo en el segundo piso un ataúd nuevecito y me metí en él dejando una rendija para que entrara aire y ahí batí record casi 3 meses sin localizarme, hasta cuando “Lucifer”, que todavía no he podido acordarme de su nombre, llegó y abrió el cajón, por delación de Gumito Peñaloza, un compañero a quien mucho quise y que lo hizo para burlarse de mí y me encontró rendió exactamente a las 5:30 y ahí sí no pude escapar del martirio de los totumazos.

Recurrí al exalcalde, condiscípulo lopereno y compadre Rodolfo Campo y a Lucho Pimienta, mi gran amigo, de los primeros bachilleres, pero no se acordaban del nombre de Mefistófeles y cuando le iba a marcar a otro, me acordé, el terrible profesor y sargento De Castro, un tirano a quien terminamos queriendo mucho, porque nos enseñó a ser ordenados y responsables bajo la orientación del inolvidable rector Jorge Pérez Álvarez, a quien quisimos mucho más.  

Por: José Manuel Aponte Martínez.

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